2004
Las palabras de Cristo: nuestra Liahona espiritual
Mayo de 2004


Las palabras de Cristo: nuestra Liahona espiritual

Con fe, llevemos las palabras de Cristo a nuestra mente y a nuestro corazón.

Considero que es un sagrado honor y privilegio el haberme unido a los miembros de la Iglesia de todo el mundo para sostener a la Primera Presidencia y al Quórum de los Doce Apóstoles como profetas, videntes y reveladores. Con humildad declaramos que ellos son “ testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo” (D. y C. 107:23). Testificamos que ellos hablan “conforme los inspire el Espíritu Santo. Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación” (D. y C. 68:3–4). El Salvador dijo: “…sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38). Declaramos al mundo que estos siervos del Señor en los últimos días hablan las palabras de Cristo.

El Salvador dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque… ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). El apóstol Pablo escribió a su leal compañero Timoteo lo siguiente: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Declaramos al mundo que el Libro de Mormón es Escritura dada por Dios mediante inspiración, y que de igual manera es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.

Con fervor declaramos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios, traducida de registros antiguos por el don y el poder de Dios. Este antiguo registro fue escrito y preservado para salir a la luz como cumplimiento de profecía, como compañero de la Santa Biblia, y que ambos se utilizarían como uno en las manos del Señor (véase Ezequiel 37:16–20). En el Libro de Mormón se nos amonesta a “…[deleitarnos] en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3). Testificamos que el Libro de Mormón es un segundo testigo de la vida y la misión del Salvador; en verdad es “Otro Testamento de Jesucristo”. Declaramos que el Libro de Mormón contiene las palabras de Cristo.

Seiscientos años antes del nacimiento de Cristo, el Señor le indicó al antiguo profeta, Lehi, que saliera de Jerusalén con su familia y que empezara un maravilloso viaje que al final los llevaría a través de las muchas aguas hacia una tierra que sería para ellos una “tierra prometida”. El Libro de Mormón es el registro de Escrituras acerca de los viajes de aquella gente en el antiguo continente americano; contiene los escritos proféticos y las revelaciones que se dieron a ese pueblo. En estas comunicaciones divinas se incluyen muchas profecías del nacimiento del Salvador, Su ministerio y Su gran sacrificio expiatorio; se describen la crucifixión y resurrección que finalmente se llevarían a cabo y se predice Su venida a aquella antigua civilización de América. Leemos en el Libro de Mormón que después de Su resurrección y poco después de Su ascensión al cielo, Jesucristo en verdad se manifestó a ellos. Escuchen la descripción de este maravilloso acontecimiento de la historia y experiméntenlo conmigo.

“Y aconteció que se hallaba reunida una gran multitud…

“Y… estaban conversando acerca de este Jesucristo, de quien se había dado la señal tocante a su muerte.

“Y… mientras así conversaban, unos con otros, oyeron una voz como si viniera del cielo; y… no entendieron la voz que oyeron; y no era una voz áspera ni una voz fuerte; no obstante, y a pesar de ser una voz suave, penetró hasta lo más profundo de los que la oyeron, de tal modo que no hubo parte de su cuerpo que no hiciera estremecer; sí, les penetró hasta el alma misma, e hizo arder sus corazones.

“Y… de nuevo oyeron la voz, y no la entendieron.

“Y nuevamente por tercera vez oyeron la voz, y aguzaron el oído para escucharla; y tenían la vista fija en dirección del sonido; y miraban atentamente hacia el cielo, de donde venía el sonido.

“Y he aquí, la tercera vez entendieron la voz que oyeron; y les dijo:

“He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd.

“Y… al entender, dirigieron la vista hacia el cielo otra vez; y he aquí, vieron a un Hombre que descendía del cielo; y estaba vestido con una túnica blanca; y descendió y se puso en medio de ellos…

“Y aconteció que extendió la mano, y habló al pueblo, diciendo:

“He aquí, soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo.

“Y he aquí, soy la luz y la vida del mundo; y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo, con lo cual me he sometido a la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio.

“Y sucedió que cuando Jesús hubo hablado estas palabras, toda la multitud cayó al suelo; pues recordaron que se había profetizado entre ellos que Cristo se les manifestaría después de su ascensión al cielo”(3 Nefi 11:1–12).

El Salvador bendijo a esa gente y le enseñó Su glorioso Evangelio, tal como lo había hecho en Jerusalén. Somos bendecidos al tener en las páginas del Libro de Mormón Sus palabras, a saber, las palabras mismas de Cristo, tal como fueron proferidas a aquella antigua civilización.

Después de que a Lehi y a su familia se les mandó salir de Jerusalén, les fue dado un sagrado instrumento que les funcionaba como una brújula, que les mostraba el curso que debían viajar. Leemos que sólo funcionaba de acuerdo con su fe en Dios. Alma, un profeta del Libro de Mormón, le dijo a su hijo Helamán que la brújula se llamaba “Liahona” (véase Alma 37:38). Él dijo:

“Y ahora quisiera que entendieses, hijo mío, que estas cosas tienen un significado simbólico; porque así como nuestros padres no prosperaron por ser lentos en prestar atención a esta brújula (y estas cosas eran temporales), así es con las cosas que son espirituales.

“Pues he aquí, tan fácil es prestar atención a la palabra de Cristo, que te indicará un curso directo a la felicidad eterna, como lo fue para nuestros padres prestar atención a esta brújula que les señalaba un curso directo a la tierra prometida.

“Y ahora digo: ¿No se ve en esto un símbolo? Porque tan cierto como este director trajo a nuestros padres a la tierra prometida por haber seguido sus indicaciones, así las palabras de Cristo, si seguimos su curso, nos llevan más allá de este valle de dolor a una tierra de promisión mucho mejor.

“Oh hijo mío, no seamos perezosos por la facilidad que presenta la senda…” (Alma 37:43–46).

Así vemos, hermanos y hermanas, que las palabras de Cristo pueden ser una Liahona personal para cada uno de nosotros, mostrándonos el camino. No seamos perezosos por la facilidad que presenta la senda. Con fe, llevemos las palabras de Cristo a nuestra mente y a nuestro corazón, según se hallan registradas en las sagradas Escrituras y son proferidas por los profetas, videntes y reveladores vivientes. Con fe y diligencia deleitémonos en las palabras de Cristo, porque las palabras de Cristo serán nuestra Liahona espiritual que nos dice todo lo que tenemos que hacer. De esto doy solemne testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.