2003
Hallé la paz por medio del perdón
septiembre de 2003


Hallé la paz por medio del perdón

John*, mi cuñado, se iba a trasladar fuera del estado. Resultaba difícil aceptar el hecho de que él, su esposa Annie y su familia se mudaran. Habíamos pasado mucho tiempo juntos y teníamos una estrecha relación.

Meses después de la mudanza de la familia de mi cuñado, mi esposo Ron le llamó para ver cómo les iban las cosas. Se habían adaptado bien y estaban disfrutando de su nueva ubicación. Mi esposo tenía un pequeño negocio y le dijo a su hermano que si alguna vez quería volver, habría un puesto para él. En ese momento de la conversación, Annie, la esposa de John, tomó el auricular y le dijo a Ron de manera directa que no estaban interesados. Aparentemente dijo algunas cosas desagradables sobre Ron y su negocio.

Cuando Ron volvió a casa, me contó la conversación y, aunque intentaba aparentar que no le afectaba, era obvio que estaba profundamente dolido. Yo estaba muy enojada y quería llamar a Annie inmediatamente para aclarar las cosas.

No la llamé, pero una vez que hube permitido sentirme ofendida, abrí las puertas a una marea de pensamientos horribles. Empecé a buscarle defectos y a criticarla en presencia de otros familiares y amigos. En resumen, permití que el orgullo penetrara mi corazón y se asentara en él mientras la caridad se desvanecía.

Así como una infección se extiende, se deteriora y causa dolor al cuerpo, el orgullo hace lo mismo con el espíritu. Aunque mi esposo había olvidado el incidente desde hacía mucho tiempo, mi corazón seguía afectado; sólo pensaba en lo ofendida que estaba. Estaba muy irascible con mi familia y presta para ver lo negativo de toda situación. No tenía deseo alguno de amar ni de servir a otras personas porque estaba completamente absorta en mí misma.

Después de unos meses, supimos que John y Annie vendrían a la ciudad a una boda, con lo que finalmente tendría que verla, cosa que me inquietaba, aunque no había manera de evitarlo. Mi ansiedad aumentaba a medida que se acercaba el día de la boda. No me gustaba cómo me había estado sintiendo y sabía que estaba mal. Oraba con frecuencia para que el Salvador me ayudara a superar mis sentimientos negativos. Con el tiempo, empecé a tener pensamientos positivos hacia Annie.

Cuando nos vimos en la boda nos saludamos fríamente. Intenté evitarla el resto de la tarde, pero la observaba, y al hacerlo, me di cuenta de lo mucho que la echaba de menos. Mi corazón empezó a anhelar la paz del perdón y me embargó el amor por Annie.

Cuando la recepción estaba a punto de terminar, me encontraba sentada a solas con Annie. Aún no nos hablábamos desde el saludo. La miré y el Espíritu llenó mi corazón. Me acerqué y tomé sus mejillas entre mis manos; con lágrimas en los ojos le dije: “Annie, te he echado tanto de menos”. Nos abrazamos, lloramos y nos regocijamos en la paz que procede del perdón.

No recuerdo si nos pedimos disculpas o si explicamos nuestros sentimientos anteriores. Aquello ya no importaba. Lo único importante era el amor que sentíamos y nuestro deseo de perdonar. No fue sino hasta tiempo después que me di cuenta de la enorme carga que había estado llevando. El orgullo es una carga pesada e innecesaria. Sin embargo, el percibir el amor perfecto del Salvador fue una dicha dulce y suave.

*Los nombres han sido cambiados.