2003
La medalla de valor de mi padre
septiembre de 2003


La medalla de valor de mi padre

Durante los sombríos días de la Segunda Guerra Mundial, las tropasalemanas tomaron a mi padre como prisionero. Pertenecía a un grupo deprisioneros franceses de Alsacia (territorio que anteriormente había pertenecido a Alemania) que carecían de todo, hasta de las cosas más esenciales. Muchos de los prisioneros, en especial los que estaban enfermos, murieron de hambre, de frío o de agotamiento durante las largas marchas de un campo a otro.

Durante una de esas largas y difíciles marchas hacia Alemania, se produjo una explosión en una casa cercana a ese triste grupo de prisioneros, quienes podían oír los gritos de pánico de los que habían quedado atrapados en su interior. Los guardias se apresuraron a agrupar a los prisioneros para evitar que escaparan; sin embargo, mi padre, oyendo sólo a su conciencia, logró separarse del grupo y corrió lo más rápido que se lo permitían sus débiles piernas. Sin preocuparse por su propia seguridad, se distanció de los guardias que le perseguían y que disparaban en su dirección.

Milagrosamente, no le acertaron y los guardias se detuvieron cuando, para su sorpresa, se dieron cuenta de que se adentraba en la casa en llamas. Salió poco después llevando en brazos a un niño de ocho años. Había oído sus gritos de ayuda y había ido a rescatarle, y entonces se lo entregó a los atónitos soldados alemanes. Casi al instante, un oficial se dirigió a él con un tono severo: “¿Sabe lo que ha hecho? Ha salvado a un futuro enemigo”.

Mi padre, agotado y sin fuerzas debido a su heroica hazaña y a las muchas penalidades de los meses anteriores, respondió con una seguridad sorprendente: “No vi a un enemigo; vi a un ser humano, un niño que necesitaba mi ayuda, e hice lo que tenía que hacer; y si tuviera que repetirlo, lo volvería a hacer sin vacilar”.

Lo llevaron con los demás prisioneros, pero esta vez tratándolo con un poco más de respeto; y después de ese acto de heroísmo, se trató a todos los prisioneros mejor que hasta entonces. Lo más asombroso de todo fue que, después de la llegada del grupo al campo, mi padre, con su uniforme francés, recibió una medalla alemana de distinción.

Mi padre entendía el mandamiento del Salvador: “…Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12). Falleció en 1959 sin haber tenido la oportunidad de oír el Evangelio restaurado, pero creo que allí donde se encuentra ahora tendrá esa oportunidad y la de recibir todas las enseñanzas y las bendiciones que el Evangelio tiene para ofrecer.

Emmanuel Fleckinger es miembro de la Rama Colmar, Estaca Nancy, Francia.