2002
Paso por paso
Enero de 2002


Paso por paso

“No tenemos que ser perfectos hoy; no tenemos que ser mejores que alguien más; todo lo que tenemos que hacer es ser lo mejor de nosotros mismos”.

Mis amados hermanos y hermanas, es un gran privilegio para mí estar ante ustedes hoy y dar mi testimonio en cuanto a la veracidad del Evangelio que ha sido restaurado. Acabamos de escuchar al élder David B. Haight, que tiene 95 años de edad. Si yo llego a esa edad, espero que mi memoria sea la mitad de lo buena que es la de él ahora.

Me regocijo cuando los santos se reúnen. Ya sea como familias en hogares humildes o en millares en enormes recintos, los cielos se regocijan cuando aquellos que aman y honran el nombre de Jesucristo se reúnen para adorar en Su nombre.

Las experiencias por las que pasamos en la vida son diferentes para todos. Si bien hay algunos hoy día que sienten gozo, otros sienten como si el corazón les fuera a estallar de pesar. Hay otros que sienten que el mundo es su ostra, otros sienten como si ellos mismos fueran la ostra, que fue sacada del océano para abrirla a la fuerza y robarles todo lo que era de valor para ellos.

No importa su condición en la vida, no importa su estado emocional o espiritual, quisiera ofrecerles consejo que podría serles útil, pese al punto en el que se encuentren en su jornada por esta vida terrenal.

Por cierto tenemos mucho por que estar agradecidos, y creo que si nos ponemos a pensar en las bendiciones que tenemos, nos olvidaremos de algunas de nuestras preocupaciones. No hay duda de que recibiremos serenidad y gozo si reconocemos las bendiciones que tenemos como Iglesia bajo el liderazgo de nuestro maravilloso Presidente, el presidente Gordon B. Hinckley. Nos será de mucho provecho.

Hace poco leí acerca de Erik Weihenmayer, un hombre de 33 años de edad que soñaba escalar el monte Everest, una proeza que presenta retos para muchos de los alpinistas más expertos del mundo. De hecho, casi el 90 por ciento de los que intentan realizar la escalada nunca llegan a la cima. Las temperaturas descienden a más de 50 grados centígrados bajo cero. Además del intenso frío, vientos de 150 km. por hora, grietas mortales y avalanchas, el alpinista debe superar los desafíos de la altitud, la falta de oxígeno, y quizás comida y agua insalubres. Desde 1953, por lo menos 165 alpinistas han perdido la vida al intentar escalar la cumbre de casi nueve mil metros de altura.

A pesar de los riesgos, cientos de personas esperan su turno para realizar el ascenso; entre ellos está Erik. Pero hay una marcada diferencia entre Erik y todos los demás alpinistas que han intentado hacerlo antes: Erik está totalmente ciego.

Cuando tenía 13 años de edad, Erik perdió la vista como resultado de una enfermedad hereditaria de la retina. Aunque ya no podía hacer muchas de las cosas que deseaba hacer, tomó la determinación de no desperdiciar su vida sintiéndose deprimido e inútil; empezó a ir más allá de sus limitaciones físicas.

A los 16 años de edad descubrió la escalada en roca. Al ir palpando la superficie de la roca, encontraba puntos de apoyo para las manos y los pies que le permitían ascender. Dieciséis años más tarde, empezó a escalar el monte Everest. Como se imaginarán, la historia de su hazaña estaba llena de amenazantes y desgarradores desafíos. Pero por fin Erik escaló la cima del lado sur y ocupó su lugar con aquellos que le habían precedido, uno de los pocos que ponía pie en la cumbre de la montaña más alta de la faz de la tierra.

Al preguntarle cómo lo logró, Erik dijo que se esforzó por mantenerse enfocado; no permitió que la duda, ni el miedo ni la frustración se pusieran en su camino. Y, lo más importante de todo, dijo: “Cada día hay que ir paso por paso”1.

Sí, Erik conquistó el Everest al poner simplemente un pie enfrente del otro. Y continuó haciéndolo hasta que llegó a la cima.

Al igual que Erik, es posible que tengamos obstáculos que no nos dejen avanzar; quizás hagamos excusas de la razón por la que no hacemos lo que deseamos hacer. Tal vez, cuando nos sintamos propensos a justificar nuestra falta de progreso, recordemos a Erik quien, a pesar de haber perdido la vista, logró lo que muchos pensaron que era imposible tan sólo con poner un pie enfrente del otro.

Un antiguo refrán reza que una jornada de mil kilómetros empieza con un solo paso.

A veces hacemos ese proceso más complicado de lo necesario. Jamás realizaremos una jornada de mil kilómetros si nos preocupamos innecesariamente en cuanto al tiempo que tomará y lo difícil que será. Se emprende esa tarea tomando paso por paso, y luego volviéndolo a hacer hasta que lleguemos a nuestro destino.

Podemos aplicar ese mismo principio a la forma en que podemos ascender a un plano más espiritual.

Nuestro Padre Celestial sabe que debemos empezar el ascenso desde donde estamos. El profeta José Smith enseñó: “Al subir por una escalera, debemos empezar desde abajo y subir paso por paso, hasta llegar hasta arriba; así es con los principios del Evangelio: debemos empezar con el primero, y seguir adelante hasta que hayamos aprendido todos los principios de exaltación. Pero pasará mucho tiempo después de que hayamos pasado por el velo antes de que los aprendamos”2.

Nuestro Padre Celestial nos ama a cada uno y comprende que este proceso de hacernos más espirituales requiere preparación, tiempo y dedicación. Él comprende que a veces cometeremos errores, que tropezaremos, que nos desalentaremos y que quizás querremos darnos por vencidos y convencernos de que no vale la pena luchar.

Sabemos que el esfuerzo vale la pena, porque el galardón —la vida eterna— “es el mayor de todos los dones de Dios”3. Para hacernos acreedores de él, debemos tomar un paso tras otro y seguir adelante para obtener las alturas espirituales que deseamos lograr.

En las Santas Escrituras se revela un principio eterno: “…no se exige que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten. Y además, conviene que sea diligente, para que así gane el galardón”4.

No es necesario que seamos rápidos, sólo tenemos que ser firmes y avanzar en la dirección correcta. Tenemos que esforzarnos al máximo, un paso tras otro.

En mis años de juventud me gustaba correr. Aunque les sea difícil creerlo, gané algunas carreras. Ya no soy bueno para correr; no sé a cuántos podría ganarles en una carrera pedestre. De hecho, no estoy seguro cuán bien me iría en una carrera incluso si los únicos otros participantes fueran los demás miembros del Quórum de los Doce.

Ya no corro con tanta agilidad. Aunque añoro el tiempo futuro en el que con un cuerpo resucitado pueda nuevamente correr por un campo y sentir el viento a través de mi cabello, trato de no pensar demasiado en el hecho de que ahora ya no puedo hacerlo.

Sería imprudente hacerlo. En vez de ello, tomo los pasos que puedo tomar. Aún con las limitaciones que impone la edad, aún puedo tomar un paso a la vez. El hacer lo que me es posible hacer es todo lo que mi Padre Celestial espera de mí. Y es todo lo que Él requiere de ustedes, a pesar de nuestras discapacidades, limitaciones o incertidumbres.

John Wooden fue quizás el entrenador de básquetbol universitario más destacado en la historia de ese deporte. Logró tener cuatro temporadas invictas; sus equipos ganaron diez campeonatos nacionales; en una época, tuvo una serie de 88 victorias consecutivas5.

Una de las primeras cosas que el entrenador Wooden inculcó en sus jugadores fue algo que su padre le había enseñado en la niñez, mientras se criaba en la granja: “No te preocupes demasiado de tratar de ser mejor que nadie más”, dijo su padre. “Es bueno aprender de los demás, pero simplemente no trates de ser mejor que ellos. Eso es algo que no puedes controlar. En vez de ello, haz todo lo posible por ser lo mejor que tú puedas; eso sí lo puedes controlar”6.

Permítanme citar un ejemplo hipotético, el de una querida hermana de cualquier barrio, aquella que tiene hijos perfectos que nunca se portan mal en la iglesia. Ella es la que trabaja en su vigésima generación de Historia Familiar, la que tiene una casa impecable, que ha memorizado el libro de Marcos y que teje suéteres para los huérfanos de Rumania. No es mi intención faltarle al respeto por cualquiera de esas metas dignas. Cuando ustedes se sientan tentadas a darse por vencidas por culpa de esa querida hermana, por favor recuerden que no están compitiendo con ella como yo no estoy compitiendo con los miembros del Quórum de los Doce para ganar la carreta de 50 metros.

Lo único por lo que se deben preocupar es por esforzarse por ser lo mejor que puedan. ¿Y cómo lo pueden lograr? Al fijar su atención en las metas más importantes de la vida y avanzar hacia ellas paso por paso.

Sé que muchos piensan que el sendero es difícil y que el camino es oscuro; pero al igual que Erik, el valiente alpinista, no nos encontramos sin un guía.

Tenemos las Escrituras que revelan la palabra de Dios a la humanidad a través de las edades. Cuando nos deleitamos en la palabra de Dios, somos receptivos a las verdades eternas y nuestros corazones escuchan los tiernos susurros del Santo Espíritu. En verdad, la palabra de Dios, a través de las Escrituras y los profetas actuales, “lámpara es a [nuestros] pies… y lumbrera a [nuestro] camino”7.

Al leer en cuanto a las grandes almas que nos han precedido, aprendemos que ellas, también, tuvieron épocas de desaliento y de pesar. Aprendemos que perseveraron a pesar de las tribulaciones, a pesar de la adversidad, a veces aun a pesar de sus propias debilidades. Aprendemos que ellas continuaron avanzando, un paso tras otro. Podemos ser como esas almas justas de las que habló Lehi, quienes “se asieron del extremo de la barra de hierro, y avanzaron a través del vapor de tinieblas… hasta que llegaron y participaron del fruto del árbol”8.

Tenemos también a un profeta viviente, el presidente Gordon B. Hinckley. Él proporciona consejo y dirección profética en nuestros días.

Mediante su consejo y sus oraciones, podemos tener acceso a los cielos y comunicarnos personalmente con el Infinito. Por medio de nuestra fe, el cielo mismo se puede mover para beneficio nuestro. Se abrirán puertas y se recibirán respuestas.

Piensen en el joven José Smith que cuando se vio rodeado de voces confusas y contradictorias deseó saber cuál de todas las iglesias era la verdadera. Él también se sintió cegado, rodeado por la oscuridad de esa época. Después de leer el libro de Santiago en el Nuevo Testamento, creyó las palabras del antiguo apóstol que dijo: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”9. José creyó esas palabras y, en una mañana de primavera de 1820, se retiró a una arboleda para elevar su alma en oración y pedir sabiduría a su Padre Celestial.

La respuesta a su oración lo llenó de luz y dirección; disipó la densa oscuridad que se había apoderado de él y que amenazó destruirle y que para siempre lo despojó de esa confusión.

Desde ese momento, hasta su martirio casi un cuarto de siglo después, José Smith se dedicó a seguir el sendero que le mostraron el Padre y el Hijo. Consideren cuán difíciles fueron sus días; piensen en el sufrimiento y la persecución que tuvo que soportar; sin embargo, él continuó, paso por paso, nunca dándose por vencido, nunca dudando de que si él hacía lo que estuviera de su parte, su Padre Celestial se encargaría del resto.

Mis hermanos y hermanas, nuestro tiempo aquí es tan valioso y tan breve. Ahora entiendo bien al profeta Jacob cuando dijo: “…nuestras vidas también han pasado como si fuera un sueño”10.

Demasiado pronto se nos acaba el tiempo. Mientras podamos, mientras tengamos tiempo, caminemos en el rumbo correcto, dando un paso tras otro.

Es así de sencillo. No tenemos que ser perfectos hoy; no tenemos que ser mejores que alguien más; todo lo que tenemos que hacer es ser lo mejor de nosotros mismos.

Aunque a veces se sientan desanimados, aunque a veces no puedan ver el camino, tengan la seguridad de que su Padre Celestial nunca abandonará a Sus justos seguidores. Él no les dejará sin consuelo; Él estará a su lado, sí, guiándolos a cada paso del camino.

Escuchen estas bellas palabras del presidente Joseph Fielding Smith al describir esta vida.

¿Parece larga la jornada? ¿El sendero abrupto y escarpado?

¿Hay brezos y espinas al pasar?

¿Hay piedras afiladas que hieren tus pies

al tratar de ascender y bajo el calor del día luchar?

¿Tienes débil y triste el corazón, el alma cansada en tu interior

Al llevar penosamente ese dolor opresor?

¿Es la carga muy pesada, que tienes que llevar?

¿Hay alguien en quien la puedas descargar?

No desfallezca tu corazón, la jornada ha comenzado;

Está Aquel en quien tú te has escudado.

Mira con gozo hacia arriba, y tómalo de la mano;

Te llevará a alturas a las que nunca has llegado.

Una tierra santa y pura, donde no haya más tribulación,

Donde tu vida libre estará de toda vejación,

Donde no habrá llanto de dolor, donde las penas se habrán de esfumar.

Toma Su mano, para con Él siempre estar.11

Que tengamos el valor para empezar a escalar nuestro propio monte Everest; que progresemos en la jornada de la vida paso por paso hasta que demos lo mejor de nuestro interior.

Nuestro Padre Celestial vive y conoce y ama a cada uno de nosotros. Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador y el Redentor de todos, y sí, el Príncipe de Paz. José Smith es el profeta de la Restauración, y el presidente Gordon B. Hinckley es nuestro profeta, vidente y revelador en la tierra hoy en día. Doy este testimonio, y les testifico que ustedes serán felices y estarán contentos si sólo dan su mejor esfuerzo. Ésa es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. “Everest Grueling for Blind Man”, Deseret News, 5 de junio de 2001, A12; véase también Karl Taro Greenfeld, Blind to Failure, Revista Time, 18 de junio de 2001.

  2. The Teachings of Joseph Smith, editado por Larry E. Dahl y Donald Q. Cannon, 1997, pág. 519.

  3. D. y C. 14:7.

  4. Mosíah 4:27.

  5. http://www.coachwooden.com/ bio.shtml

  6. http://www.coachwooden.com/ bodysuccess.shtml

  7. Salmos 119:105.

  8. 1 Nefi 8:24.

  9. Santiago 1:5.

  10. Jacob 7:26.

  11. “Does the Journey Seem Long?”, Hymns, núm. 127.