2002
Cuídense de murmurar
Enero de 2002


Cuídense de murmurar

“La obediencia es esencial para comprender las bendiciones del Señor”.

Cuando era misionero, mi compañero y yo testificábamos que Dios habla hoy en día por medio de profetas. Un hombre preguntó: “¿Y qué es lo que su profeta dijo esta semana?”. Al esforzarme por recordar el mensaje del profeta en el ejemplar de Improvement Era más reciente, la revista más importante de la Iglesia en ese entonces, llegué a entender de manera especial la importancia de conocer y obedecer las enseñanzas del profeta viviente.

Hoy, espero persuadirlos a seguir a los profetas vivientes y advertirles sobre el engaño que ha creado el adversario para evitar que los sigan. Las Escrituras se refieren a ese engaño como “murmuración”.

El Salvador enseñó una parábola para advertirnos sobre el traicionero camino a la desobediencia por medio de la “murmuración”. En la parábola aprendemos sobre un noble que tenía un terreno muy escogido; él les dijo a sus siervos que plantaran doce olivos y construyeran una torre para vigilar el olivar. El objetivo de la torre era permitir que un vigía se quedara allí para advertir la venida del enemigo y así el olivar estaría protegido.

Pero los siervos no construyeron la torre y el enemigo llegó y destruyó los olivos; la desobediencia de los siervos fue la causa del desastre en el olivar (véase D. y C. 101:43–62).

¿Por qué los siervos fracasaron en la edificación de la torre? La semilla del desastre se sembró en la murmuración.

De acuerdo con la parábola del Señor, la murmuración consiste en tres etapas, cada una derivando en la siguiente, en un camino descendiente a la desobediencia.

Primero, los siervos empezaron a cuestionar. Consideraron que podían ejercer su propio juicio con respecto a la instrucción que les había dado el amo. “¿Qué necesidad tiene mi señor de esta torre, siendo ésta una época de paz?”, cuestionaron (D. y C. 101:48). Primero se cuestionaron en su propia mente y después plantaron ese cuestionamiento en la mente de los demás. Lo primero fue el cuestionar.

Segundo, empezaron a racionalizar y a excusarse para no hacer lo que se les había instruido. Dijeron: “¿No se pudiera dar este dinero a los cambistas? Pues no hay necesidad de estas cosas” (D. y C. 101:49). De ese modo, excusaron su desobediencia.

El tercer paso siguió inevitablemente: pereza en seguir el mandamiento del Maestro. La parábola dice: “…se volvieron muy perezosos y no hicieron caso de los mandamientos de su señor” (D. y C. 101:50). Así, se estableció el escenario para el desastre.

Dios ha bendecido a Sus hijos con profetas para instruirlos en Sus caminos y prepararlos para la vida eterna. Los hombres no entienden fácilmente los caminos de Dios: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55:8). La obediencia es esencial para comprender las bendiciones del Señor, aun cuando no se entienda el objetivo del mandamiento.

El adversario susurra invitaciones engañosas para murmurar y así destruir el poder que proviene de la obediencia. El modelo de la murmuración se ve claramente en el siguiente relato sobre los hijos de Israel:

El Señor prometió a los hijos de Israel que enviaría un ángel y expulsaría a los cananeos para que Israel pudiera heredar una tierra de leche y miel (véase Éxodo 33:1–3). Cuando los israelitas llegaron a las fronteras de Canaán, Moisés envió espías a esa tierra y, al regresar, éstos informaron que los ejércitos de Canaán eran fuertes y se aventuraron a decir que Canaán era más fuerte que Israel. Entonces comenzó la murmuración.

Cuestionaron los mandamientos dados a través de Moisés, su profeta viviente. Esparcieron su cuestionamiento a los demás. ¿Cómo podía derrotar Israel a los gigantes de Canaán cuando los hijos de Israel se veían a sí mismos, en comparación, como langostas? (véase Números 13:31–33).

El cuestionamiento se tornó en racionalización y excusas. Dijeron temer por sus esposas e hijos. “¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?”, exclamaron (véase Números 14:2–3).

La murmuración se volvió desobediencia cuando Israel procuró designar un capitán que los llevara de regreso a Egipto (véase Números 14:4).

Simplemente rehusaron seguir al profeta viviente. Por sus murmuraciones, el Señor quitó la bendición prometida a los hijos de Israel, de que Él destruiría a los cananeos y les daría su tierra prometida. En lugar de ello, envió a Israel al desierto a errar durante cuarenta años.

El modelo familiar de la murmuración se ve nuevamente en la familia de Lehi.

Cuando el profeta Lehi envió a sus hijos a Jerusalén a obtener las planchas de bronce, éstos encontraron mucha oposición. Primero, Lamán fue expulsado de la casa de Labán por meramente pedir las planchas. Después que los hijos de Lehi ofrecieron pagarlas con oro y plata, Labán procuró matarlos y confiscó la propiedad de ellos. Los hermanos se resguardaron en la cavidad de una roca para evaluar la situación.

Lamán y Lemuel murmuraron, lo que empezó, como siempre, con un cuestionamiento: “¿Cómo es posible que el Señor entregue a Labán en nuestras manos?”, dijeron (1 Nefi 3:31).

Luego, las excusas: “He aquí, es un hombre poderoso, y puede mandar a cincuenta, sí, y aun puede matar a cincuenta; luego, ¿por qué no a nosotros?” (1 Nefi 3:31).

Finalmente, fueron perezosos. Llenos de ira, resentimiento y excusas, Lamán y Lemuel esperaron en los muros de Jerusalén mientras el fiel Nefi cumplía la obra del Señor (véase 1 Nefi 4:3–5).

El Señor ha hablado en contra de esta actitud en nuestro día: “Mas el que no hace nada hasta que se le mande, y recibe un mandamiento con corazón dudoso, y lo cumple desidiosamente, ya es condenado” (D. y C. 58:29).

Al levantar nuestra mano, hemos sostenido a nuestros profetas vivientes. Nos regocijamos en el privilegio de escuchar la palabra de Dios revelada en nuestro día por nuestros profetas vivientes. ¿Qué hacemos cuando los escuchamos? ¿Seguimos con exactitud las instrucciones de nuestros profetas vivientes o murmuramos?

¿Es más fácil seguir al profeta viviente en nuestra época que en los días de Moisés o Nefi? ¿No murmurarían acaso hoy día aquellos que murmuraron contra Moisés y Nefi? Se puede hacer la misma pregunta revirtiéndola. Aquellos que murmuran en la actualidad también habrían murmurado como lo hicieron Lamán y Lemuel o los hijos de Israel en contra del profeta de sus días, con las mismas consecuencias desastrosas.

Incluso las instrucciones más simples pueden poner de manifiesto la tendencia a murmurar. Una vez asistí a una reunión donde la autoridad que presidía invitó a los miembros de la congregación a sentarse más adelante en la sala. Algunos lo hicieron; la mayoría no. ¿Por qué?

Estoy seguro de que había aquellos que cuestionaban por qué deberían dejar su comodidad. “¿Por qué yo?” Sin duda, esa pregunta fue seguida pronto de una excusa o una racionalización del por qué no importaba cambiar o no de asiento. Creo que siguió algo de irritación hacia la autoridad presidente por haber hecho tal solicitud. El último paso, que fue obvio para todos los que observaban, fue la pereza evidenciada en la respuesta: muy pocos se cambiaron de asiento. ¿Fue eso algo pequeño? Sí; pero reflejó una gran y profunda falta de voluntad de obedecer; reflejó un espíritu de desobediencia, y eso no es algo pequeño.

Hace poco estuve en una reunión de la Iglesia en África Occidental en la que un líder del sacerdocio invitó a los hermanos a que pasaran a ocupar las tres primeras filas de la capilla. Cada hombre se levantó de inmediato y se sentó de acuerdo con las instrucciones. ¿Fue algo pequeño? Sí; pero reflejó la voluntad de obedecer y eso no es algo pequeño.

Les invito a centrarse en los mandamientos de los profetas vivientes que les incomoden más. ¿Cuestionan si el mandamiento se aplica a ustedes o no? ¿Encuentran “excusas” convenientes de por qué no pueden cumplir con ese mandamiento ahora? ¿Se sienten frustrados o irritados con los que les recuerdan esos mandamientos? ¿Son perezosos en cumplirlos? Cuídense de los engaños del adversario. Cuídense de la murmuración.

Un padre afortunado experimenta ese gozo especial que emana de su hijo dispuesto a obedecer. ¿No es lo mismo con Dios?

En una pequeña escala puedo entender cuánto gozo debe de sentir el Señor cuando sus siervos obedecen sin murmurar. Hace poco mi querida esposa y yo participamos en una reunión durante la cual se nos explicarían nuestras responsabilidades. Al momento, no teníamos idea de cuál o dónde sería nuestra asignación para servir. A mí se me había dicho en privado que seríamos llamados a África Occidental. Yo estaba sorprendido y alegre con la asignación, pero entonces pensé en los pensamientos que inevitablemente surgirían en la mente de mi compañera de casi 39 años. ¿Cómo recibiría la asignación? Sabía que aceptaría ir. En todos nuestros años juntos jamás había rechazado un llamamiento del Señor pero, ¿cuáles serían los sentimientos de su corazón?

Al sentarme junto a ella, se dio cuenta por mi mirada que yo sabía nuestra asignación y me dijo, “Y bien, ¿adónde vamos?”, y contesté sencillamente: “África”. Sus ojos brillaron y alegremente dijo: “¿No es maravilloso?”. Mi gozo fue total.

Así se debe sentir también nuestro Padre Celestial cuando seguimos a los profetas vivientes con corazones dispuestos. Testifico que Jesucristo vive y que Él habla a los profetas en nuestra época. Que sigamos a nuestros profetas vivientes sin murmurar, es mi ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.