2004
No Soy la Única
febrero de 2004


No Soy la Única

Las experiencias de Nefi me enseñaron que yo no era la única: todos tenemos problemas y podemos manejarlos.

Cuando papá se fue de casa y mis padres se divorciaron, me quedé desolada; me sentía abandonada. Todo cambió, incluso mi actitud y mi perspectiva de la vida.

El dinero, o mejor dicho la falta de él, se convirtió en un asunto de suma importancia. Mi madre trabajaba en dos empleos, y cuando mi mejor amiga me invitaba a ir de compras, me daba mucha vergüenza decirle que apenas teníamos dinero para comprar comida, y mucho menos para comprarme ropa.

Al ver lo mal que me sentía, mi madre aprendió a coser y me hizo ropa nueva. A pesar de sus buenas intenciones, ninguna de las prendas quedó bien del todo. Me hizo un pantalón que no sólo me quedaba muy corto, sino que era de un color tan brillante que me hacía sentir incómoda. Aunque no tenía ningún deseo de ponerme ese pantalón ni ninguna de las prendas caseras, tampoco quería herir los sentimientos de mi madre.

Todavía recuerdo el día en que me puse el pantalón para ir a la escuela como una de las experiencias más humillantes de mi vida. Mike, uno de los chicos más populares de la escuela, siempre se daba tiempo, a pesar de su ajetreado horario, para reírse de mi ropa casera. El día que me puse aquel pantalón, le di a Mike, y a todo el mundo, algo de que reírse.

Si las cosas iban mal en la escuela, en casa iban peor. Sin papá, y con mamá trabajando tantas horas, mis hermanos y yo quedamos a cargo de la casa, tanto de adentro como de afuera. Para colmo, a pesar de nuestros esfuerzos, recibíamos notas anónimas sobre lo descuidado que estaba nuestro jardín y la vergüenza que éramos para el vecindario. Yo les daba la razón; la casa y el jardín no lucían tan bien como los de los demás y hasta me daba vergüenza invitar a mis amigos.

Las cosas cambiaron cuando empecé a ir a las clases de seminario matutino; de hecho, mejoraron. Conocí a alguien con quien podía identificarme, alguien que tenía problemas peores que los míos. La diferencia estribaba en que, mientras yo me compadecía de mí misma, él permaneció cerca del Señor y se negó a quejarse. La persona a la que me refiero es Nefi.

La hermana Mortensen, mi maestra de seminario, señaló que en la vida nadie escapa de los problemas ni del dolor, ni siquiera Nefi. Lo que destacaba la grandeza de Nefi era que jamás perdió la esperanza ni su testimonio mientras batallaba con un problema tras otro. Nefi me ayudó a darme cuenta de que mi mayor problema en la vida no era el divorcio de mis padres, mi pantalón de colores brillantes ni las cosas o las personas que estaban fuera de mi control. Mi mayor problema era mi actitud, algo sobre lo que tengo control absoluto.

El mundo de la familia de Nefi cambió por completo. Los hermanos de Nefi, disgustados porque su padre los había alejado de su casa y de sus posesiones, comenzaron a murmurar y a quejarse. Nefi, por el contrario, oró para recibir entendimiento.

Los hermanos de Nefi volcaron muchas de sus frustraciones en él: lo golpearon con una barra, lo ataron con cuerdas y hasta planearon su muerte. Al ver lo violentos que eran con Nefi me permitió darme cuenta de lo insignificantes que Mike y los demás bravucones eran en mi vida. Lo sorprendente es que mientras que yo no sentía nada, excepto desprecio hacia aquellos que eran crueles conmigo, Nefi era paciente y amoroso y “les [perdonó] sinceramente todo cuanto [le] habían hecho” (1 Nefi 7:21).

Aunque la mayoría de mis amigas no decían mucho sobre mi situación familiar, una amiga me llamó para decir que su madre ya no quería que siguiéramos siendo amigas. La madre decía que la gente como yo, que procedía de una familia con problemas, era una mala influencia. Me eché a llorar, y después de eso lloré muchas noches hasta quedarme dormida.

Nefi confiesa que también él lloraba hasta quedarse dormido. Él dijo: “…mis ojos bañan mi almohada de noche” (2 Nefi 33:3). La diferencia era que Nefi, durante el día, seguía orando por su familia, algo que no se me había ocurrido a mí porque estaba demasiado ocupada centrándome en mis problemas.

Aunque Nefi procedía de una familia que tenía muchos problemas, él permaneció fiel. La forma en que él lidiaba con el dolor y la angustia consistía en apoyarse en nuestro Padre Celestial.

Nefi nunca cayó en la trampa de Satanás de pensar que el amor de nuestro Padre Celestial se podía medir por lo bien que le iban las cosas. Nefi demostró que, aunque no siempre tenemos otra alternativa en cuanto a lo malo que nos pueda suceder, siempre tenemos la opción de decidir cómo responderemos a esos problemas.

Reneé Harding es miembro del Barrio Sugar Land 1, Estaca Houston Sur, Texas.

Una Guía Infalible

“Las Sagradas Escrituras son una guía infalible en nuestra vida. Familiarícense con las lecciones que las Escrituras nos enseñan; estudien los antecedentes y las circunstancias de las parábolas del Maestro y de las admoniciones de los profetas; estúdienlas como si estuvieran dirigidas personalmente a cada [uno] de ustedes, porque así es”.

Presidente Thomas S. Monson, Primer Consejero de la Primera Presidencia, “El momento de escoger”, Liahona, julio de 1995, pág. 112.