2003
Yo soy la vid verdadera
diciembre de 2003


Parábolas de Jesús

“Yo soy la vid verdadera”

“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).

Al inicio de nuestro matrimonio, mi esposa y yo plantamos un huerto. Sabíamos poco de horticultura, pero pensábamos que la esquina posterior de nuestro patio parecía fértil, y de hecho lo era. En una parte plantamos una variedad de zapallo (calabaza) que creció, sin que nosotros hiciéramos esfuerzo alguno, hasta alcanzar entre 10 y 15 metros a lo largo de la verja de nuestra propiedad. Los zapallos eran enormes y constituyeron un resultado increíble para unos novatos como nosotros.

En las Escrituras solemos leer de vides y uvas, pero el cultivo de la vid no es tan sencillo como el del zapallo, pues se precisan el clima adecuado y conocimientos de cultivo especializados para conseguir una viña fructífera.

La uva era una fruta importante en la antigua cultura hebrea, y tanto las mesetas como las colinas de la Tierra Santa constituían el lugar ideal para el cultivo de la vid. Se preparaba la tierra, se plantaban las vides a lo largo de las colinas y se protegían con cuidado de los animales y de las personas mediante unos cercos. Las vides se cultivaban y podaban para que rindieran el máximo de fruto posible.

Tal vez la poda sea la parte más importante del cultivo de la uva. Las ramas que no producen fruto son cortadas. Cuando el cuerpo principal de una vid alcanza determinado tamaño, se le corta la punta para forzar el desarrollo de los brotes laterales. Dicha poda detiene el crecimiento de la punta y nutre a las nuevas ramas. Luego, al crecer esas ramas laterales, cada una produce tanta fruta como hasta entonces había producido toda la planta. El robusto tronco de la vid, bien arraigado en la tierra, aporta alimento a todas las ramas largas y fértiles.

El simbolismo de la viña y de la vid

La viña se ha empleado simbólicamente en las Escrituras. En el libro de Juan, el Salvador empleó la vid como una metáfora para explicar la naturaleza de Su relación con quienes desearan ser Sus discípulos.

Antes de irse para Getsemaní, el Salvador enseñó a los apóstoles cómo debían vivir si deseaban seguir siendo Sus discípulos. Una de las cosas que les enseñó durante aquella sagrada hora era que sus vidas debían estar firmemente arraigadas en Él y en Sus enseñanzas:

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.

“Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto…

“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

“El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15:1–2, 4–8).

Esta alegoría encierra dos importantes principios: primero, debemos estar bien arraigados en Cristo. De no ser así, no llevaremos fruto (véase el versículo 4). Si nuestra vida no está en armonía con las enseñanzas del Salvador, es muy dudoso que demos fruto, al igual que no lo da la rama cortada. Segundo, aun cuando llevemos una vida recta, todavía así nos hace falta el Labrador, el cual nos conoce bien y ve más allá de lo que vemos nosotros, para que pueda limpiarnos, podarnos y purificarnos (véase el versículo 2). Si bien en ocasiones la poda puede resultar difícil de sobrellevar, sólo a través de ese proceso podremos rendir más fruto.

Nuestra poda se realiza de múltiples maneras. Puede que nos sobrevenga una enfermedad o un impedimento físico; tal vez no se cumplan nuestras expectativas; quizás hallemos pesar en nuestras relaciones o padezcamos una pérdida personal. Aún así, lo que en un principio podría parecer un acontecimiento triste puede ayudarnos a crecer si hace que confiemos más en el Señor y nos replanteemos nuestras prioridades. Esas experiencias difíciles pueden sernos de ayuda para que demos más fruto, o seamos más como el Salvador: la vid verdadera.

Una experiencia con la poda

Durante toda mi vida he tenido una necesidad continua de ser podado. Por ejemplo, hace unos años esperaba recibir un ascenso en la empresa donde trabajaba; creía poseer la experiencia, la destreza y la longevidad necesarias para ese ascenso y esperaba que todo eso fuera obvio y que se decidiera a mi favor.

Por ese entonces había en la compañía un nuevo administrador general cuyas prioridades y objetivos eran diferentes de los míos. Entre otras cosas, esperaba que todos los directivos con más tiempo en la empresa trabajaran los fines de semana además de la jornada laboral normal. En aquel entonces yo servía como presidente de estaca y sabía que para servir de la mejor manera a los miembros, me era necesario dedicar cierto tiempo a cumplir con las responsabilidades de mi llamamiento en la Iglesia.

Cuando no se produjo el ansiado ascenso, tuve que esforzarme por evitar abrigar sentimientos de rencor. ¡Qué decepción tan grande! Decidí seguir adelante e intentar hacer las cosas de la mejor manera posible y mantener un comportamiento positivo. Sin embargo, mi propia estima había sido atacada y se había cuestionado mi capacidad para el cargo. Conocía a otros líderes de la Iglesia que parecían ser capaces de cumplir con sus exigentes responsabilidades en la Iglesia y también con un empleo agotador.

En un momento de debilidad, llegué a preguntarme si había hecho bien en dedicar tanto tiempo a la Iglesia. Entonces decidí que debía concentrarme más en lo que era importante de verdad, así que empecé a fijarme no sólo en mis aptitudes, sino también en mis limitaciones. Veía que era necesario el tiempo que dedicaba a la Iglesia y que tal vez no habría sido capaz de administrar tanto el nuevo puesto que había buscado, como el llamamiento en la Iglesia.

Creo que el Señor me estaba diciendo que tenía que escoger y que tendría que seguir haciéndolo. De haber escogido dedicar más tiempo a mi empleo para conseguir el tan ansiado ascenso, me habría apartado de la obra del Señor. Al volver la vista atrás, puedo ver la gran bendición que me supuso el dar tanto de mi tiempo a la Iglesia. Los años siguientes fueron de los más gratificantes de mi vida; me sentí más cerca del Señor; mi testimonio se fortaleció; mi relación con los santos de la región fue una gran bendición, y estoy seguro de que fui más fructífero de lo que lo habría sido si no hubiese sido así.

Firmemente arraigados en Cristo

Es de esperarse que seremos podados a lo largo de nuestra vida. ¡Qué maravilloso es saber que contamos con un Padre omnisciente que vela por nuestro progreso y que nos fortalece mediante Sus cuidados más atentos!

Nuestro alimento espiritual debe manar de Jesucristo. Él es la fuente de toda verdad y toda bondad. Sin Él no hay nada que podamos hacer (véase Juan 15:5). Al centrarnos en Cristo y en Su Evangelio somos llenos de Su luz. Es entonces que se manifiestan en nosotros los frutos del Espíritu y llegan las bendiciones (véase Juan 15:7; Gálatas 5:22–23). Si deseamos alcanzar nuestro pleno potencial, pensemos diariamente en Cristo y emulemos Su ejemplo hasta que estemos firmemente arraigados en Él, la Vid Verdadera.