2003
La búsqueda del abuelo Pablo
septiembre de 2003


La búsqueda del abuelo Pablo

La investigación de mi historia familiar siempre concluía con un nombre en concreto, pero cuando mi padre vio ese nombre en un lugar inesperado, se inició la búsqueda del abuelo Pablo.

Mi padre nació en la región del Chaco, al nordeste de Argentina, donde el sol arrecia y la gente trabaja la tierra cosechando algodón y otros cultivos. Los habitantes del lugar se conocen desde hace generaciones y las tradiciones se siguen al pie de la letra. La familia de mi padre residió en Villa Ángela, donde llevaban una cómoda vida de clase media.

Pero cuando mi padre tenía nueve años, sus padres se separaron y él se fue con su madre y sus hermanas a vivir a Buenos Aires. Fue un cambio bastante difícil para un niño de su edad, incapaz de entender por qué tenía que dejar su pueblo natal y sus amigos, y desconocía cuándo volvería a ver a su padre. Los meses de separación se convirtieron en años y el recuerdo que mi padre tenía de su padre se fue desvaneciendo; ni siquiera tenía una fotografía suya.

Nuestra familia conoció el Evangelio restaurado y con el tiempo se unió a la Iglesia. A los 15 años de edad me interesé en la historia familiar; la búsqueda de mis antepasados se convirtió en una pasión y pude familiarizarme bastante bien con mi línea materna, pero todos los intentos que realizaba por el lado de mi padre terminaban en un nombre: el abuelo Pablo Pedraza.

Cuando mi padre me contó la historia de su infancia, tuve un gran deseo de averiguar más sobre el abuelo Pablo. Empezamos a orar como familia para averiguar más sobre él y poder completar nuestra historia familiar. Mi padre se esforzó por recordar y logró obtener la dirección de una tía ya anciana. Le escribió, pero ella falleció antes de que pudiera proporcionarnos la información que estábamos buscando; sin embargo, no nos dimos por vencidos y seguimos orando.

Un día, mientras mi padre se dirigía al trabajo en autobús, el vehículo se detuvo en un semáforo, al lado de un camión del servicio de correos. Mi padre vio varios paquetes de gran tamaño, uno de los cuales llamó su atención, pues en la etiqueta de envío estaba el nombre Pablo Pedraza y una dirección que estaba en el pueblo donde mi padre había nacido.

Lleno de emoción, mi padre anotó la dirección. Sabía que su padre había sido mecánico de autos y pensaba que la gran caja que iba en el camión bien podía ir dirigida a él. Durante varios años escribimos a aquella dirección, expresando la esperanza de que hubiésemos encontrado al padre y abuelo y el deseo de conocerle, pero nunca recibimos respuesta.

Cierto día, mi padre le relataba todo eso a un amigo del barrio y éste le sugirió: “¿Por qué no vas hasta allí y lo buscas?”. El temor nos invadió la mente. Tal vez el abuelo Pablo no quería que lo buscáramos, o tal vez aquélla no fuera su dirección.

Pero luego de orar al respecto, sentimos que era necesario viajar hasta Chaco y buscar al abuelo Pablo. Toda la familia se subió a la camioneta y viajamos durante 28 horas directamente hasta la dirección que estaba en el paquete. Nos detuvimos frente a una casa bonita y bien cuidada, donde estaba un hombre de unos 60 años lavando un coche. Mi padre hizo acopio de todo su valor y se bajó para presentarse y confirmar que aquélla era la calle correcta.

Toda la familia miraba ansiosamente desde las ventanillas de la camioneta, y pasados unos minutos vimos cómo nuestro padre y aquel hombre se daban un gran abrazo. Ambos se volvieron a nosotros y nos hicieron señas para que nos bajáramos. ¡Aquel hombre era el abuelo Pablo, el padre que mi padre no había visto desde hacía 40 años!

El encuentro no fue fácil, pero reinaba un espíritu de amor. Descubrimos que, a causa del mal funcionamiento del servicio de correos del pueblo, el abuelo Pablo no había recibido ninguna de las cartas que le habíamos enviado durante aquellos años. También supimos que el abuelo había intentado buscar a mi padre durante años pero que también tenía temor de reunirse con nosotros. Conocimos a la esposa y a los hijos del abuelo y supimos de sus dichas y de sus pesares; supimos que el abuelo era un buen hombre que creía en Dios, que era un esposo y un padre amoroso, así como un buen vecino, y era evidente que estaba tan animado por conocernos como nosotros por encontrarle.

Ahora tenemos fotos del abuelo Pablo y datos sobre su vida y sobre algunos de sus antepasados. El abuelo falleció hace un año y nos estamos preparando para ir al templo y efectuar la obra de las ordenanzas por él y por otros miembros de la familia. Mi padre apenas puede contener su gozo al poder, finalmente, sellarse a sus padres. La obra de nuestra historia familiar sigue adelante.

Se nos ha prometido que “el corazón de los padres [se volverá al de] los hijos, y el corazón de los hijos [al de] los padres” (Malaquías 4:6). Nuestra familia fue enormemente bendecida al ser guiada por el Señor para que Su promesa se pudiera cumplir literalmente.

Raquel Pedraza de Brosio es miembro del Barrio Chacarita, Estaca Belgrano, Buenos Aires, Argentina.