2003
Huellas en la nieve
septiembre de 2003


Ven y escucha la voz de un profeta

Huellas en la nieve

La promesa del libro de Proverbios nos da valor: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”1.

El Señor reveló esta confirmación: “…iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”2.

El servicio misional que dio Walter Krause, que vive en Prenzlau, Alemania, es inspirador.

Habiendo quedado sin hogar después de la Segunda Guerra Mundial, como fue el caso de muchos, el hermano Krause y su familia vivieron en un campamento de refugiados en Cottbus y comenzaron a asistir a la Iglesia en ese lugar. Inmediatamente fue llamado a dirigir la Rama Cottbus. Cuatro meses después, en noviembre de 1945, con el país aún en ruinas, Richard Ranglack, el presidente del distrito, acudió al hermano Krause y le preguntó qué pensaba respecto a servir en una misión. La respuesta del hermano Krause refleja su dedicación a la Iglesia. Él dijo: “No lo tengo que pensar. Si el Señor me necesita, iré”.

Salió el 1° de diciembre de 1945 con veinte marcos alemanes en el bolsillo y un trozo de pan seco. Uno de los miembros de la rama le había dado el abrigo de su hijo que había fallecido en la guerra. Otro miembro que era zapatero le regaló un par de zapatos. Con ello y con dos camisas, dos pañuelos y dos pares de calcetines, salió a la misión.

Una vez, a mediados del invierno, caminó desde Prenzlau hasta Kammin, un pequeño pueblo de Mecklenberg, donde cuarenta y seis personas asistían a las reuniones. Llegó muy tarde esa noche después de caminar seis horas por caminos, por senderos y finalmente por campos arados. Poco antes de llegar al pueblo, llegó a un lugar muy grande, blanco y plano, por lo que pudo caminar más fácilmente, y al poco tiempo llegó a la casa de un miembro para pasar la noche.

A la mañana siguiente, el guardabosques llamó a la puerta del miembro y preguntó: “¿Tienen un invitado?”.

“Sí”, fue la respuesta.

El guardabosques dijo: “Entonces vengan a ver sus huellas”. El campo grande y plano por el que había caminado el hermano Krause era en realidad un lago congelado, y poco antes el guardabosque había hecho un agujero grande en medio del lago para pescar. El viento había cubierto el agujero con nieve de tal forma que el hermano Krause no podía ver el peligro. Sus huellas indicaban que, sin que se hubiera dado cuenta, había pasado por el borde del agujero y se había dirigido directamente a la casa del miembro. Con el peso de la mochila y de sus botas de hule, ciertamente se habría ahogado de haber dado un solo paso en dirección a ese agujero que no alcanzaba a ver.

Si alguno de nosotros no se siente preparado para servir al Señor, recordemos esta verdad divina: “…para Dios todo es posible”3.

Adaptado de un discurso de la conferencia general de abril de 2002.

Notas

  1. Proverbios 3:5–6.

  2. D. y C. 84:88.

  3. Mateo 19:26.