2002
El tesoro de El Dorado
septiembre de 2002


El tesoro de El Dorado

Estos jovencitos argentinos saben qué es lo que tiene mayor valor.

Según la leyenda, El Dorado era el lugar de un gran tesoro, con ciudades hechas de oro. Era tan codiciado, que un hombre llamado Coronado pasó toda su vida buscándolo, pero jamás lo encontró. Hubo quienes pelearon y murieron por el tesoro, dando sus vidas a cambio de la búsqueda de riquezas.

Pero otros, entre ellos cuatro jóvenes Santos de los Últimos Días de Buenos Aires, Argentina, conocen un tesoro de otro tipo. No se trata de un tesoro de la tierra, sino de la eternidad: el Evangelio restaurado de Jesucristo, un tesoro que literalmente fue llevado hasta la puerta de sus casas.

Una tarde de abril de 1999, en un barrio de Buenos Aires llamado El Dorado, dos jóvenes con corbata y camisa blanca llamaron a la puerta de la familia Vallejos. Los jóvenes se presentaron como misioneros que declaraban la palabra de Dios por todo el mundo; dijeron que su mensaje incluía una invitación universal para encontrar a Jesucristo y el verdadero camino que nos llevará de regreso a Dios el Padre.

¡Semejante mensaje sería un tesoro de verdad! El padre de la familia, Rubén Orlando Vallejos, pensó que debía oír lo que tenían que decir esos jóvenes, así que empezó a reunirse con ellos y a conversar sobre el Evangelio, y sus hijos, Matías, de doce años, y Elías, de once, participaban de vez en cuando.

Al principio, los jovencitos no entendían esas palabras sobre la restauración de la Iglesia verdadera, pero a medida que pasaba el tiempo, se convencieron cada vez más del valor de lo que les decían los misioneros, por lo que pidieron que también se les enseñaran las charlas.

“La vez que recibimos oficialmente la primera charla de los misioneros”, nos explica Elías, “nos dijeron que oráramos y preguntáramos si el Libro de Mormón y la Iglesia eran verdaderos. Yo oré esa misma noche y cuando desperté al día siguiente, tenía ganas de hacer todas las cosas que nos habían pedido los misioneros. Aprendí que cuando oramos con un corazón sincero, nuestras oraciones siempre reciben una respuesta”.

Un entendimiento del poder de la oración y el comienzo de un testimonio de la verdad sí que eran un tesoro.

Matías empezó también a encontrar el tesoro: “Las Escrituras y las publicaciones de la Iglesia me ayudaron mucho”, dice. Hubo un pasaje en particular del Libro de Mormón que le causó una profunda impresión: “¡Oh recuerda, hijo mío, y aprende sabiduría en tu juventud; sí, aprende en tu juventud a guardar los mandamientos de Dios!” (Alma 37:35).

Esos hermanos empezaron a asistir a las reuniones del Barrio El Dorado, Estaca Florencio Varela, Argentina, y el 29 de septiembre de 1999, con el consentimiento de sus padres, Matías y Elías se bautizaron.

Continuaron aprendiendo cuán ricos podían llegar a ser espiritualmente. Por ejemplo, dos semanas después de su bautismo, Matías recibió el Sacerdocio Aarónico y fue ordenado diácono. “Sentí de inmediato que había recibido poder de los cielos”, dice. También percibió la influencia del Espíritu Santo, don que había recibido al ser confirmado miembro de la Iglesia.

“Había tenido la tentación de ponerme un arito (pendiente)”, dice, “pero luego recibí un folleto donde decía cómo vestirse para asistir a las reuniones y a las actividades. Después de leer eso, me arrepentí. Mi madre me preguntó si iba a volver a ponérmelo, pero le dije que el hacerlo ya no me parecía correcto. Ahí quedó todo. Hallé fortaleza en ser capaz de vencer la tentación. Sentí que el Espíritu me susurraba y me decía que hiciera lo correcto”.

Poder en el sacerdocio y la guía del Espíritu Santo: ciertamente éstos también son un tesoro.

Matías y Elías quedaron tan impresionados con las cosas que estaban aprendiendo, que deseaban compartir ese entendimiento recién descubierto. Empezaron a hablar con algunos amigos del vecindario, los hermanos Anríquez, Juan Carlos, de doce años, y Esteban, de once. Juan Carlos mostró un interés particular y no tardó en recibir las charlas y asistir a las reuniones de la Iglesia. Se bautizó varios meses después y al poco tiempo fue ordenado diácono.

Matías y Juan Carlos continuaron su progreso en el sacerdocio. A los trece años de edad, se llamó a Matías como presidente del quórum de diáconos. Elías cumplió doce años y fue ordenado diácono. Un año más tarde, al cumplir catorce años de edad, Matías avanzó al oficio de maestro y poco tiempo después se le llamó como presidente del quórum de maestros. Juan Carlos también cumplió catorce años y fue ordenado maestro.

Entonces sucedió algo maravilloso: Rubén Orlando Vallejos, el padre de Matías y de Elías, también se bautizó. El hermano Vallejos trabaja de carnicero y su horario le imposibilitaba asistir a las reuniones, pero el ver el progreso y el servicio que sus hijos prestaban a los demás le inspiró. El día de su bautismo hubo una gran celebración, ¡con asado incluido! Sin embargo, lo más impresionante fueron los sentimientos espirituales de todos los asistentes.

Matías y Elías preguntaron a su amigo Esteban qué pensaba sobre el bautismo. “Respondí que había sentido algo especial y que me gustaba mucho”, recuerda Esteban. Le preguntaron si le gustaría recibir las charlas. “Dije que sí. ‘De hecho’, dije, ‘me gustaría bautizarme’ ”. A las pocas semanas, después de habérsele enseñado el Evangelio, Esteban fue bautizado y al poco tiempo fue ordenado diácono.

El servicio en el sacerdocio: un tesoro de amistad. La emoción de ver a otras personas aceptar el Evangelio: un tesoro de dicha. Estas riquezas son inmensurables, pues son un tesoro de valor eterno.

Visite hoy día a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico del Barrio El Dorado y verá a los hermanos Vallejos y Anríquez en acción. Elías es el presidente del quórum de diáconos y Esteban es su consejero. Matías es el presidente del quórum de maestros y Juan Carlos es su consejero. Cada semana ellos dedican un tiempo para visitar a los miembros de sus quórumes que no asisten a las reuniones, y han tenido éxito en integrar de nuevo a algunos jóvenes que de otro modo se habrían perdido. Matías y Juan Carlos ya tienen edad para asistir a las clases de seminario matutino. Los domingos, esos cuatro amigos participan juntos en la preparación y repartición de la Santa Cena. Los hermanos Vallejos le dirán que su padre ha compartido su testimonio con algunos de sus clientes y que varios de ellos están recibiendo las charlas.

El propio testimonio de estos jóvenes ha crecido a medida que lo han compartido con otras personas. Matías habla de una de sus recientes experiencias fortalecedoras: “Hace poco, un sábado antes de acostarme, me hallaba orando y pidiendo que más personas asistieran a la Iglesia. Ese domingo asistieron muchas personas y me sentí bien. Cosas así fortalecen mi testimonio. El leer en Doctrina y Convenios sobre José Smith también fortalece mi testimonio; quiero orar como él, ¡pues él tenía mi edad!”.

Elías también conoce el poder de la oración: “Por mis oraciones sé que el Libro de Mormón es verdadero, que la Iglesia es verdadera, que seguiré progresando hacia mis metas. Continuaré progresando hasta que vaya a la misión”. Y entonces progresará aún más.

Juan Carlos se siente agradecido por el progreso que ha tenido hasta ahora. “Estoy agradecido a Matías y a Elías por llevarnos a mi hermano y a mí a la Iglesia”, dice. Esteban está de acuerdo. “Nos ayudaron a encontrar el mayor de todos los tesoros”, declara. “Nos ayudaron a encontrar la verdad”.

Testimonio sobre testimonio. Perspectiva eterna. Las riquezas del corazón y del alma. Sí, uno puede encontrar el tesoro de El Dorado; es una perla de gran precio, un tesoro espiritual de infinito valor.