2003
Una canción para Ryan
octubre de 2003


Una canción para Ryan

Era uno de esos sábados que se presta para quedarse un rato más enla cama, pero ése era un lujo que iba a ser breve. El molesto sonido delbíper me avisó de un incendio en una planta de cemento cercana. Me apresuré a ponerme el equipo y me dirigí hacia la puerta, agradecida de que el casco cubriera la maraña que era mi cabello. Me había despreocupado por mi aspecto desde que me había unido a la brigada de bomberos de nuestro pueblo y había llegado a ser técnica en emergencias médicas.

El incendio de la planta de cemento estuvo rápidamente bajo control, pero los bípers sonaron de nuevo, esta vez solicitando a los técnicos que acudieran a un accidente producido en la autopista en el que había resultado herido un niño de cuatro años. Sabía que iba a resultar difícil, por lo que mi compañero y yo empezamos a orar de inmediato. La verdad es que ningún técnico en emergencias médicas puede decir que no le afecta el tener que atender a niños heridos de gravedad.

Al llegar, vimos una camioneta volcada en medio de los dos carriles y me apresuré a buscar a nuestro paciente, creyendo que aún se encontraba en el vehículo. Pero me llamaron del otro lado de la calzada, donde varias personas rodeaban el pequeño cuerpo del niño. Una de ellas era médico; me hizo un resumen de las heridas más graves del pequeño y luego desapareció entre la gente. Una mujer había tomado al niño de la mano y lo estaba consolando. Le pregunté si sabía cómo se llamaba: “Se llama Ryan”, dijo, “soy su mamá”. Sorprendentemente, ni ella ni sus otros dos hijos mayores estaban heridos.

Los técnicos en emergencias médicas siguen determinados protocolos para asegurarse de que se proporcione el mejor cuidado a nuestros pacientes, pero ninguno de esos procedimientos nos prepara para el sufrimiento humano al que hacemos frente cuando intervenimos en accidentes tan horripilantes. Recuerdo que repasé mi capacitación mentalmente, pero a la vez me sentía abrumada. Mi pequeño paciente lloraba y yo sólo quería apaciguar sus temores, librarle de sus heridas y prometerle a su asustada madre que todo iba a estar bien. Mis manos iniciaron las rutinas que tan bien conocía, pero me sentía incapaz, tan sola. Mi compañero no podía ayudarme con Ryan porque estaba atendiendo al padre del pequeño, que aún estaba atrapado en el vehículo.

Las ambulancias no tardaron en llegar y se me encargó estabilizar la cabeza de Ryan de camino al hospital. Me arrodillé a su lado y le hablé con calma, pero él no dejaba de llorar y de retorcerse de dolor. Me preocupaba que se hiciera más daño, pero inmovilizarle podría ocasionarle otro tipo de problemas.

Llegado a ese punto, mis oraciones se volvieron más intensas y le pedí a mi Padre Celestial que me bendijera para saber cómo consolar y calmar a Ryan y aliviar su dolor. En ese instante recibí una impresión: “Cántale”. Vacilé. Me preguntaba si había entendido correctamente. Después de todo, yo era una profesional; ¿sería apropiado que una profesional cantara en una ambulancia a un paciente gravemente herido?

Ryan lloraba y nuevamente recibí la impresión con claridad: “Cántale”. Mientras le sostenía la cabeza, me acerqué a su oído y empecé a cantar: “Yo soy como estrella que brilla para todo el que la ve. Con felicidad mostraré bondad porque me ama mi Padre, yo sé” (“Yo soy como estrella”, Canciones para los niños , pág. 84). Mientras cantaba, Ryan se tranquilizó. Canté “Soy un hijo de Dios” y muchas otras canciones de la Primaria. Me di cuenta de que Ryan era Santo de los Últimos Días cuando me percaté de que su madre, aunque muy preocupada, intentaba cantar conmigo. En más de una ocasión los paramédicos se asustaron porque Ryan estaba demasiado quieto, pero el pequeño reaccionaba si se le pedía hacer algo. Seguí cantando todo el camino hasta el hospital e inclusive hasta entrar en la sala de emergencias, donde el equipo de traumatología se hizo cargo de él.

Ese mismo día, regresé al hospital más tarde para ver cómo estaban Ryan y su padre. Me informaron de que Ryan había sido operado, que ahora la situación era estable y que se encontraba bien. Y si bien tanto él como su padre tendrían que permanecer bastante tiempo en el hospital para recuperarse, me sentí agradecida por las noticias. Ryan y yo nos hicimos muy buenos amigos y aún aguardo cada año a recibir de él una tarjeta de Navidad con una foto suya.

Siempre recordaré una oración contestada cuando mi pequeño paciente se tranquilizó casi al instante como reacción a las canciones que él amaba y que le recordaban lo mucho que le ama su Padre Celestial. La eficacia de la medicina de emergencia es, ciertamente, una maravilla, pero la belleza y la sencillez de unas cuantas canciones de la Primaria permanecerán para siempre en mi recuerdo como un milagro dulce y profundo.

Luana Lish es miembro del Barrio Rapid Creek, Estaca McCammon, Idaho.