2002
Una Navidad blanca en Ecuador
diciembre de 2002


Una Navidad blanca en Ecuador

Al ser un misionero nuevo, estaba ansioso por ver cómo sería la Navidad en Guayaquil, Ecuador, donde estaba sirviendo.

Sabía que no íbamos a tener una Navidad con nieve, como las que estaba acostumbrado a tener. Al pensar en las cenas con pavo, en los regalos, luces y villancicos, empecé a echar de menos las tradiciones navideñas con las que estaba familiarizado.

Mi compañero y yo sentíamos una urgencia renovada y una mayor responsabilidad de predicar el Evangelio restaurado de Jesucristo para dar más sentido a esa época de la Navidad.

Un día de diciembre nos detuvimos en el humilde hogar del señor Torres, donde recibimos una cálida bienvenida. Nos dijo que llevaba ochos años aguardando y orando por la verdad. Mi compañero y yo llevábamos dos meses pasando cada día frente a su casa sin detenernos. El señor Torres dijo: “Siempre quise detenerlos para preguntarles sobre su iglesia, pero caminaban tan rápido que llegué a pensar que estaban demasiado ocupados para mí”. Sus oraciones fueron contestadas y empezamos a enseñar al señor Torres y a su familia con gran gozo.

El día de Navidad se aproximaba y, al acercarnos al hogar de los Torres, teníamos muchas ganas de verlos y enseñarles la cuarta charla. Antes de llamar a la puerta, vimos por la ventana una escena que conmovió nuestros corazones.

Toda la familia irradiaba belleza con sus ojos amorosos, mejillas rosadas y rostros amables que brillaban bajo la débil luz del cuarto. Al pie de un árbol, en una mesa situada en un rincón, estaban las figuritas de un nacimiento en miniatura que representaban una pequeña familia en un establo. Dos niñitas se inclinaban sobre el hombro de su madre mientras ella les leía de un libro que le habíamos dado: Principios del Evangelio. El hijo mayor, Víctor, de ocho años, miraba con atención mientras su padre tocaba “Noche de luz” en un xilófono.

Víctor nos vio y corrió a saludarnos, y juntos cantamos “Noche de luz” en español. Luego nos pidieron que la cantáramos en inglés, y después nuevamente la cantamos todos juntos en español.

La hermana Torres nos dijo que antes de compartir nosotros el Evangelio con su familia, no le apetecía celebrar la Navidad, pero ahora, las láminas de Cristo, la música navideña y el nacimiento habían salido de los cajones donde habían estado acumulando polvo durante los últimos tres años. Al haberles presentado el mensaje del Evangelio, de nuevo habían empezado a sentir el verdadero espíritu de la Navidad. Como siervos del Señor que testificamos en Su nombre, habíamos ayudado a que Jesucristo volviera a tener importancia para esa familia durante la época de Navidad.

La tercera semana de diciembre, la Navidad se hizo realidad para mí al contemplar a los hermanos Torres y a su hijo Víctor, todos vestidos de blanco, entrar en las aguas del bautismo y convertirse en miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Mi compañero se volvió hacia mí y me susurró: “Después de todo, parece que ésta sí es una blanca Navidad”. No habría podido pedir una Navidad más significativa.

Carl Grossen es miembro del Barrio Crescent Park 3, Estaca Crescent Park, Sandy, Utah.