2004
Las matemáticas del Señor
febrero de 2004


Las matemáticas del Señor

Con lágrimas en los ojos, mi esposa y yo abrimos la carta que contenía nuestro llamamiento misional. Durante muchos años habíamos planeado servir en una misión juntos. Nos dio mucho gusto saber que se nos había llamado a la Misión Nueva Zelanda Auckland, donde yo había servido como misionero hacía 45 años. Acudieron a mi mente los recuerdos de aquellos maravillosos años.

Cierto día, durante mi primera misión, mi compañero, el élder Gordon Gallup, y yo caminábamos por una carretera rural al final del día, cuando había poco tráfico. Parecía que nadie quería llevar en su auto a dos élderes cansados. Nos arrodillamos y le suplicamos al Señor que nos ayudara para que alguien se ofreciera a llevarnos.

Casi de inmediato se detuvo una camioneta. El conductor, Sam Potaka, vivía cerca de Taihape, lugar al que nosotros nos dirigíamos. Cuando llegamos a su pueblo, Utiku, nos invitó a cenar en su casa. Tuvimos una maravillosa charla misional con su familia y con el tiempo la esposa de Sam, la suegra, dos hijas casadas, un hijo casado y sus respectivas familias adquirieron un testimonio y se unieron a la Iglesia. Más tarde, se convirtieron dos hijos más. La conversión de esa maravillosa familia fue una parte memorable de mi misión.

Cuarenta y cinco años más tarde, mi esposa y yo nos preguntábamos si todavía vivirían algunas de las personas a las que yo había enseñado. ¿Podríamos encontrarlos? ¿Estarían activos en la Iglesia?

Poco después de llegar a Nueva Zelanda, encontramos a más de 100 descendientes de Sam Potaka, entre ellos hijos, nietos y sus familias. La mayoría habían permanecido activos en la Iglesia. Muchos eran líderes en sus estacas y barrios, y habían enviado a sus hijos y nietos en misiones.

Una de las hijas de Sam Potaka, Una Tsaclis, se había convertido en una experta en historia familiar. Había encontrado cientos de antepasados, entre ellos los progenitores griegos de su esposo. Dado que hay pocos miembros de la Iglesia en Grecia, su historia familiar era muy especial.

A mi esposa y a mí se nos invitó a ir al Templo de Nueva Zelanda con Una y otros miembros de la familia para efectuar sellamientos por sus antepasados. Fue una experiencia inolvidable. Comprendimos que no sólo se habían unido a la Iglesia muchos miembros de la familia debido a que un hombre bueno había escuchado al Espíritu y se había ofrecido llevar en su auto a dos misioneros, sino que ahora esos miembros de la familia y sus hijos estaban realizando ordenanzas del templo por cientos de antepasados griegos y maoríes que habían fallecido sin la oportunidad de escuchar el Evangelio. En las matemáticas del Señor se multiplican las oportunidades de compartir y de aceptar el Evangelio tanto en esta vida como después de la muerte.

Nunca había cobrado tanto significado Doctrina y Convenios 64:33: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes”.

Richard J. Anderson es miembro del Barrio Florence, Estaca Coos Bay, Oregón.