2002
Más que palabras
febrero de 2002


Más que palabras

Un sábado me hallaba sentado en la sala de estar con las Escrituras abiertas en la sección 20 de Doctrina y Convenios. Al leer con detenimiento las oraciones sacramentales en los versículos 77 y 79, subrayé las palabras que podrían ser difíciles de pronunciar: santifiques, memoria, mandamientos.

Yo era uno de los presbíteros mayores del barrio y el ofrecer esas oraciones se había convertido en algo casi automático para mí. Siempre me esforzaba por leer las palabras lentamente y con claridad para contribuir a mantener un espíritu de reverencia durante la reunión sacramental. Pero cuando el asesor del quórum de presbíteros me pidió que ayudara a Matt, el miembro más nuevo del quórum, a prepararse para bendecir la Santa Cena por primera vez, me pregunté si él sería capaz de decir bien toda la oración.

Conocía a Matt casi desde que mi familia se hizo vecina de la suya, cuando yo tenía nueve años. Matt, que padece del síndrome de Down, tenía mi edad y nos hicimos amigos. A lo largo de los años, a medida que crecíamos, estaba muy contento al verle recibir el Sacerdocio Aarónico, jugar en los equipos de básquetbol de la Iglesia y participar en el programa de escultismo y otras actividades. Pero como le costaba pronunciar las palabras, me preguntaba si sería capaz de cumplir con esa responsabilidad del sacerdocio.

Cuando Matt llegó a mi casa para practicar las oraciones conmigo, tenía una gran sonrisa en el rostro.

“Peter, adivina qué”, dijo con entusiasmo. “Mi hermano vuelve a casa la semana que viene. Estoy muy contento”.

“Es fantástico, Matt”, dije, mientras me daba cuenta de que la experiencia de bendecir la Santa Cena por primera vez iba a coincidir con el informe misional de su hermano. Todos sus familiares estarían allí. Sabía que iba a ser un día importante para Matt y su familia, y quería que todo saliera bien.

Al esforzarnos con las palabras de la oración, quedé impresionado con la determinación de Matt por aprender a cumplir con ese deber del sacerdocio. Leímos las oraciones varias veces, concentrándonos en las palabras que había subrayado y, cuando terminamos, Matt había mejorado notablemente y fue capaz de leer de carrerilla ambas oraciones. Aún así me preguntaba si los que no lo conocían bien serían capaces de entender sus palabras.

Una semana después, mientras estábamos sentados juntos ante la mesa sacramental, me sobrevino una sensación de nerviosidad en el estómago. Los familiares de Matt le miraban con ojos animados y alentadores desde sus asientos casi al frente de la capilla. Matt les sonreía y no parecía ni la mitad de nervioso que yo. Habíamos vuelto a practicar las oraciones el día antes y le había explicado el proceso para partir el pan y entregar las bandejas a los diáconos. Parecía haberlo entendido todo, pero yo estaba preocupado por si se me había olvidado algo o si él no se acordaba de todos los detalles.

Cuando llegó el momento del himno sacramental, nos levantamos para partir el pan. Matt lo partió solemnemente en pedacitos y los esparció por la bandeja; luego se fijó en mí para saber cuándo sentarnos.

“Ahora tenemos que arrodillarnos”, le susurré cuando hubo terminado el himno sacramental. Lo hicimos y luego Matt leyó cuidadosa y pausadamente cada palabra de la bendición del pan. A pesar de nuestros mejores esfuerzos, me di cuenta de que, mientras hablaba, la mayoría de los presentes no iba a entenderle; pero aun así, cuando Matt leyó la oración, pude sentir la presencia del Espíritu testificar de la importancia de esa sagrada ordenanza. Cuando Matt finalizó, nos pusimos de pie y entregamos las bandejas a los diáconos para que repartieran los emblemas entre la congregación.

Después de sentarnos, miré a los presentes —casi todos familiares de Matt y amigos suyos del barrio— y vi lágrimas en los ojos de muchos de ellos mientras participaban de la Santa Cena aquel domingo. Me di cuenta de que aunque las palabras no hubieran sido claras para todos, sí habían sentido el Espíritu y les había conmovido el deseo de servir de Matt.

Matt, ahora un élder, sigue encontrando formas de servir a los demás. Dirige la música y escoge a las personas para ofrecer la oración en los ejercicios de apertura del sacerdocio, ha servido como ayudante del maestro Scout y como misionero de estaca, y asiste al templo con frecuencia.

Siempre que abro mis Escrituras en Doctrina y Convenios 20, recuerdo la determinación que Matt tenía de servir, a pesar de su incapacidad. Su ejemplo de servicio al Salvador me ha ayudado a mí y a otras personas a hacer tal como nos recuerdan las oraciones sacramentales: “a recordarle siempre” (D. y C. 20:77).

Peter B. Gardner es miembro del Barrio Lakeview 1, Estaca Lakeview, Orem, Utah.