2002
Ella trajo la luz
diciembre de 2002


Ella trajo la luz

Hace muchos años, mi esposo Ken y yo nos mudamos a Provo, Utah, para que él pudiera asistir a la Universidad Brigham Young. Antes de la mudanza, Ken había viajado hasta allí, comprado una casa móvil, y había hecho los arreglos para tener agua, gas y electricidad el día que nos trasladáramos.

Llegamos a Provo una fría noche de diciembre con todas nuestras pertenencias empacadas en la parte trasera del camión de alquiler. Estábamos cansados y tensos después del largo viaje. Yo estaba embarazada de seis meses y empezaba a sentir los efectos de limpiar, empacar y viajar. Shawna, nuestra pequeña hija de quince meses, estaba cansada y lloraba.

Al abrir la puerta de nuestra casa, nos recibió una bocanada de aire helado. Los servicios de electricidad y agua funcionaban, pero por alguna razón, el del gas no. Demasiado cansados para hacer nada más, pusimos un colchón en el suelo y conectamos una manta eléctrica para mantenernos abrigados. Intentamos dormir con nuestra hijita entre nosotros, pero ella lloró gran parte de la noche. Cuando amaneció, estábamos casi tan cansados como cuando nos acostamos.

Luego de descargar el camión, Ken se fue a devolverlo, a hablar con la compañía del gas y a hacer los arreglos para instalar un teléfono. Yo le puse a Shawna su traje para la nieve y la senté en su sillita para que jugara con unos juguetes mientras yo empezaba a desempacar.

Al desempacar la sartén eléctrica, decidí usarla para calentar agua para lavar los estantes, pero al abrir los grifos del fregadero, la llave se me quedó en la mano y empezó a salir un chorro de agua. Intenté cerrar la válvula del fregadero, pero no me era posible hacerla girar. Desesperadamente, busqué la válvula de cierre de la casa, pero para cuando la encontré, descubrí que la cocina y la sala estaban inundadas.

Al empezar frenéticamente a alejar las cajas del agua, Shawna percibió mi pánico y empezó a llorar. Seguí intentando levantar las cajas con un brazo, mientras con el otro sujetaba a la pequeña.

En ese momento empecé a sentir contracciones prematuras. Ahora sí que era presa del pánico. No conocía a nadie en el vecindario y no disponía de un teléfono con el que pudiese pedir ayuda; oré con desesperación: “¡Padre Celestial, por favor, ayúdame!”.

Jamás olvidaré el momento en que dos minutos más tarde llamaron a la puerta. La mujer que estaba allí temblaba y tenía las manos y los brazos cubiertos de espuma de jabón que le llegaba hasta los codos. Dijo que se llamaba Amalia Van Tassel, que era la presidenta de la Sociedad de Socorro de la rama y que el Espíritu la había enviado.

Tiempo después me enteré que Amalia había estado lavando los platos cuando tuvo la impresión de que debía ir a ver cómo estaba la nueva familia que se había mudado a la vecindad. Percibiendo que era algo urgente, le dijo a su hija mayor que cuidara de los más pequeños y sin siquiera detenerse para secarse las manos ni ponerse el abrigo, fue corriendo a mi puerta.

Amalia me ayudó a acostarme, consoló a Shawna, limpió todo lo que pudo e invitó a nuestra familia a cenar. Ella trajo luz, seguridad y consuelo aquel oscuro día de diciembre. El descanso detuvo las contracciones, Ken arregló el fregadero, el empleado de la compañía de gas nos dio suministro y unos calefactores eléctricos portátiles secaron la alfombra mojada.

Siempre me he sentido agradecida a mi Padre Celestial por contestar mi oración aquel día y por una amorosa presidenta de la Sociedad de Socorro que respondió con rapidez a las impresiones del Espíritu Santo.

Muriel Robinson es miembro del Barrio Sunset Heights 3, Estaca Sunset Heights, Orem, Utah.