2004
Jamás había sentido un gozo tal
abril de 2004


Jamás había sentido un gozo tal

Tiempo atrás, me dirigí a una florería y empecé a conversar con el propietario sobre las plantas que vendía, e intercambiamos ideas sobre diferentes tipos de cultivos. Después de eso, cada vez que trabajaba por la zona, entraba en esa florería y charlaba con el propietario sobre su trabajo y el mío, hasta que poco a poco empecé a hablarle sobre el Evangelio de Jesucristo.

Empecé hablando de Dios y compartiendo lo que sentía por Él. Diego, el propietario de la florería, me dijo que no creía en Jesucristo, aunque sí en algo con poder para crear todas las cosas. Su comentario me sorprendió y le dije que deseaba darle algo muy importante para mí: el Libro de Mormón. También le dije que deseaba presentarle a los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Diego accedió. Fijamos una hora y los misioneros pasaron por su negocio, y, después de haber recibido tres charlas, invitó a los misioneros a su casa.

Por ese entonces cambió mi zona de trabajo, pero un día me topé con los misioneros que estaban enseñando a Diego y les pregunté por él. Traté de averiguar cómo estaba progresando y me dijeron que se iba a bautizar, aunque no sabían cuándo. Una semana más tarde, supe que la familia de Diego se había bautizado, a excepción de Carla, su hija. Me alegró saber de su decisión y que mi contacto había dado sus frutos.

Dos semanas más tarde, en una reunión de estaca, oí de un converso llamado Diego Páez que se había bautizado hacía poco y que estaba muy animado con la Iglesia. Después el presidente de misión me dijo que iba a ser confirmado el domingo siguiente.

Ese domingo fui al barrio de Diego y le vi sentado con su familia en uno de los bancos. Me senté a su lado, él me sonrió y me dijo: “Gracias, Daniel”.

Cuando Diego se sentó en la silla donde el presidente del quórum de élderes lo iba a confirmar miembro de la Iglesia, se me invitó a sumarme al círculo. Acepté, y cuando el presidente del quórum dijo las palabras “recibe el Espíritu Santo”, hasta yo pude sentir la influencia del Espíritu. Mi corazón latía con rapidez y me embargó una gran paz.

Jamás había sentido un gozo tal. Cuando Diego se puso de pie, le di un abrazo y las lágrimas brotaron de mis ojos. Me sentí fortalecido, como se describe en Doctrina y Convenios 50:22: “De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente”.

En cuanto a Carla, la hija de Diego, su padre la bautizó la semana siguiente. Los Páez han continuado su progreso. Milagros, que contaba tres años en el momento de los bautismos, se arrodilla y ora con sus padres, y le pide a nuestro Padre Celestial que bendiga a su familia. Diego y su esposa, Gabriela, hacen un esfuerzo por compartir el Evangelio con otras personas.

Tiene que haber muchas familias como los Páez en el mundo, aguardando a que alguien les lleve la luz de la verdad. Qué dicha es compartir nuestros sentimientos por el Evangelio de Jesucristo y ser capaces de ayudar a otras personas a sentirse como nosotros.

Daniel S. Hidalgo pertenece al Barrio Trapiche, Estaca Godoy Cruz, Argentina.