2003
El bautismo
enero de 2003


Testigos especiales

El bautismo

¿Sabías que de niño el élder Robert D. Hales vivió en el estado de Nueva York, pero pasaba el verano en las granjas de sus parientes de Utah? Allí aprendió a enfardar heno, montar a caballo y cuidar de las ovejas y las vacas. Aquí él nos enseña la importancia y el significado del bautismo.

Al bautizarnos, hacemos un convenio con nuestro Padre Celestial de que estamos dispuestos a entrar en Su reino y guardar Sus mandamientos a partir de ese momento, aun cuando sigamos viviendo en el mundo.

Es tan importante entrar en el reino de Dios, que Jesús fue bautizado para mostrarnos “la angostura de la senda, y la estrechez de la puerta por la cual [debemos] entrar” (2 Nefi 31:9). “…Mas no obstante que era santo, él muestra a los hijos de los hombres que, según la carne, él se humilla ante el Padre, y testifica al Padre que le sería obediente al observar sus mandamientos” (2 Nefi 31:7).

Él dio el ejemplo para que todos nosotros nos humillemos ante el Padre Celestial. A todos se nos extiende la invitación de entrar en las aguas del bautismo. Él fue bautizado para testificar a Su Padre que sería obediente en guardar Sus mandamientos; fue bautizado para mostrarnos que debemos recibir el don del Espíritu Santo (véase 2 Nefi 31:4–9).

Cuando somos bautizados, tomamos sobre nosotros el sagrado nombre de Jesucristo. El tomar Su nombre sobre nosotros es una de las experiencias más significativas que tenemos en la vida.

Cada semana, en la reunión sacramental, prometemos recordar el sacrificio expiatorio de nuestro Salvador al renovar nuestro convenio bautismal. Prometemos hacer lo que hizo el Salvador: obedecer al Padre y guardar siempre Sus mandamientos. La bendición que recibimos a cambio es tener siempre Su Espíritu con nosotros.

Siento inmensa gratitud por mi bautismo y mi confirmación en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Me siento agradecido por la fortaleza espiritual y por la guía que el don del Espíritu Santo me ha dado a lo largo de la vida.

Tomado de un discurso de la Conferencia General de octubre de 2000.