2004
¡Mi hijo se ahoga!
julio de 2004


¡Mi hijo se ahoga!

Nuestro maestro de la Escuela Dominical preguntó en cierta ocasión si alguno de los ex misioneros que había en la clase desearía compartir un relato de las dificultades que encontramos en la misión. Yo no había experimentado ninguna dificultad en especial, pero decidí compartir la siguiente historia sobre uno de mis compañeros mayores, un líder de zona muy dedicado.

Los zapatos de mi compañero estaban gastados, y de tanto trabajar en la calle para enseñar el Evangelio le salieron muchas ampollas en un pie. Un día tuvimos que regresar temprano a casa para almorzar y para que él se cambiara los zapatos. Cuando nos fuimos después de comer, yo me imaginaba que iríamos a un lugar cercano a casa debido al pie ampollado. Pero mi compañero recibió la impresión de predicar en un lugar más lejano.

Mientras caminábamos por la orilla de un río, una mujer y varios niños corrieron hacia nosotros. La mujer gritaba: “¡Ayúdenme, por favor! ¡Mi hijo se ahoga!”. Se había caído al río y no habían podido encontrarlo porque el río iba bastante revuelto. Observamos el río durante unos minutos y por fin vimos algo que flotaba en el agua. Mi compañero se arrojó a las turbias aguas, agarró al niño y lo sacó. Los labios del pequeño ya no tenían color; no respiraba y parecía que estaba muerto.

Nuestros intentos por reanimarlo parecieron no surtir efecto. Cuando llegaron los paramédicos y trataron de reanimarlo, el niño expulsó un poco de agua y volvió a respirar. Para entonces se había congregado mucha gente a nuestro alrededor y, cuando lo vieron respirar, todos lloraron de emoción.

Esa experiencia fue una gran lección para mí. El Señor me enseñó que los misioneros hacen por el espíritu de las personas lo mismo que mi compañero había hecho por el cuerpo de aquel muchacho. Nuestro llamamiento consistía en salvar espiritualmente a las personas.

Al terminar de contar la historia en la clase de la Escuela Dominical, un miembro que acababa de volver de la misión me preguntó dónde había servido.

“En la Misión Japón Sapporo”, le contesté.

“¿Ayudaron a aquel muchacho en la ciudad de Asahikawa?”, preguntó.

“Sí”, le respondí.

Él prosiguió: “Mi compañero bautizó al muchacho de su historia. Una semana después del bautismo me trasladaron a Asahikawa y lo conocí. El mencionó que un misionero lo había salvado de ahogarse en el río”.

El Señor nos guía de maneras milagrosas. No fue coincidencia el que mi compañero sintiera la inspiración de trabajar aquella tarde en un área alejada a pesar de la dificultad que tenía para caminar, ni que anduviéramos a la vera del río en ese preciso momento.

El joven al que salvamos quiere ser misionero, como el que lo salvó. Creí haber terminado mi misión hace 14 años, pero cuando este joven vaya a la misión, en cierto modo la mía aún seguirá.

Hirofumi Nakatsuka es miembro del Barrio Yonago, Estaca Okayama, Japón.