2004
Para recibir una corona de gloria
abril de 2004


Mensaje de la Primera Presidencia

Para recibir una corona de gloria

La vida nos presenta retos que nos producen desazón tal como lo hacen las espinas, los cardos, las astillas o una corona de espinas. Nuestro Salvador padeció al llevar una corona de espinas. Sin embargo, la vida también cuenta con exquisita belleza y fragancia, así como con una corona de gloria.

Quisiera comprender mejor todos los propósitos divinos de tener que contender con tantos dolores en esta vida. Lehi explicó que una de las razones es para que apreciemos y percibamos todo lo bueno y lo bello del mundo1. A Adán se le dijo que la tierra sería maldecida con espinas y cardos por nuestra causa2. De igual manera, la vida terrenal está “maldecida” con las espinas de las tentaciones mundanas y con las astillas del pecado para que seamos probados, lo cual es necesario para nuestro progreso eterno. El apóstol Pablo explicó: “…para que… no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne”3.

El negar nuestros pecados, nuestro egoísmo y nuestras debilidades es como una corona de espinas que nos impide avanzar un paso más hacia nuestro progreso personal. Si negamos que somos pecadores, ¿se nos podrá perdonar algún día? ¿Qué eficacia tendrá la expiación de Jesús en nuestra vida si no hay arrepentimiento? Si no sacamos rápidamente las astillas del pecado y las espinas de la tentación carnal, ¿cómo sanará el Señor nuestra alma? El Salvador dijo: “…¿no os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?”4.

Resulta muy difícil orar por los que nos aborrecen, nos ultrajan y nos persiguen; mas cuando no damos ese paso vital, no logramos sacar algunas de las astillas que producen infección y que están clavadas en nuestra propia alma. Al perdonar y amar a nuestro cónyuge y a nuestros hijos y amigos, y al comprender lo que podamos considerar sus imperfecciones y debilidades, nos resulta más fácil decir: “…Dios, sé propicio a mí, pecador”5.

Parece que por más que nos cuidemos al andar por las sendas de la vida, sufrimos el dolor de algunas espinas, cardos y astillas. De niño, durante las vacaciones de verano, íbamos a la granja; y tan pronto llegábamos, nos quitábamos los zapatos. Durante la primera o la segunda semana, cuando los pies estaban aún delicados, nos dolían al pisar cualquier piedrecita o ramita. Pero a medida que pasaban las semanas, las plantas de nuestros pies se endurecían hasta que llegábamos a soportar casi cualquier cosa, excepto los cardos, que parecen ser la planta que más abunda en el campo. Y así sucede en la vida: a medida que crecemos y maduramos y nos mantenemos cerca de Aquel que fue coronado de espinas, nuestra alma parece fortalecerse para resistir las tentaciones, tenemos más fuerza de voluntad y más autodominio, todo lo cual nos protege de la maldad del mundo. No obstante, esas maldades están tan omnipresentes que siempre debemos andar por las sendas que tengan menos de los cardos de la tentación terrenal.

De niños nos gustaba batir los cardos maduros para ver las semillas flotar en el viento. No fue sino hasta más tarde que supimos del efecto que esa acción tenía en nuestro huerto y en el de los vecinos. A muchos nos gusta coquetear con la tentación para más tarde darnos cuenta de que hemos cosechado las semillas de nuestra propia desgracia, y que también hemos perturbado la felicidad de nuestro prójimo.

La defensa de la conciencia

Existe un mecanismo de defensa que nos permite discernir entre el bien y el mal: se llama la conciencia. Es la respuesta natural de nuestro espíritu ante el dolor del pecado, al igual que el dolor del cuerpo físico es la respuesta natural de éste al sufrir una herida, aun la que ocasiona una espina pequeña. La conciencia se fortalece con el uso. Pablo dijo a los hebreos: “pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”6. La conciencia sensible es señal de un espíritu sano.

¿Como podemos erradicar las espinas y los cardos de la vida? El poder de hacerlo en nuestra vida y en la de nuestros semejantes empieza con nosotros. Moroni dice que si nos abstenemos de toda impiedad, entonces la gracia de Cristo es suficiente para nosotros7.

Demasiadas veces queremos cubrir la culpa con vendajes en vez de quitar la espina que produce el dolor. Nos oponemos al dolor momentáneo de sacar la espina aun cuando hacerlo nos aliviará del dolor más duradero de una herida infectada. Todos sabemos que si no se sacan las espinas y las astillas de la carne, éstas producen heridas que se infectan y que son difíciles de curar.

Hace algunos años, uno de mis familiares tenía un perro admirable llamado Ben. Un hermoso día de otoño, paseábamos por los campos con Ben, que iba corriendo delante y detrás de nosotros, olfateando la tierra, moviendo la cola y disfrutando del paseo. Después de un rato, Ben vino cojeando hasta su amo y, con una dolorosa mirada, levantó una pata delantera. El animal tenía una espina clavada entre dos de sus dedos, la cual le fue retirada y Ben volvió a correr, sin cojear, libre del dolor. Me maravilló ver que Ben parecía saber instintivamente que, para eliminar el dolor, era necesario que le sacaran la espina, y sabía perfectamente adónde recurrir para ello. Al igual que Ben, parece que instintivamente buscamos el alivio de las espinas de nuestros pecados. En contraste, sin embargo, no siempre acudimos a nuestro “Amo” para que nos ayude; muchas personas ni siquiera lo conocen.

La dádiva de nuestro Salvador

El escarnecimiento de Jesús fue provocado en parte por las espinas:

“Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía;

“y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata,

“y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!

“Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza”8.

Quizás con ese acto cruel, intentaban perversa y burlonamente simular la colocación de la corona de laureles de un emperador sobre Su cabeza. Él aceptó el dolor de la corona de espinas como parte de la gran dádiva que había prometido dar. Cuán conmovedor fue eso, considerando que las espinas significaron el disgusto de Dios cuando maldijo la tierra por causa de Adán. Sin embargo, al llevar la corona, Jesús transformó las espinas en un símbolo de Su gloria. Emily Dickinson, poetisa estadounidense, lo describe así:

Una corona que nadie busca

Pero que Cristo aceptó,

Cambiando la corona de espinas

Por una corona de gloria9.

Nuestro Salvador conoce “según la carne” cada grado de nuestro sufrimiento. No hay dolencia que Él no conozca. En Su padecimiento, se familiarizó con todas las espinas, las astillas y los cardos que nos puedan afectar:

“Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo.

“Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos”10.

Todas las cosas que irriten la carne y el alma se deben quitar antes de que se infecten. Sin embargo, aun cuando se infectan y causan dolor, todavía se pueden sacar y empezar el proceso sanador. No es fácil quitar las espinas del orgullo, los cardos del egoísmo ni las astillas de apetitos carnales, mas cuando la infección se cura, el dolor se aleja. Ese proceso se llama arrepentimiento. El arrepentimiento y el perdón se encuentran entre los frutos más sublimes de la Expiación.

En Roselandia, Brasil, en las afueras de la gran ciudad de São Paulo, hay muchas hectáreas de hermosas rosas. Cuando uno se para en una pequeña colina que se eleva sobre los campos de rosales, el aroma es exquisito y la belleza extraordinaria. Las espinas de las plantas están allí, pero no disminuyen en absoluto el panorama ni el aroma. Deseo invitar a todos a poner en la perspectiva apropiada las espinas y los cardos que encontremos en la vida. Debemos habérnoslas con ellos, pero luego debemos concentrarnos en las flores de la vida, no en las espinas. Debemos disfrutar del aroma y de la belleza de la flor del rosal y del cacto. Para disfrutar del dulce aroma de los capullos, debemos llevar vidas rectas y disciplinadas en las que el estudio de las Escrituras, la oración, las prioridades correctas y la buena actitud formen parte de nuestra vida. Para los miembros de la Iglesia, la forma de llevar esa clase de vida se vuelve más clara en el interior de nuestros templos. Con seguridad todos encontraremos algunas espinas, pero son sólo de importancia secundaria cuando se comparan con la dulce fragancia y con la exquisita belleza del capullo. Acaso no dijo el Salvador: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”11

Sigámosle

El escritor inglés Thomas Carlyle dijo: “Toda corona noble es, y en la tierra siempre será, una corona de espinas”12. La antigua frase latina sic transit gloria mundi quiere decir: “pasajera es la gloria de este mundo”. Las recompensas mundanas pueden ser una gran tentación. Pero, por el contrario, a aquellos que son fieles y que se han comprometido a prestar servicio, se les ha prometido que serán “coronados con honor, gloria, inmortalidad y vida eterna”13. Así que ni el honor ni las pruebas pueden vencer a los fieles. Pablo habló de una corona incorruptible14 y Santiago, de los fieles que reciben una “corona de vida”15.

Considero que las coronas mundanas como el poder, el amor al dinero, la preocupación por lograr cosas materiales y el honor de los hombres son coronas de espinas porque se basan en obtener y recibir más bien que en dar. De manera que el egoísmo puede hacer que lo que creamos que es una corona noble sea una corona de espinas que no podamos soportar.

El llamado de Jesucristo a cada uno de nosotros es: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”16. ¿No es hora de que empecemos a negarnos a nosotros mismos, como nos aconsejó el Salvador, y nos sometamos y disciplinemos en vez de llevar una vida egoísta en la que sólo pensamos en nosotros mismos? La idea no es tanto lo que podamos hacer, sino lo que Dios puede hacer a través de nosotros. Pablo dijo: “…si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra”17.

El tomar nuestra cruz y seguir al Salvador siempre equivale al compromiso de prestar servicio. Cuando yo asistía a la universidad, era muy pobre. Trabajaba largas horas en una envasadora trasladando envases calientes por 25 centavos la hora. Aprendí que el egoísmo tiene que ver más con nuestra manera de ver lo que tenemos que con cuánto tenemos. Un hombre pobre puede ser egoísta y un hombre rico, generoso, pero la persona obsesionada sólo con obtener riquezas tendrá dificultades para encontrar a Dios. He llegado a saber que cualquier privilegio que tengamos trae aparejada una responsabilidad, por lo general, la de servir, de dar y de bendecir a los demás. Dios puede despojarnos de cualquier privilegio si no nos valemos de él de acuerdo con Su voluntad omnipotente. El cumplir fielmente y con devoción con el mandato de dar, de servir y de bendecir la vida de nuestro prójimo es la única forma de disfrutar de la corona de gloria de que hablaron los primeros Apóstoles; es la única forma en que encontraremos el verdadero significado de la vida. Ello nos capacitará para recibir los honores y el escarnio terrenales con idéntica serenidad.

Terminaré con las palabras de Ezequiel: “Y tú, hijo de hombre… aunque te hallas entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo…”18. Ruego que, en nuestro mundo cambiante, sigamos aferrándonos a aquellas cosas que no cambian: a la oración, a la fe, a los convenios salvadores, al amor a la familia y a la hermandad. Al sacar de nuestra vida las astillas del pecado y las espinas de las tentaciones mundanas, y al negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra propia cruz para seguir al Salvador, podremos cambiar una corona de espinas en una corona de gloria. Testifico, como uno de Sus humildes siervos llamado a ser Su testigo especial, que Él vive. Testifico, desde lo más profundo de mi alma, que estamos embarcados en Su sagrada obra, por la cual, si somos fieles, podremos ser coronados con honor, gloria y vida eterna.

Ideas Para los Maestros Orientadores

Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación se mencionan algunos ejemplos:

  1. Lean la historia del perro Ben y pida a cada miembro de la familia que evalúe privadamente su propia vida y que determine si arrastra alguna espina que el Maestro deba retirar.

  2. Lean el cuarto párrafo y pida a la familia que considere si entre ellos hay quienes deban perdonar antes de poder pedir misericordia.

  3. Lean el penúltimo párrafo y pida a los integrantes de la familia que enumeren algunas formas en las que ya estén comprometidos a servir en el reino de Dios. ¿Cómo cumplen con esos compromisos?

  4. Lean el último párrafo y pregunte a la familia cómo podemos cambiar una corona de espinas en una corona de gloria. ¿Cómo cambió el Salvador Su corona de espinas en una corona de gloria?

Notas

  1. Véase 2 Nefi 2:8–13.

  2. Véase Génesis 3:17–18.

  3. 2 Corintios 12:7.

  4. 3 Nefi 9:13.

  5. Lucas 18:13.

  6. Hebreos 5:14.

  7. Véase Moroni 10:32.

  8. Mateo 27:27–30.

  9. “One crown that no one seeks”, The Complete Poems of Emily Dickinson, ed. Thomas H. Johnson, 1960, págs. 703–704.

  10. Alma 7:11–12.

  11. Mateo 7:16.

  12. Past and Present, 1912, pág. 173.

  13. D. y C. 75:5.

  14. Véase 1 Corintios 9:25.

  15. Santiago 1:12.

  16. Mateo 16:24.

  17. 2 Timoteo 2:21.

  18. Ezequiel 2:6.