2003
Un testimonio cada vez mayor
abril de 2003


Ven y escucha la voz de un profeta

Un testimonio cada vez mayor

Al reflexionar en mi vida, distingo una fuente de fortaleza singular y de bendiciones; es mi testimonio y conocimiento de que Jesús es el Cristo, el Salvador y el Redentor de todo el género humano. Me siento profundamente agradecido porque toda mi vida he tenido una fe sencilla en que Jesús es el Cristo. Ese testimonio me ha sido confirmado cientos de veces. Es el conocimiento supremo de mi alma. Es la luz espiritual de mi ser. Es la piedra angular de mi vida.

La primera piedra angular de mi testimonio se estableció hace mucho tiempo. Uno de mis primeros recuerdos es el haber tenido una aterradora pesadilla cuando era muy pequeño. Todavía la recuerdo vívidamente. Debo de haber gritado de miedo durante la noche. Mi abuela fue a despertarme. Yo lloraba y ella me tomó entre sus brazos, me abrazó y me consoló. Trajo un tazón de arroz con leche que había quedado de la cena y que era mi predilecto; yo me senté en su regazo y ella me lo dio a comer en la boca. Me dijo que estábamos seguros en casa porque Jesús velaba por nosotros. Sentí en ese entonces que así era en realidad y todavía lo creo. Me sentí reconfortado en cuerpo y alma, y volví apaciblemente a acostarme, seguro de la divina realidad de que Jesús sí vela por nosotros.

Aquella primera y memorable experiencia condujo a otras poderosas confirmaciones de que Dios vive y de que Jesús es nuestro Señor y Salvador. Muchas de ellas vinieron en respuesta a la oración ferviente. De niño, cuando perdía cosas como mi valiosísima navaja, aprendí que si oraba con fervor, por lo general podía encontrarlas. Y siempre pude hallar las vacas perdidas que se habían confiado a mi cuidado. A veces, tenía que orar más de una vez, pero parecía que mis oraciones siempre eran contestadas. En ocasiones la respuesta era no, pero más a menudo era positiva y de confirmación. Aun cuando la respuesta era no, llegué a saber que, en la gran sabiduría del Señor, la respuesta que recibía era la mejor para mí. Mi fe siguió creciendo como bloques que se van colocando sobre la piedra angular, línea sobre línea, precepto tras precepto.

Reconozco humildemente que esas muchas experiencias me han servido para obtener un conocimiento firme de que Jesús es nuestro Salvador y Redentor. He oído Su voz y he sentido Su influencia y Su presencia, las que han sido como un manto de cálido abrigo espiritual. Lo asombroso de ello es que todos los que a conciencia se esfuercen por guardar los mandamientos y por apoyar a sus líderes pueden recibir ese mismo conocimiento en cierta medida.

Adaptado de un discurso de la conferencia general de octubre de 2000.