2003
Confiada a mi cuidado
julio de 2003


Confiada a mi cuidado

Temprano una mañana de enero, mi esposo y yo íbamos de camino al hospital para el alumbramiento de nuestra quinta hija, Charlotte. Yo había estado algo nerviosa durante el embarazo y ahora atosigaba a mi esposo: “¿Y si el bebé no nace sano?”.

“Le querremos igual”, respondía él en tono consolador.

Cuado finalmente la bebé estuvo a mi lado en la sala de partos, la examiné. parecía perfecta, pero cuando se la llevaron con urgencia, pregunté alarmada: “¿Qué sucede? ¿Está bien mi bebita?”.

“El médico hablará con usted”, respondió la enfermera. Se me hizo un nudo en el estómago y empezaron a aflorar mis peores temores.

El médico nos dijo que nuestra bebé padecía el síndrome de Down. Pesar, incredulidad, ira y culpa estallaron al unísono.

“¿Por qué nosotros? ¿Por qué Charlotte?”, me preguntaba. Mi mundo parecía haber cambiado para siempre y no sabía cómo hacerle frente.

El nacimiento de Charlotte marcó el comienzo de tiempos difíciles. Poco tiempo después mi suegra sufrió una embolia; dos de nuestros autos se descompusieron; el negocio familiar pasaba por dificultades; Charlotte precisó cirugía de ojos, oídos y corazón; y estábamos inundados de facturas médicas.

Un día particularmente abrumador, llevé a Charlotte a nuestra habitación y ofrecí una oración llena de desaliento. “Padre Celestial, esto es más de lo que puedo soportar. Por favor, ayúdame”. Me puse en pie lentamente y encendí el televisor para ver las noticias, intentando distraerme.

Una de las noticias principales describía un accidente de aviación que acabó con la vida de todos los pasajeros. Por primera vez veía las noticias desde otra perspectiva. “El marido de alguien ha muerto en ese accidente”, reflexioné. “Si dispusiera del poder para intercambiar situaciones, ¿preferiría ser viuda?”.

La siguiente noticia era de un joven al que se había arrestado por vender drogas. Pensé: “Es el hijo de alguien. ¿Preferiría ser su madre?”. Este nuevo conocimiento trajo consigo una conclusión sencilla pero importante: todos enfrentamos pruebas para ayudarnos a progresar.

Contemplé a Charlotte y unas palabras vinieron con claridad a mi mente: “¿Por qué estás tan triste cuando nuestro Padre Celestial te ha enviado a una dulce bebita para que la ames?”. Ésa fue mi respuesta. Nada de accidentes de aviones ni de drogas: tenía que amar a la pequeña Charlotte. En vez de abandonarme, mi Padre Celestial me está confiando a una hija que precisaba cuidados adicionales. Al darme cuenta de la confianza que había depositado en mí, sentí cómo se disipaba mi amargura.

Charlotte nos ha enseñado paz y gratitud. Aunque hay momentos de frustración, ella forma parte integral de la familia; es un pedacito de cielo que se nos ha enviado para que lo amemos.

Annette Candland Alger es miembro del Barrio Enterprise 2, Estaca Enterprise, Utah.