2002
Obtengamos las bendiciones
mayo de 2002


Obtengamos las bendiciones

Se cuenta que en cierta ocasión un viajero preguntó a un agricultor: “¿Cómo viene este año la cosecha del algodón?”.

El agricultor contestó: “No vendrá nada; no quise plantarlo por miedo al gorgojo”.

Al oír eso, el viajero siguió preguntando: “Bueno, pero usted va a tener una gran cosecha de maíz, ¿no?”.

“Es lo mismo”, fue la respuesta. “Temí que no lloviera lo suficiente para que madurara el grano”.

El viajero insistió: “Pero, ¡al menos tendrá una buena cosecha de papas!”.

“Tampoco. No me atreví a plantarlas por miedo a los insectos”.

Con cierta frustración, el viajero preguntó: “Entonces, ¿qué es lo que ha plantado?”.

“Nada”, fue la respuesta. “He preferido ir a lo seguro para no tener que lamentarme después”.

Hoy día hay muchas personas que se parecen al agricultor: oyen el Evangelio pero tienen miedo de averiguar su veracidad si lo plantan en el corazón y lo viven.

Podemos pasar por esta vida terrenal escuchando y obedeciendo las palabras de los profetas y las Escrituras, o podemos ser espectadores temerosos de aplicar esos principios a nuestra vida diaria.

El conocimiento de que el Evangelio es verdadero es el resultado del ser “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22); es el resultado del esforzarse por vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (D. y C. 84:44). No hay forma de que ninguno de los hijos de Dios pueda asegurarse las bendiciones del Altísimo, sin acciones dignas en la vida. Las bendiciones del Señor son el fruto de la obediencia a las leyes sobre las cuales éstas se basan.

Adaptado de un discurso pronunciado en la conferencia general de abril de 1988.