2002
Permanecer en la lancha
mayo de 2002


Nos Hablan Nuestros Profetas y Apóstoles

Permanecer en la lancha

Cuando la hermana Nelson y yo teníamos pocos años de casados y vivíamos en Minneapolis, Minnesota, en los Estados Unidos, decidimos disfrutar de una tarde libre con nuestra hijita de dos años de edad. Fuimos a uno de los muchos hermosos lagos de Minnesota y alquilamos una pequeña lancha. Después de remar y alejarnos de la orilla, nos detuvimos a descansar y a disfrutar de la tranquilidad. De pronto, nuestra hijita sacó una pierna por el costado de la lancha y se dispuso a tirarse por la borda, exclamando: “¡Ya es hora de irse, papi!”.

Rápidamente la detuvimos y le explicamos: “No, querida, no es hora de irse; debemos permanecer en la lancha hasta que nos lleve sanos y salvos de nuevo a tierra”. Después de mucha persuasión logramos convencerla de que el salir prematuramente de la lancha hubiera causado una desgracia.

Como hijos de nuestro Padre Celestial, quizás nosotros también queramos “salir de la lancha” antes de llegar al destino al que Él quiere que lleguemos. El Señor nos enseña una y otra vez que debemos perseverar (permanecer fieles) hasta el fin.

¿Y si Jesús hubiese flaqueado en Su cometido de hacer la voluntad de Su Padre? Su expiación no se habría llevado a cabo; los muertos no serían resucitados; las bendiciones de la inmortalidad y de la vida eterna no existirían. Pero Jesús sí perseveró. Durante la hora final, Jesús oró a Su Padre, diciendo: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4).

Al comienzo de Su ministerio terrenal, Jesús se empezó a preocupar por la dedicación de Sus seguidores. Él acababa de alimentar a los cinco mil, luego les había enseñado las doctrinas del reino, pero algunos habían murmurado: “…Dura es esta palabra; ¿quién la puede oir?” (Juan 6:60). Incluso después de haberles dado de comer, muchos carecían de la fe para perseverar con Él.

Volviéndose a los Doce, dijo: “…¿Queréis acaso iros también vosotros?

“Le respondió Simón Pedro: Señor,… Tú tienes palabras de vida eterna.

“Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:67–69).

Cuando sepamos sin duda alguna, al igual que Pedro, que Jesús es el Cristo, desearemos permanecer con Él y tendremos el poder para perseverar.

Adaptado de un discurso pronunciado en la conferencia general de abril de 1997.