2004
El Señor sabía lo que me aguardaba
enero de 2004


El Señor sabía lo que me aguardaba

Sola en casa y arrodillada en oración, entre lágrimas le preguntaba a mi Padre Celestial por qué las cosas no me salían bien. Las dificultades personales de los dos años anteriores me habían convencido de que debía mudarme del pequeño pueblo en el que vivía y buscar otro empleo; pero a pesar de mis esfuerzos, no había sido capaz de encontrar un puesto adecuado.

Mientras sollozaba y oraba para saber por qué parecía que se me negaba la ayuda que necesitaba, descendió sobre mí un sentimiento cálido y apacible. Dejé de hablar y me quedé allí arrodillada en silencio. Sabía que mi Padre Celestial me estaba consolando por medio del Espíritu. Vinieron a mi mente pasajes de las Escrituras que había leído muchas veces durante los dos años anteriores y que habían sido una fuente de gran consuelo.

Un pasaje era 2 Nefi 4:16–35, en concreto el versículo 28, que dice: “…¡Regocíjate, oh corazón mío, y no des más lugar al enemigo de mi alma!”. El otro pasaje es Doctrina y Convenios 98:3, donde se me aseguraba que todas mis oraciones habían sido escuchadas y que “todas las cosas con que habéis sido afligidos obrarán juntamente para vuestro bien y para la gloria de mi nombre, dice el Señor”.

Después, aunque aún sentía que quería mudarme de la ciudad, sabía con todo mi corazón que todo iba a estar bien. Mi Padre Celestial estaba allí y si Él quería que me quedara, no había problema alguno.

Tres meses más tarde, supe que mi hijo de 24 años, que asistía a la facultad de medicina en un estado contiguo, tenía cáncer. Pasé las tres semanas siguientes con él en el hospital. De haber conseguido otro empleo, no habría tenido vacaciones, permiso para ausentarme ni baja por enfermedad. Habría tenido que dejar el trabajo para estar con mi hijo y sumaría el desempleo a mis dificultades.

No podía dejar de pensar que el Señor sabía lo que me aguardaba y por eso había dicho no a mi oración.

Mi hijo pasó por la quimioterapia y durante los primeros meses no teníamos seguridad alguna de que fuera a vivir. Sentí que debía mudarme al estado en el que residía él, ya que no podía soportar estar lejos de él mientras se encontraba enfermo y, aún así, se esforzaba por asistir a las clases de medicina. Afortunadamente, gracias a una serie de acontecimientos que dejaban entrever la ayuda que me brindaba el Señor, pude conseguir un empleo en el lugar donde vivía mi hijo.

Viví allá el tiempo suficiente para ver a mi hijo casarse con su novia de la infancia, recobrar la salud, graduarse con méritos y bendecirme con mi primer nieto. Poco después pude casarme con un hombre maravilloso que por mucho tiempo había sido un amigo respetado.

“…¡Regocíjate, oh corazón mío, y no des más lugar al enemigo de mi alma!”. “…todas las cosas con que habéis sido afligidos obrarán juntamente para vuestro bien y para la gloria de mi nombre, dice el Señor”. Cuando llegó el momento adecuado, el Señor abrió las ventanas de los cielos y me bendijo. Aún recuerdo aquellas bendiciones y las consoladoras palabras de las Escrituras, y ruego que nunca las olvide.

Linda Sims Depew pertenece al Barrio Lost Mountain, Estaca Powder Springs, Georgia.