2004
Sometamos nuestra voluntad a la del Padre
julio de 2004


Principios del Libro de Mormón

Sometamos nuestra voluntad a la del Padre

Sin duda alguna, uno de los grandes sermones del Libro de Mormón se halla en las palabras del profeta Abinadí, quien con gran claridad imparte la doctrina de la Expiación de Cristo y sus efectos en toda la raza humana.

Un aspecto de la Expiación que nos aclara Abinadí tiene que ver con el poder que recibimos al seguir el ejemplo del Salvador y someter los deseos de la carne a la voluntad de Dios. El profeta Abinadí describe así esa característica:

“Quisiera que entendieseis que Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo.

“Y porque morará en la carne, será llamado el Hijo de Dios, y habiendo sujetado la carne a la voluntad del Padre, siendo el Padre y el Hijo…

“Y así la carne, habiéndose sujetado al Espíritu, o el Hijo al Padre, siendo un Dios, sufre tentaciones, pero no cede a ellas, sino que permite que su pueblo se burle de él, y lo azote, y lo eche fuera, y lo repudie…

“Sí, aun de este modo será llevado, crucificado y muerto, la carne quedando sujeta hasta la muerte, la voluntad del Hijo siendo absorbida en la voluntad del Padre” (Mosíah 15:1–2, 5, 7).

En busca de un cambio poderoso

Al leer las Escrituras diariamente, escudriñando las inspiradas palabras que conducen a muchos a saber de su certeza y vivir de acuerdo con ellas, el Espíritu del Señor Omnipotente obrará un poderoso cambio en nuestros corazones. A la conclusión del poderoso discurso del rey Benjamín, su pueblo declaró: “Ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Habían obtenido la capacidad, tras un esfuerzo tenaz, no sólo de renunciar a todo lo malo, sino de incorporar todo lo que es bueno en sus palabras, en sus obras y pensamientos (véase 2 Nefi 9:39; Mosíah 4:30; Alma 12:14). ¿Existe algún deseo del corazón mayor que ése?

Al meditar las palabras de Abinadí y querer obtener ese gran deseo del corazón, que consiste en despojarse del hombre natural y llegar a ser “santo por la expiación de Cristo” (Mosíah 3:19), vemos que el profeta nos habla de uno de los principios que otorgó poder a Jesucristo para interceder por los hijos de los hombres: la sujeción de Su carne y de Su voluntad a la voluntad del Padre (véase Mosíah 15:8). Nos percatamos de que en el plan de nuestro Padre Celestial se hace acopio de todo lo necesario para vencer al hombre natural. Las palabras del profeta Mormón expresan esta verdad: “Sí, vemos que todo aquel que quiera, puede asirse a la palabra de Dios, que es viva y poderosa, que partirá por medio toda la astucia, los lazos y las artimañas del diablo, y guiará al hombre de Cristo por un camino estrecho y angosto, a través de ese eterno abismo de miseria que se ha dispuesto para hundir a los inicuos” (Helamán 3:29).

Sigamos el ejemplo del Salvador

El ejemplo de Jesucristo de sujetar la carne a la voluntad del Padre se hace patente en Su sacrificio expiatorio. Su gran sufrimiento y Su súplica al Padre en Getsemaní (“Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” [Mateo 26:39]), revelan Su gran disposición a abrirnos el camino, así como el gran amor que Él y el Padre tienen por cada uno de Sus hijos.

Si seguimos el ejemplo de humildad del Salvador al encarar la oposición en todas las cosas, sabremos que Él siempre nos sostendrá (véase Alma 36:3). ¿Con cuánta frecuencia hemos sentido lo que Nefi expresó cuando escribió lo siguiente?:

“Sin embargo, a pesar de la gran bondad del Señor al mostrarme sus grandes y maravillosas obras, mi corazón exclama: ¡Oh, miserable hombre que soy! Sí, mi corazón se entristece a causa de mi carne. Mi alma se aflige a causa de mis iniquidades.

“Me veo circundado a causa de las tentaciones y pecados que tan fácilmente me asedian…

“Y ¿por qué he de ceder al pecado a causa de mi carne? Sí, ¿y por qué sucumbiré a las tentaciones, de modo que el maligno tenga lugar en mi corazón para destruir mi paz y contristar mi alma? ¿Por qué me enojo a causa de mi enemigo?…

“¡Oh Señor, en ti he puesto mi confianza, y en ti confiaré para siempre! No pondré mi confianza en el brazo de la carne; porque sé que maldito es aquel que confía en el brazo de la carne. Sí, maldito es aquel que pone su confianza en el hombre, o hace de la carne su brazo” (2 Nefi 4:17–18, 27, 34).

Una de las muchas cualidades que cada uno precisa incorporar a su vida como Santo de los Últimos Días, y que el profeta Abinadí recalcó, es la disposición a someter nuestra carne a la voluntad del Padre al convertirnos en discípulos de Cristo.

La sumisión mediante el servicio

Los Santos de los Últimos Días tenemos la oportunidad de servirnos mutuamente mediante nuestros llamamientos en la Iglesia. Dado que no contamos con un clero profesional, todos somos llamados a servirnos, bendecirnos y ministrarnos unos a otros. Eso requiere tiempo, esfuerzo, un corazón receptivo y sumisión a la voluntad de Dios, la cual se nos comunica por medio de la inspiración y de Sus siervos autorizados.

A continuación se indican algunas formas de someter nuestra carne a la voluntad del Padre mientras servimos con todo nuestro “corazón, alma, mente y fuerza” (D. y C. 4:2). Podemos hacer a un lado las cosas temporales de nuestro diario vivir para ir a la casa del Señor y efectuar la obra de salvación a favor de otras personas. Con regularidad y devoción, podemos asistir a la reunión sacramental para participar de la Santa Cena y así poder tener siempre Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77, 79). Si nos conservamos puros y moralmente limpios, podemos servir como parte de la generación más grandiosa de misioneros… de misioneros que enseñan por medio del Espíritu. Podemos ayunar con regularidad, acercándonos más a nuestro Padre Celestial, compartiendo nuestro pan con el hambriento, vistiendo al desnudo y tendiendo una mano al necesitado. El ayuno nos permite soltarnos de las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados, y romper todo yugo (véase Isaías 58:6–7).

Podemos someter nuestra carne a la voluntad del Padre cuando olvidamos nuestras propias necesidades y renunciamos a nuestras comodidades, cuando dedicamos tiempo para visitar a los demás, entre ellos los nuevos conversos que deben ser “nutridos por la buena palabra de Dios” (Moroni 6:4), o cuando “[socorremos] a los débiles, [levantamos] las manos caídas y [fortalecemos] las rodillas debilitadas” (D. y C. 81:5).

Podemos someter nuestra carne y nuestra voluntad a Dios cuando estamos “anhelosamente consagrados a una causa buena, y [hacemos] muchas cosas de [nuestra] propia voluntad y [efectuamos] mucha justicia” (D. y C. 58:27). De hecho, deberíamos estar “[dispuestos a someternos] a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre [nosotros]” (Mosíah 3:19). Puede que entonces, más que en cualquier otra ocasión, nuestra propia voluntad llegue a estar en armonía con la del Padre al edificar nuestra familia sobre el cimiento del Evangelio de Cristo.

Comprendamos la naturaleza de la felicidad

Es fácil someterse a la voluntad de Dios cuando se asigna un valor adecuado a lo que nos rodea porque comprendemos la naturaleza eterna de nuestra existencia. Se dice que Sócrates, filósofo griego, se detuvo en el mercado para admirar muchas clases de magnífica mercancía y dijo: “¡De cuántas cosas puedo prescindir!”.

En nuestra prisa por hallar la felicidad, a menudo nos encontramos anhelando cosas que son totalmente inútiles y hasta destructivas. Mas en nuestro deseo de obtener el autodominio, debemos invertir nuestro tiempo en aquellas cosas que son indispensables para alcanzar nuestra meta.

La felicidad llega a los que siguen el consejo del Padre. El rey Benjamín dijo: “Quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad” (Mosíah 2:41).

Todo en el reino de Dios, o en Su Iglesia, está organizado de tal modo que hasta el más débil de los santos pueda seguir a Jesucristo. Podemos, de hecho, someter nuestra carne y nuestra voluntad a la voluntad de Dios y adquirir el poder de llegar a ser hijos e hijas de Cristo (véase Mosíah 5:7).

Para llegar a ser verdaderos discípulos de Cristo es necesario recordar el inspirado mensaje del élder Neal A. Maxwell, del Quórum de los Doce Apóstoles, de que la única posesión que podemos dar a nuestro Padre es nuestra voluntad1. La Redención y la Expiación de nuestro Salvador hacen posible que, aun en nuestra debilidad, venzamos la oposición de la carne poco a poco, línea por línea, hasta que lleguemos a ser como Él es.

Nota

  1. Véase “…absorbida en la voluntad del Padre”, Liahona, enero de 1996, pág. 25.