2002
El vivir durante el cumplimiento de los tiempos
Enero de 2002


El vivir durante el cumplimiento de los tiempos

“A pesar de las aflicciones que nos rodean, a pesar de las sórdidas cosas que vemos en casi todas partes, a pesar de los conflictos que cunden por el mundo, podemos ser mejores”.

Mis amados hermanos y hermanas dondequiera que se encuentren, bienvenidos a esta gran conferencia mundial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Estamos reunidos en nuestro maravilloso y nuevo Centro de Conferencias en Salt Lake City. El edificio está lleno o pronto lo estará. Estoy muy contento de que lo tengamos. Estoy tan agradecido por la inspiración de construirlo. ¡Qué estructura tan admirable! Desearía que todos pudiésemos estar reunidos bajo un mismo techo, pero eso no es posible. Estoy tan profundamente agradecido porque tenemos las maravillas de la televisión, la radio, el cable, la transmisión vía satélite y el Internet. Nos hemos convertido en una gran Iglesia mundial y ahora es posible que la gran mayoría de nuestros miembros participe en estas reuniones como una gran familia, que habla muchos idiomas, que se encuentra en muchas tierras, pero que son todos de una fe, una doctrina y un bautismo.

Esta mañana apenas puedo contener mis emociones al pensar en lo que el Señor ha hecho por nosotros.

No sé qué hicimos en la preexistencia para merecer las maravillosas bendiciones que disfrutamos. Hemos venido a la tierra en esta gran época de la larga historia de la humanidad. Es una época maravillosa, la mejor de todas. Al reflexionar en el lento pero pesado curso del género humano, desde el tiempo de nuestros primeros padres, no podemos más que sentirnos agradecidos.

La era en la que vivimos es el cumplimiento de los tiempos del que se habla en las Escrituras, en que Dios ha juntado todos los elementos de dispensaciones pasadas. Desde el día en que Él y Su Hijo Amado se manifestaron al joven José, ha venido sobre el mundo un torrente de conocimiento. El corazón de los hombres se ha tornado a sus padres como cumplimiento de las palabras de Malaquías. La visión de Joel se ha cumplido, en la que declaró:

“Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.

“Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.

“Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo.

“El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová.

“Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado” (Joel 2:28–32).

Ha habido más descubrimientos científicos durante estos años que durante toda la historia pasada de la humanidad. El transporte, las comunicaciones, la medicina, la higiene pública, el descifre del átomo, el milagro de la computadora, con todas sus ramificaciones, han florecido en particular en nuestra propia era. Durante mi propia vida, he sido testigo de la sucesión de milagros tras maravillosos milagros. A veces no los valoramos.

Y, además de todo eso, el Señor ha restaurado Su antiguo sacerdocio; ha organizado Su Iglesia y reino durante el siglo y medio pasado; ha dirigido a Su pueblo y éste ha sido templado en el crisol de la terrible persecución. Él ha llevado a cabo la maravillosa época en la que ahora vivimos.

Hemos visto tan sólo el principio de la imponente fuerza para bien en que esta Iglesia se convertirá y, sin embargo, me maravillo ante lo que se ha logrado.

El número de miembros ha aumentado. Considero que ha aumentado en fidelidad. Perdemos a muchos, pero los que son fieles son muy fuertes. Los que nos observan dicen que vamos en dirección de la corriente religiosa, pero no estamos cambiando. La percepción que tiene el mundo de nosotros es lo que cambia. Nosotros enseñamos la misma doctrina; tenemos la misma organización; trabajamos para efectuar las mismas obras buenas, pero el antiguo odio está desapareciendo, la antigua persecución está desfalleciendo; la gente está mejor informada; está llegando a entender qué es lo que defendemos y qué hacemos.

Pero por más maravillosa que sea esta época, está llena de peligros. La maldad está a nuestro alrededor; es atractiva y tentadora y en muchísimos casos logra éxito. Pablo declaró:

“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.

“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos,

“sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,

“traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios,

“que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3:1–5).

Hoy día vemos todas estas maldades en forma más común y general que lo que nunca antes se habían visto, como se nos ha recordado tan recientemente por lo ocurrido en Nueva York, Washington y Pensilvania, de lo cual hablaré mañana por la mañana. Vivimos en una época en la que los hombres violentos hacen cosas terribles e infames; vivimos en una época de guerra; vivimos en una época de arrogancia; vivimos en una época de maldad, pornografía e inmoralidad. Todos los pecados de Sodoma y Gomorra afligen a nuestra sociedad. Jamás nuestra gente joven ha enfrentado más grandes desafíos; jamás hemos visto en forma más clara la lasciva cara de la maldad.

Y por eso, mis hermanos y hermanas, estamos reunidos en esta gran conferencia para fortificarnos y fortalecernos el uno al otro, para edificarnos el uno al otro, para dar aliento y edificar la fe, para reflexionar en las cosas maravillosas que el Señor ha puesto a nuestra disposición y para fortalecer nuestra determinación de oponernos al mal en cualquier forma que se presente.

Hemos llegado a ser como un gran ejército; ahora somos un pueblo que hace sentir su influencia. Se escucha nuestra voz cuando hablamos. Hemos demostrado nuestra fortaleza al enfrentar la adversidad. Nuestra fortaleza yace en nuestra fe en el Todopoderoso. Ninguna causa bajo los cielos puede detener la obra de Dios. La adversidad podrá asomar su infame rostro; el mundo podrá ser afligido con guerras y rumores de guerra, pero esta causa seguirá adelante.

Ustedes están familiarizados con estas elocuentes palabras escritas por el profeta José: “…ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra: las persecuciones se encarnizarán, el populacho podrá conspirar, los ejércitos podrán juntarse, y la calumnia podrá difamar; mas la verdad de Dios seguirá adelante valerosa, noble e independientemente, hasta que haya penetrado en todo continente, visitado toda región, abarcado todo país y resonado en todo oído, hasta que se cumplan los propósitos de Dios, y el gran Jehová diga que la obra está concluida“ (Nuestro Legado: Una breve historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pág. 245).

El Señor nos ha dado la meta hacia la cual aspiramos. Esa meta es edificar Su reino, lo que constituye una poderosa causa de grandes cantidades de hombres y mujeres de fe, de integridad, de amor e interés por la humanidad, que avanzan para crear una sociedad mejor, trayendo bendiciones sobre sí mismos y sobre los demás.

Al reconocer nuestro lugar y nuestra meta, no podemos ser arrogantes; no podemos sentirnos superiores; no podemos ser petulantes ni egoístas. Debemos tender una mano a todo el género humano; son hijos e hijas de Dios, nuestro Padre Eterno y Él nos hará responsables por lo que hagamos en cuanto a ellos. Que el Señor nos bendiga. Ruego que nos haga fuertes y poderosos en obras buenas; ruego que nuestra fe brille como la luz de la mañana. Que caminemos en obediencia a Sus mandamientos divinos. Ruego que Él nos dé Su aprobación, que al avanzar bendigamos a la humanidad influyendo en todos, elevando a los perseguidos y oprimidos, alimentando y vistiendo al hambriento y al necesitado, extendiendo amor y hermandad hacia aquellos que nos rodean que quizás no sean parte de esta Iglesia. El Señor nos ha mostrado el camino; nos ha dado Su palabra, Su consejo, Su guía, sí, Sus mandamientos. Hemos progresado; tenemos mucho que agradecer y mucho de que sentirnos orgullosos, pero podemos ser mejores, mucho mejores.

¡Cómo les amo, mis hermanos y hermanas de esta gran causa! Les amo por lo que han llegado a ser y por lo que pueden llegar a ser. A pesar de las aflicciones que nos rodean, a pesar de las sórdidas cosas que vemos en casi todas partes, a pesar de los conflictos que cunden por el mundo, podemos ser mejores.

Invoco las bendiciones del cielo sobre ustedes al expresar mi amor por ustedes y les recomiendo los grandes mensajes que escucharán desde este púlpito durante los dos próximos días, y lo hago en el sagrado nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.