2003
El discurso de Isaac
junio de 2003


El discurso de Isaac

“Lo que sabemos hablamos” (Juan 3:11).

Basado en un hecho real

Isaac sabía que su clase de la Primaria estaba a punto de terminar porque podía oír a la gente al otro lado de la puerta. Luego su maestra pidió a alguien que ofreciera la oración.

En cuanto dijo “Amén”, Isaac se puso de pie y se apresuró a salir por la puerta. Le gustaba su clase de la Primaria, pero siempre estaba ansioso de ver a sus padres y a su hermano pequeño, Luke. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la puerta, su maestra le dijo: “Isaac, ¿podrías venir un minuto, por favor?”.

“Claro”, respondió Isaac mientras la hermana Nelson pedía a otros niños que se acercaran hasta su silla. La hermana Nelson les entregó unos pedacitos de papel. “¿Podrías dar un discurso en los ejercicios de apertura de la próxima semana?”, le preguntó.

“Sí”. Isaac ya tenía cinco años, por lo que pudo identificar su nombre escrito en el papel junto con muchas palabras más. No intentó leerlas pues estaba seguro de que decían cosas sobre su discurso. Él había respondido que sí porque siempre se esforzaba por hacer lo que le pedía su maestra, pero le asustaba hablar para toda la Primaria. Sabía que hasta los niños más pequeños se turnaban para discursar, leer pasajes de las Escrituras y ofrecer oraciones, pero no era capaz de recordar haber hecho nada de eso con anterioridad.

Pensó en los discursos que habían dado otros niños. A veces, cuando se levantaba un niño muy pequeño, terminaba por asustarse tanto que no era capaz de decir nada y su padre o su madre tenían que dar el discurso. Otras veces, los niños leían relatos como parte de sus discursos, pero Isaac aún no podía leer tan bien. Algunos discursos eran difíciles de entender que hasta se olvidaba de prestarles atención. ¡Isaac no podía imaginarse qué tipo de discurso podría dar con sólo cinco años!

“Bueno”, se dijo, “quizás la maestra se olvide de mí”. Se detuvo en la entrada y de pronto vio a su madre y a Luke que se acercaban desde la guardería. “¡Hola, mamá!”, dijo, dándole un gran abrazo.

“¿Qué es esto?”, le preguntó su madre tomando el papel. “¡Qué bien! La semana que viene tienes discurso”.

Isaac intentó sonreír y asintió levemente con la cabeza. Quizás a su madre también se le olvidara, o eso esperaba.

De camino a casa, mamá le habló a papá sobre el discurso de Isaac. “¡Fantástico!”, dijo su padre. “Nos aseguraremos de ir a oírte, Isaac. ¿Quieres que mamá o yo te ayudemos a dar el discurso?”.

¿Alguien podría ayudarle con el discurso? De repente se sintió mucho mejor. “Tal vez mamá”, dijo.

“De acuerdo”, respondió su madre. “Pronto comenzaremos a prepararlo”.

Pasaron el domingo, el lunes y el martes, e Isaac se olvidó por completo del discurso. Pero el miércoles, su madre le dijo: “Isaac, es hora de preparar tu discurso para la Primaria”.

“¡Ay, no!”, se dijo para sí. “Se acordó”. Se acercó lentamente hasta donde estaba sentada su madre con un bolígrafo y un cuaderno. Él tenía una extraña sensación en el estómago. “Mamá, en realidad no quiero dar un discurso. No sé cómo hacerlo, y tengo miedo”.

“Todo va a salir bien. Hablemos de ello”. Su madre le pasó el brazo por los hombros. “Te han pedido que hables sobre la fe en Jesucristo. ¿Qué crees que es la fe?”.

Isaac recordó a su maestra de Primaria hablar sobre la fe, y a sus padres hablar de ello en una noche de hogar, pero estaba seguro de que no sabía lo suficiente como para dar un discurso. “¿Es como orar y guardar los mandamientos?”, preguntó con el ceño fruncido por la preocupación.

La madre escribió algo en el cuaderno. “Sí”, dijo. “¿Por qué oramos y guardamos los mandamientos?”.

“Porque Jesús y nuestro Padre Celestial desean que lo hagamos”. Era una pregunta fácil.

La madre volvió a escribir algo más. “¿Qué le sucede a tu fe cuando oras y guardas los mandamientos?”.

“Se hace más grande”. Recordó a su maestra decir que escoger lo correcto ayuda a que la fe crezca.

“Isaac, ¿cómo te sientes cuando tu fe crece? ¿Cómo te sientes cuando oras y guardas los mandamientos?”

“¡Feliz!”. Isaac deseó que fuera tan fácil dar un discurso sobre la fe como lo era hablar de ello con su madre.

“Algunas preguntas más”, dijo su madre. “¿Crees en Jesucristo?”. Cuando él dijo que sí, su mamá le preguntó: “¿Por qué?”.

“Porque las Escrituras dicen que Él vive”. Isaac se sentía bien cuando hablaba de Jesucristo; podía sentir cómo Él le amaba. Sonrió y se inclinó sobre su madre mientras ella escribía.

De repente, su madre le dio una sorpresa cuando le dijo: “¡Muy bien! Has terminado de escribir tu discurso. Ahora practiquemos la forma de darlo”.

El domingo por la mañana, Isaac se dirigió lentamente al frente del salón de la Primaria y desdobló la hoja en la que su mamá había escrito mientras le hizo las preguntas. ¡Sus respuestas eran el discurso! Lo había practicado diciéndolo a su padre varias veces. Su madre se le acercó y empezó a decirle al oído las preguntas que había respondido anteriormente, por lo que Isaac dio el discurso con sus propias palabras:

“Tener fe en Jesucristo significa orar y guardar los mandamientos. Oramos y guardamos los mandamientos porque nuestro Padre Celestial y Jesucristo quieren que lo hagamos, y entonces nuestra fe crece. Me siento feliz cuando oro y guardo los mandamientos, y mi fe crece. Creo en Jesucristo porque las Escrituras dicen que Él vive. En el nombre de Jesucristo. Amén.”

Vio que su padre le sonreía desde el fondo del cuarto y que todos estaban callados, ¡pues le habían estado prestando atención! Al pasar al lado de su maestra vio que ella estaba feliz. Él se sentía muy bien. ¡Había dado un discurso de verdad y sentía que Jesús también estaba contento por ello!

“La mayoría de la gente… va a la Iglesia… en busca de una experiencia espiritual… Aquellos de nosotros que seamos llamados a tomar la palabra… tenemos la obligación de hacerlo, de la mejor manera posible. Únicamente podemos lograrlo si nosotros mismos nos esforzamos por conocer a Dios, si nosotros mismos buscamos continuamente la luz de Su Hijo Unigénito. Luego, si nuestro corazón está en paz… si hemos orado… si nos hemos preparado y preocupado hasta el grado de que no sepamos qué más hacer, Dios nos podrá decir, tal como lo hizo con Alma y los hijos de Mosíah: ‘… levanta la cabeza y regocíjate… y os daré el éxito’ [Alma 8:15; 26:27].”

Élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, “ ‘Venido de Dios como maestro’ ”, Liahona, julio de 1998, pág. 27.