2002
Cuando la vida se pone difícil
mayo de 2002


Cuando la vida se pone difícil

Era 1962 y yo tenía 19 años. Había sido llamado a servir en una misión en México cuando descubrí que tenía cáncer.

¿Cáncer? ¿Yo? Creía que sólo la gente de las grandes ciudades tenía cáncer. Después de algunas biopsias e intensos exámenes médicos realizados por especialistas competentes, supe que el problema que tenía con la hinchazón del antebrazo derecho se debía a un sarcoma osteogénico, que en palabras sencillas quería decir que tenía un tipo de cáncer de los huesos que en aquella época era casi mortal, aun con la amputación del miembro afectado.

¡Mortal! Tenía 19 años y jamás me había cruzado por la mente la idea de tener algo mortal. Sentía entusiasmo por servir en una misión, casarme en el templo, tener una gran familia y disfrutar de una vida maravillosa. A pesar de ello amaba al Señor y sabía que Él me amaba. Ya fuese que me permitiera quedarme aquí o irme de esta vida, me parecía bien.

La consecuencia inmediata fue la pérdida del brazo derecho; la consecuencia a largo plazo resultó ser una vida de aventura. Al mirar atrás, puedo decir con sinceridad que la pérdida del brazo, en vez de ser una experiencia trágica ha sido una de mis mayores bendiciones, pues he aprendido y me he beneficiado mucho debido a ella.

Los ajustes resultaron interesantes. Había estado trabajando como maderero y en la construcción de carreteras en los bosques del Pacífico Noroccidental, por lo que mi cuerpo era fuerte, pero estaba demasiado acostumbrado a hacer todo con la mano derecha y realmente echaba de menos ese brazo en el que tanto dependía. Aunque antes podía lanzar una pelota de béisbol más lejos que ningún otro jugador del equipo, con el brazo izquierdo sólo podía lanzarla una corta distancia. El poder escribir fue realmente un reto y hasta cualquier niño preescolar habría podido hacerlo mejor que yo. Todo me era difícil: atarme los zapatos, abrocharme las camisas, llevar objetos grandes, conducir, afeitarme, dibujar, comer, que se me quedaran viendo, soportar el dolor psicológico en el brazo amputado, etc.

Pronto me di cuenta de que tenía mucho a lo que debía acostumbrarme, mucho que aprender y volver a aprender. También me di cuenta de que había muy poco que pudiera hacer para remediar la situación. Tenía sólo un brazo y mi actitud al respecto —y sobre la vida en general— dependía por completo de mí. Me hallaba en una encrucijada. Era obvio que, si quería, podía echarme a llorar, o podía hacerme cargo de éste y de todos los demás retos con fe y una actitud positiva. Mi felicidad y bienestar eternos dependían de mi elección.

La decisión era sencilla: escogí ser positivo, creativo, muy activo y hacer todo lo posible por cumplir con mi destino como un hijo de Dios enviado a progresar gracias a una experiencia terrenal. Una vez tomada, la decisión fue firme y jamás la cuestioné.

El profeta José Smith (1805– 1844) tuvo muchos retos y padecimientos mientras languidecía en la cárcel de Liberty. Consternado por el bienestar de los santos y de su familia en los páramos, mientras su propia condición física era mala, suplicó al Señor saber por qué le ocurrían todas esas cosas cuando creía haber comprendido tan bien el proceso de la Restauración y del establecimiento de Sión. El Señor le dio una respuesta de la que todos nos podemos beneficiar durante esta vida repleta de tantas dificultades: “…entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (D. y C. 122:7).

Mientras iba aprendiendo de la experiencia de mi propia vida, me quedé a solas en mi cuarto pocos días después de la operación, preparándome para ir a las reuniones de la Iglesia. Sostenía una corbata en la mano y pensé: ¿Y ahora qué voy a hacer con esta corbata? Pensé en pedir ayuda a mi madre, pero rechacé la idea, pues sabía que ella no podía ir conmigo a la misión para atarme la corbata y cuidar de mí. Simplemente tenía que arreglármelas solo. Con paciencia logré atarme la corbata y aunque tuve que valerme un poco de los dientes, supe que podía hacerlo y hacerlo bien. Ese día se abrió mi entendimiento y pude ver con claridad que, con fe, paciencia y determinación, podía ser capaz de resolver casi cualquier reto al que tuviera que enfrentarme.

Con el tiempo me di cuenta de que esa misma fe, determinación y actitud positiva podrían ayudar a cualquiera a enfrentar los diferentes desafíos de la vida. Mi propia historia tiene que ver con un problema físico, pero nosotros, los seres humanos, hacemos también frente a todo tipo de problemas; pueden ser problemas relacionados con las finanzas, problemas de relaciones familiares, de adquirir una educación académica, de sentirnos rechazados, de perder a un ser querido o el que no se nos comprenda. Con frecuencia, los retos de los jóvenes tienen que ver con las tentaciones relacionadas con la Palabra de Sabiduría, un lenguaje inapropiado, la pureza moral, entretenimientos impropios o el navegar por Internet.

Permítanme compartir cuatro principios que podrían resultarles útiles.

1. Conozcan a Su Padre Celestial.

Asegúrense de conocer la relación que existe entre ustedes y su Padre Celestial y el Salvador. Dicho de otra forma, asegúrense de saber quiénes son ustedes. Su testimonio del plan de felicidad que su Padre Celestial ha preparado para ustedes les ayudará a entender su destino eterno y contribuirá en su determinación de tener éxito en la jornada de la vida. El motivo para tener y guardar los mandamientos se torna claro cuando entendemos lo que el Señor quiere que lleguemos a ser. Asegúrense de entender el plan de salvación y que su testimonio del Evangelio sea sólido.

Un testimonio de esas cosas de tanta importancia no es gratuito, pero aumentará a medida que oren cada día con fe, lean las Escrituras y participen dignamente de la Santa Cena cada domingo.

2. Decídanse Ya.

Decidan ahora cómo actuarán cuando surja la presión de las amistades y la tentación. A los 12 años de edad tomé la decisión personal de siempre cumplir con la Palabra de Sabiduría. Con el tiempo, cuando aparecían las invitaciones a quebrantar ese mandamiento, la respuesta “¡No!” siempre era amable, rápida y eficaz. Dado que había determinado de antemano cómo reaccionaría cuando recibiera ese tipo de invitaciones, nunca me sentí amenazado por la posibilidad de tomar una mala decisión debido a la presión de mis amigos.

Nada se pierde si se tiene buen juicio. Recuerden que si con antelación no han tomado la determinación de lo que harán cuando se presenten las invitaciones o las tentaciones destructivas, la probabilidad de tomar una decisión equivocada es mucho mayor.

Soy sumamente consciente de que algunos de ustedes todavía no han hecho lo que les estoy aconsejando y ya han caído en errores graves. Es probable que sólo ustedes y una o dos personas más estén al tanto de esos errores, pero aún así son una vergüenza para su alma. Aunque quieran arreglar las cosas con el Señor, quizás no sepan a dónde acudir o cómo solucionar el problema. Les sugiero que hablen con el Señor mediante la oración sincera, que expliquen la situación a su obispo o presidente de rama y que hablen con sus padres. Tal vez piensen que recibirán crítica y sentirán vergüenza, pero yo creo que más bien hallarán amor, apoyo y una magnífica oportunidad para enmendar sus errores.

3. No Demoren el Arrepentimiento.

Asegúrense de no dejarse engañar pensando que el camino es fácil, que pueden vivir según los valores del mundo y que no importa lo que hagan, el Señor los librará, por lo que pueden demorar su arrepentimiento. Les ruego que no caigan en la trampa de la que habla Nefi: “Y también habrá muchos que dirán: Comed, bebed y divertíos; no obstante, temed a Dios… él justificará la comisión de unos cuantos pecados; sí, mentid un poco, aprovechaos de alguno por causa de sus palabras, tended trampa a vuestro prójimo; en esto no hay mal; y haced todas estas cosas, porque mañana moriremos; y si es que somos culpables, Dios nos dará algunos azotes, y al fin nos salvaremos en el reino de Dios” (2 Nefi 28:8).

El Señor desea que volvamos a Él, pero no podemos hacerlo y a la vez abrazar los pecados y las manchas del mundo. Él quiere que seamos discípulos verdaderos que tienen el cometido de esforzarse por ser como Él, lo cual requiere de trabajo y disciplina a fin de disfrutar de las bendiciones que Él desea compartir con nosotros. Cuando nos arrepentimos y damos lo mejor de nosotros mismos, el Señor, en Su misericordia, puede ayudarnos a ser limpios.

4. Guarden los Mandamientos.

Asegúrense de tener el Espíritu con ustedes cada día de su vida. La próxima vez que participen de la Santa Cena, presten mucha atención a las palabras de las oraciones y oirán un promesa muy especial para aquellos que guarden los mandamientos: que “siempre puedan tener su Espíritu consigo” (Moroni 4:3). Qué gran bendición son los mandamientos.

Algunos creen que los mandamientos tienen como propósito imponernos restricciones, pero en realidad se nos han dado para que lleguemos a ser más como nuestro amoroso Padre Celestial, el cual desea compartir increíbles bendiciones eternas con Sus fieles hijos e hijas. Él nos invita a evitar y desechar las cosas que no pertenecen a un estilo de vida que con tanta ansia desea compartir con nosotros.

Hace un par de años, cuando la hermana Dickson y yo llegamos al Centro de Capacitación Misional de Provo para hablar ante los misioneros, el presidente del CCM me pidió que me anudara la corbata ante los misioneros para ayudarles a entender que podían afrontar los desafíos relacionados con el servicio misional. Accedí a su petición y aproveché para ajustar mi discurso para abarcar algunos aspectos ya tratados en este artículo.

Cuando estaba a punto de concluir, invité a cuatro misioneros de la primera fila a acercarse al púlpito para hacer una competición de anudado de corbatas. Uno me preguntó si debían utilizar sólo la mano izquierda, pero yo sugerí que iban a necesitar las dos. Como pueden imaginarse, los misioneros se quedaron muy sorprendidos cuando les gané a todos.

Sin embargo, este artículo tiene muy poco que ver con ser el más rápido anudador de corbatas, el mejor guardameta, la mejor animadora o el campeón de degustación de hamburguesas. Simplemente, tiene que ver con saber quiénes somos, que ciertamente le importamos a nuestro Padre Celestial y que Él nos ama y nos desea a Su lado. Al mismo tiempo, quiere que seamos limpios, que aprendamos y maduremos con las experiencias.

Con el transcurso de los años, he hecho frente a muchas dificultades en la vida, tal y como lo harán ustedes. Durante ese tiempo, en medio de tan interesantes aventuras, la vida ha sido apacible y fácil. Pero cualquier verdadero crecimiento personal siempre ha ocurrido mientras intentaba resolver cualquiera de los problemas que la vida nos presenta. A medida que éstos vayan llegando, debemos mirarlos como peldaños hacia nuestro desarrollo y no como barreras que detienen nuestro progreso. Los problemas vendrán, y nosotros simplemente tenemos que vencerlos y seguir adelante.