2003
Vamos a la Primaria
septiembre de 2003


Entre amigos

Vamos a la Primaria

“…si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).

Mi familia se mudó a Salt Lake City, Utah, procedente de la ciudad de Milwaukee, estado de Wisconsin, cuando yo tenía dos años. Mis padres nacieron en Alemania y pertenecían a la iglesia luterana, pero muchos de mis amigos eran miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Mis amigos y yo jugábamos juntos una tarde cuando uno de ellos dijo: “Vamos a la Primaria. ¿Te gustaría ir?”. En aquel entonces la Primaria se llevaba a cabo un día entre semana, así que fui. Me interesaban las lecciones y estar con mis amigos. Sabía que mi maestra se preocupaba por mí y las canciones de la Primaria me llegaban al corazón.

Después de unas semanas, la maestra de la Primaria me preguntó si me gustaría saber más acerca de la Iglesia; también invitó a mis padres a aprender. Los misioneros del barrio fueron a mi casa, pero mis padres decidieron no unirse a la Iglesia, aunque podían ver mi deseo de hacerlo y permitieron que me bautizara. Después de mi bautismo, seguí asistiendo a la Primaria con mis amigos, pero sólo iba a las reuniones dominicales de vez en cuando.

Cuando cumplí 12 años, mi obispo me dijo que tenía la edad adecuada para ser ordenado diácono. El obispo me explicó que nuestro Padre Celestial comparte Su poder con la Iglesia por medio del sacerdocio. Si guardaba los mandamientos, podría actuar en el nombre de Jesucristo: repartir la Santa Cena, enseñar el Evangelio y algún día dar bendiciones del sacerdocio a la gente para ayudar a quienes estuvieran tristes o enfermos. Yo quería tener el sacerdocio y llegar a ser ese tipo de chico. Le dije que iría a las reuniones dominicales y que me esforzaría por no perdérmelas.

En corto tiempo estuve preparado para ser ordenado diácono y mis padres asistieron a la ordenación. Recuerdo que al domingo siguiente, cuando repartí la Santa Cena por primera vez, se me asignó llevar el pan al obispo y luego a los demás oficiales sentados en el estrado, pero al subir las escaleras, la bandeja de la Santa Cena se soltó del mango y tanto la bandeja como el pan cayeron al suelo. Me sentí como si todo el mundo me estuviera mirando. El obispo se acercó, me abrazó y me susurró: “Recojamos el pan y pongámoslo en la bandeja; luego siéntate aquí hasta que repartan el pan y luego podrás repartir el agua”. Afortunadamente, repartí el agua sin problema alguno. La amabilidad del obispo y su calidez me ayudaron a no sentirme avergonzado. Sentí mucho amor por él y me alegró que fuera mi obispo.

Cuando era presbítero, nuestro asesor del quórum nos prometió que si dejábamos de hacer las tareas escolares los domingos y empezábamos a estudiar las Escrituras, las notas escolares mejorarían y recibiríamos un testimonio del profeta José Smith. Yo tuve la fuerte impresión de que si aceptaba el reto de nuestro asesor, sería bendecido durante toda mi vida. Mi estudio del Evangelio me ayudó a saber que José Smith era un profeta de Dios y que restauró la Iglesia en los últimos días.

Los líderes de la Iglesia cuidaron de mí durante mi juventud. Debido a que mi madre falleció cuando yo tenía 15 años y mi padre estaba gravemente enfermo, yo tenía que trabajar por las noches para ganar dinero e ir a la escuela secundaria durante el día. Deseaba servir en una misión de tiempo completo, pero no sabía cómo iba a ahorrar el dinero suficiente para ello. Fue entonces que el presidente del quórum de élderes del barrio me dijo que me iban a ayudar durante la misión. Me sentía feliz y agradecido por su contribución para ayudarme a ser misionero. Con su ayuda, cumplí una misión en Brasil. Años más tarde, mi esposa y mis hijos me acompañaron a Brasil mientras yo servía como presidente de misión.

Les animo, niños de la Iglesia, a observar cómo viven el Evangelio sus líderes. En sus barrios y ramas hay muchos santos que creen en Jesucristo y se esfuerzan por obedecer Sus enseñanzas. Al seguir el ejemplo de estos hermanos y hermanas, ustedes crecerán y serán líderes rectos. Cultiven su sentido del bien y del mal; presten atención a cómo se sienten cuando van a la Primaria. Inviten a sus amigos a la Iglesia y a las actividades de la Primaria, pues ellos también pueden aprender sobre Jesucristo y llegar a amarle, como yo lo hice cuando era niño.