2003
Los obreros de la viña
septiembre de 2003


Parábolas de Jesús

Los obreros de la viña

El Señor nos invita a examinar las razones que nos motivan a servir en Su reino.

En 1975, cuando me uní a la Iglesia, había pocos miembros en Filipinas, pero desde entonces ha crecido en forma espectacular. Actualmente en mi país hay cerca de medio millón de miembros. He tenido el honor y el placer de trabajar en la viña del Señor durante estos años en diferentes cargos de responsabilidad. Sin embargo, todos esos años de servicio hacen que me formule la siguiente pregunta: ¿Tengo derecho a una recompensa mayor en los cielos que el nuevo converso que es fiel pero que vive pocos años antes de pasar al otro lado del velo? El Salvador ha contestado a esta pregunta, y a muchas otras, con una parábola.

“¿Qué, pues, tendremos?”

Un día, hallándose el Salvador con Sus discípulos, se le acercó un joven rico que le preguntó: “…Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo 19:16). “…Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres… y ven y sígueme” (Mateo 19:21), fue la respuesta de Jesús. Sus palabras sorprendieron a Sus discípulos, quienes se preguntaron: “…¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Mateo 19:25). Jesús discernió sus pensamientos y les explicó que la vida eterna es posible para aquellos que lo dejan todo por seguirle (véase la traducción de José Smith de la Biblia en inglés, Mateo 19:26).

Entonces, Pedro preguntó, en representación de los demás apóstoles: “…He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mateo 19:27).

La respuesta de Jesús fue tanto una promesa gloriosa como una reprimenda severa. En primer lugar, les aseguró que después de la resurrección ellos, los apóstoles, se sentarían en 12 tronos y juzgarían a la casa de Israel; y a continuación les advirtió: “Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mateo 19:30), y les enseñó la parábola de los obreros de la viña.

Cada obrero un denario

Jesús comparó el reino de los cielos con un hombre, padre de familia, que una mañana temprano salió a contratar a unos obreros. En los días de Jesús, la gente que no tenía empleo se reunía en determinados lugares públicos para encontrarse con los posibles empleadores. Este señor accedió a pagar a los obreros el salario habitual de un denario por una jornada de trabajo, y los envió a su viña. Más tarde, cerca de la hora tercera (las 9 de la mañana), volvió a salir a la plaza y halló a otros obreros que estaban desocupados, aguardando a que alguien les diera trabajo. Los contrató, pero esta vez sin decirles cuánto les pagaría. Accedió a abonarles “lo que sea justo” (Mateo 20:4). Los obreros aceptaron enseguida y ocuparon su sitio al lado de los que se habían contratado antes. Cerca de las horas sexta y novena (el mediodía y las 3 de la tarde), el señor contrató más obreros; luego, y por última vez, a la hora undécima (las 5 de la tarde), volvió a la plaza y contrató a más obreros. Al igual que antes, dijo que les pagaría lo que fuera justo.

Al comenzar a anochecer, el señor congregó a todos los obreros y empezó pagando a los que sólo habían trabajado una hora. Para sorpresa de todos, ¡esos obreros recibieron la paga de un día completo de trabajo! A continuación procedió a llamar a los demás obreros que trabajaron parte de la jornada y les entregó la misma cantidad, sin importar el número de horas que habían pasado en la viña.

Es fácil imaginarse que cuando los que trabajaron todo el día vieron la paga de los demás obreros, llegaron a la conclusión de que recibirían no sólo el denario prometido, sino una bonificación; ¡después de todo, habían trabajado más que ningún otro! Así que cuando el señor no les pagó más que un denario, se quejaron: “…Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día” (Mateo 20:12).

El señor respondió: “…Amigo, no te hago agravio” (Mateo 20:13) y les recordó que se les había pagado el salario prometido y les hizo dos preguntas penetrantes: “¿No me es lícito hacer lo que quiero con [mi dinero]? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?” (Mateo 20:15).

Ciertamente, el señor había sido justo y caritativo con todos los que habían trabajado en su viña. Jesús concluyó: “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20:16; véase D. y C. 121:34–40).

Cuidémonos del orgullo

Muchos tenemos empleos en los que se nos paga por hora, y esperamos que cuanto más difícil y más tiempo dure el trabajo, más se nos pague. Pero la economía del cielo es diferente. Cuando nos bautizamos, somos ordenados al sacerdocio o participamos en las ordenanzas del santo templo, hacemos convenio de ser obedientes a Dios y de magnificar nuestros llamamientos. A cambio, el Señor promete que, si somos fieles, recibiremos “todo lo que mi Padre tiene” (D. y C. 84:38), es decir, la exaltación en el reino celestial de Dios (véase D. y C. 84:33–41). No hay salario ni recompensa mayor que la que nos ofrece el Señor; es el mayor de todos Sus dones (véase D. y C. 14:7).

¿Parecen nuestros sentimientos hacerse eco de los de los apóstoles de la antigüedad, cuando preguntaron: “¿Qué, pues, tendremos?”. ¿Creemos ser merecedores de una recompensa mayor porque se nos ha llamado primero o hemos trabajado más tiempo? La intención renegociadora de los que fueron contratados en primer lugar carece de sentido en el Evangelio. Aunque no seamos capaces de comprender plenamente la importancia de Su recompensa, podemos confiar en que el Señor nos dará “lo que sea justo”.

El presidente Ezra Taft Benson (1899–1984) nos advirtió que nos cuidáramos del orgullo, pues “el orgullo, en su naturaleza, fomenta la competencia… A algunos orgullosos no les preocupa tanto que su salario sea suficiente para sus necesidades como que sea mayor de lo que ganan otros. Hallan su recompensa en estar un poquito por encima de los demás. Ésta es la enemistad del orgullo”1.

Cuidémonos del murmurar

Cuando me hallaba en el Cuerpo de Reserva de Oficiales de Entrenamiento en la universidad, nuestro oficial solía decirnos: “Obedezcan antes de quejarse”. Al unirme a la Iglesia, me dije que haría eso mismo. Siempre que se me pide que hable de la obediencia, explico la forma en que esta filosofía ha sido una bendición en mi vida.

Cuando el Señor llama, no debemos preocuparnos por la paga, sino de ir a trabajar y dar lo mejor de nosotros mismos. ¿Qué importa quién se lleve el mérito? Debemos dar gracias al Señor por la oportunidad de trabajar en Su viña.

Espero que jamás murmuremos en contra del Padre de Familia, nuestro Salvador Jesucristo, ni en contra de Sus siervos (desde la Primera Presidencia hasta nuestros líderes locales). Recordemos la instrucción del Señor: “…sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38).

La recompensa es la misma

Tanto los miembros nuevos como los más veteranos serán enormemente bendecidos al trabajar codo a codo para recoger la gran cosecha de los últimos días. Cada uno precisa trabajar en sus propias asignaciones con todo su corazón, alma, mente y fuerza. Debemos evitar el tener celos de las recompensas y los logros de otros discípulos. Cuando trabajamos con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, dejamos la posible recompensa y la gloria por dichas obras a Su juicio.

El servicio que he prestado durante más de 25 años, ¿me da derecho a una recompensa mayor en los cielos que el nuevo converso que es fiel pero que vive pocos años antes de pasar al otro lado del velo? La respuesta del Señor es no. El Padre promete a los que sean merecedores del reino celestial que, todos aquellos que trabajen, sin importar cuándo hayan sido llamados a la viña, serán “iguales en poder, en fuerza y en dominio” (D. y C. 76:95). El Señor es un patrón generoso, y de seguro que pagará “lo que sea justo”.

El élder Henry F. Acebedo es Setenta Autoridad de Área que presta servicio en el Área Filipinas.

Hablemos de Ello

  1. Pida a los miembros de la familia que redacten una lista con las recompensas que consideren que puede recibir la persona que trabaja para el Señor. Lean la sección “Cada obrero un denario” y repasen por qué estaban tan tristes los obreros que trabajaron todo el día. Testifique que el Señor es un patrón generoso.

  2. Pida a un miembro de la familia que realice una tarea sencilla pero útil, como una labor del hogar. Pida a otra persona que realice una tarea más difícil. Ofrézcales la misma paga por sus esfuerzos y comenten por qué puede parecerles injusto. Por último, lean las últimas tres secciones del artículo. ¿Cómo nos dice el élder Acebedo que podemos evitar el orgullo y el murmurar?

Nota

  1. “Cuidaos del orgullo”, Liahona, julio de 1989, págs. 4, 6.