2004
Un millón en México
julio de 2004


Un millón en México

Los santos mexicanos alcanzan un hecho memorable, y su fe y ejemplo siguen influyendo en cada vez más conciudadanos.

En algún momento de este año, si es que no ha sucedido ya, México será el primer país después de los Estados Unidos en alcanzar el millón de Santos de los Últimos Días.

Este notable acontecimiento manifiesta cómo la Iglesia ha florecido en México, en Centroamérica y en Sudamérica en años recientes. Si bien la predicación del Evangelio en México empezó hace más de 100 años (véase “Hechos importantes de la Iglesia en México”, pág. 42), el crecimiento de la Iglesia se incrementó en las décadas de 1950 y 1960. Cuando en 1973 el presidente Spencer W. Kimball se convirtió en el duodécimo Presidente de la Iglesia, había algo más de 3,3 millones de miembros en todo el mundo, cifra que actualmente sólo superan México, Centroamérica y Sudamérica.

Muchos miembros testifican que este crecimiento responde al cumplimiento de las profecías, o que resulta como respuesta a las oraciones de los justos, y expresan profunda gratitud por las bendiciones que dicho crecimiento conlleva. Por ejemplo: durante décadas, los miembros mexicanos tenían que viajar a Estados Unidos para visitar un templo. Fue maravilloso para ellos que se dedicara un templo en la Ciudad de México, en 1983. Hoy día, México cuenta con 12 templos, 20 misiones y 199 estacas.

Los miembros mexicanos provienen de estratos socioculturales muy variados, desde profesionales que viven en la megalópolis urbana de la Ciudad de México, hasta granjeros y jornaleros que residen en remotas zonas rurales. A todos los une el testimonio de Jesucristo y el deseo de servir al prójimo, según Él lo indique. Sería imposible manifestar con palabras o fotografías la gran riqueza de la vida de los Santos de los Últimos Días de México, pero las palabras y la imágenes que se presentan a continuación nos permiten vislumbrar lo que es la vida para estas personas, quienes representan al resto de la población de miembros.

La boda que ellos querían

El Templo de Monterrey, México, se yergue prominentemente sobre un cerro próximo a la autopista principal. Resulta imposible pasar por ahí sin percatarse de la majestuosidad del edificio y su emplazamiento. Cuando Román y Norma Rodríguez pasaron por allí por primera vez, vieron unos carteles en los que se anunciaba la recepción al público. Sintiéndose atraídos por el templo, detuvieron el vehículo y entraron con la familia.

Hacía 15 años que se habían casado por lo civil, según la ley, y tenían tres hijos. En ese momento se hallaban ocupados en la planificación de aquella espléndida boda religiosa que nunca habían tenido; pero durante la visita al Templo de Monterrey sintieron algo que nunca habían sentido. Había una paz y un gozo que Román no podía explicarse; Norma también lo percibió. Estuvieron de acuerdo en que tenían que averiguar más sobre las enseñanzas de la iglesia que había construido aquel templo, por lo que anotaron su nombre y solicitaron la visita de los misioneros.

“Recuerdo que cuando nos preparábamos para la otra boda”, dice la hermana Rodríguez, “no dejaba de preguntarme si estábamos haciendo lo correcto. Oré al Señor para que me ayudara y sentí que mi oración fue contestada mientras aprendíamos sobre el matrimonio eterno”.

El 15 de mayo de 2003, un año y ocho días después de su bautismo, los hermanos Rodríguez, junto con su hija y sus dos hijos, regresaron a la casa del Señor para celebrar la clase de boda que deseaban: su sellamiento eterno como familia. Son miembros del Barrio Santo Domingo, Estaca San Nicolás, México, donde él es presidente del quórum de élderes y ella supervisora de las maestras visitantes. Sus hijos (Vanessa, de 14 años, Román, de 11 y Omar, de 9) disfrutan de la Primaria, de los programas para los jóvenes y de las muchas otras actividades del barrio.

Tanto el hermano Rodríguez como su esposa relatan las experiencias espirituales que reconfirmaron la sabiduría de su decisión de convertirse en miembros de la Iglesia. Antes, dice el hermano Rodríguez, iban tras las cosas del mundo; ahora ven más allá y con claridad espiritual. “Siento como si nuestra vida hubiera estuviese empezando a tomar forma”, dice.

Como solía ser

Los pioneros Santos de los Últimos Días de las diversas partes de México comparten relatos de experiencias semejantes: años de aislamiento, a veces persecución, un crecimiento lento y, más recientemente, aceptación y respeto, a medida que los miembros de la Iglesia han logrado reconocimiento social.

Francisco y Estela Magdaleno, del Barrio Las Águilas, Estaca Moctezuma, Guadalajara, México, se bautizaron a mediados de la década de 1960. La zona donde viven es sumamente tradicional en lo que atañe a la religión, por lo que al principio sus vecinos no querían tener nada que ver con ellos ni con su fe. La familia Magdaleno siguió viviendo su religión y se esforzó por mantener una buena relación con las personas que los rodeaban. Ellos y sus tres hijos han servido como misioneros en México y han vivido para ver el día en que sus vecinos acuden a ellos en busca de consejo y con preguntas sobre religión.

Sixta María Martínez, del Barrio Aeropuerto, Estaca Mérida Centro, México, tenía 62 años cuando se bautizó en 1974. Pronto aprendió a amar la obra del templo e hizo varios viajes desde el sur de México al Templo de Mesa, Arizona, en Estados Unidos. Tiempo después disfrutó de una visita al Templo de Salt Lake City. Con los años, la hermana Martínez ha efectuado las ordenanzas del templo de cinco generaciones de sus antepasados, y ha vivido para ver la construcción de un templo en Mérida, a pocos kilómetros de distancia. A los 92 años, se esfuerza por ir al templo una vez a la semana. “Es mi gozo; es mi vida”, afirma.

Amalia Estrada Catero, del Barrio Narvarte, Estaca Ermita, Ciudad de México, México, se crió siendo miembro de la Iglesia. Sus abuelos se bautizaron a finales de la década de 1880, pero cuando era joven, ella y su familia eran los únicos miembros del pequeño pueblo en el que residían. La hermana Estrada no pudo ser plenamente activa en la Iglesia hasta que a los treinta años de edad se trasladó a la Ciudad de México en 1956. La primera vez que fue al templo fue en una excursión a Mesa en 1963, pero hoy día acude al cercano Templo de la Ciudad de México tan seguido como le es posible. Maestra de profesión, la hermana Estrada ha enseñado en todas las organizaciones auxiliares de la Iglesia y ha sido presidenta de la Sociedad de Socorro. Durante su infancia en aquel pequeño pueblo se sentía presionada a seguir la religión predominante, pero ha podido vivir para ver el día en el que sus vecinos acuden a ellos con preguntas sobre cómo llevar una vida mejor. Tal como lo manifestó un joven del vecindario después de visitarla: “Hablé con la maestra”.

El fortalecimiento de las estacas

“Hace poco le decía a mi marido que cuán bendecidos son nuestros hijos”, dice María Hernández de Martínez, del Barrio Huitzilzingo, Estaca Chalco, México. Es una conversa y se siente muy agradecida por el sellamiento en el templo y todas las bendiciones que el Evangelio derrama sobre su familia.

Su esposo, Isaías Martínez, dice: “Cada vez que veo las fotografías de mis abuelos, me siento lleno de gratitud por lo que hicieron como miembros de la Iglesia”. Se bautizaron en la década de 1940 y su abuelo y su padre sirvieron como líderes locales del sacerdocio. El hermano Martínez, a quien se llamó como obispo a los 25 años de edad, es actualmente secretario de estaca.

Dicho hermano es ingeniero electrónico y su esposa hizo estudios de educadora. En cierto modo, dice él, ellos representan lo que les ha sucedido a los miembros cuyos padres y abuelos se sacrificaron para darles una educación a sus hijos. A consecuencia de ello, muchos miembros de la generación actual de líderes de la Iglesia en México son símbolos visibles en sus vecindarios del crecimiento personal que se experimenta al vivir los principios del Evangelio.

Armando y Claudia Galíndez, del Barrio Estrella, Estaca Churubusco, Ciudad de México, México, son un buen ejemplo de ello. Él es abogado, y también propietario de una empresa que ofrece formación laboral a otras empresas. La hermana Galíndez, titulada en gestión turística, trabaja con él en la compañía. Siendo próspero en México, el hermano Galíndez resiste la tentación de disfrutar de una mayor prosperidad en el norte, pues si bien podría establecerse en Estados Unidos, prefiere quedarse en México para contribuir a la edificación de la Iglesia. Dice que quiere colaborar en el cumplimiento del sueño del presidente Spencer W. Kimball respecto al papel que desempeñan los miembros en la sociedad mexicana (véase “El sueño del presidente Kimball”, pág. 36).

Aun antes de casarse, Armando y Claudia fijaron metas personales y familiares centradas en el Evangelio. El hermano Galíndez utiliza una buena cantidad de principios basados en el Evangelio durante la capacitación que imparte, entre ellos, éste: “Lo único que necesitamos para pasar de lo ordinario a lo extraordinario es entender quiénes somos”.

Como sucede en otras partes del mundo, en México también hay miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que se inactivan semanas o años después del bautismo, algunos de los cuales nunca regresan. Sin embargo, los líderes del sacerdocio que han seguido el consejo del presidente Gordon B. Hinckley —de asegurarse de que cada miembro tenga un amigo, una responsabilidad en la Iglesia y de que sea nutrido espiritualmente por la buena palabra de Dios— dicen que esto resulta muy eficaz para tender una mano y ayudar a que vuelvan muchos que no están disfrutando de las bendiciones de la plena actividad. Algunos miembros vuelven por sí mismos cuando un susurro o una impresión del Espíritu les recuerda lo mucho que les ofrece el Evangelio.

Yolanda Elsie Díaz de Vega, del Barrio Jardines, Estaca Reforma, Guadalajara, México, recuerda cuando se quedaba hasta bien entrada la noche para estudiar el Evangelio con su esposo después de bautizarse en 1979: “Era como si tuviéramos hambre de las Escrituras”, pero después de siete meses de ser miembro de la Iglesia sintió que era injustamente criticada por una persona que había sido miembro más tiempo y no quiso volver a las reuniones. Durante cuatro años, la familia Vega no asistió a la Iglesia, hasta que la preocupación por las bendiciones que su familia no estaba recibiendo les estimuló a volver.

La familia Vega lleva muchos años siendo activa, compartiendo su fortaleza con su familia, el barrio y sus vecinos. Han descubierto muchas bendiciones al aprender cómo ser un mejor matrimonio y al servir al prójimo, dice el hermano Vega. El Evangelio “cambió nuestra forma de pensar y nuestro modo de vida”. Sus hijos se han criado con el conocimiento del Evangelio y lo viven, y ahora sus nietos disfrutan de las mismas oportunidades espirituales por medio de la actividad en la Iglesia. “Me siento orgulloso de nuestros hijos porque nunca hemos tenido que preocuparnos de que la gente supiera que éramos miembros de la Iglesia”, dice la hermana Vega. Sus cuatro hijos responden que viven así debido al ejemplo de sus padres.

Al compartir las bendiciones

Samuel Briones, de 11 años y miembro del Barrio Primavera, Estaca Moctezuma, Guadalajara, México, ayudó a que su maestra se interesara en el Evangelio cuando la invitó a la recepción al público del Templo de Guadalajara. Después de la visita, empezó a reunirse con los misioneros. El instructor de karate de Samuel y de su hermano José Julio, de 12 años, se interesó en el Evangelio debido a la relación que tenía con ambos muchachos. Se bautizó y ahora es secretario ejecutivo de la estaca.

“Hay mucha gente que busca la verdad, pero no saben dónde encontrarla”, dice el padre de los muchachos, que también se llama José Julio. Es fácil compartir nuestras creencias con los demás cuando nosotros, los miembros, estamos lo bastante atentos al Espíritu Santo para reconocer sus necesidades, dice el hermano Briones. Su esposa, Josefina, aprendió que las semillas que plantamos tal vez necesiten tiempo para brotar, pero luego crecen rápidamente. Ella había compartido sus creencias con un matrimonio que parecía estar preparado para escuchar, pero declinaron la invitación que ella les hizo de asistir a las reuniones de la Iglesia por incompatibilidad de horarios. Cuando finalmente pudieron asistir, aun ella se sorprendió al ver cuán preparados estaban y cuán rápidamente aceptaron el Evangelio.

Mauro Gil, de Mérida, que sirvió como presidente de la Misión México Torreón de 1999 a 2002, dice que el ejemplo de los miembros es probablemente el factor principal de la forma en que son recibidos los misioneros. Al reflexionar en la influencia de los miembros ejemplares, dice: “Creo que el Evangelio va a hacer de México un país más grandioso. El hermano Gil ha sido testigo del firme progreso, no sólo espiritual sino temporal, de los miembros de la Península de Yucatán durante los últimos veinte años, a medida que han obedecido los principios del Evangelio, en especial la ley del diezmo.

Los templos de México, dice, son únicamente un símbolo visible del florecimiento y el crecimiento de los miembros. “Serán una bendición para muchas personas; serán una bendición para nuestros hijos”.

El efecto del templo

Los miembros que recuerdan la época en que los excursiones al Templo de Mesa, Arizona, duraban una semana, se regocijan al tener un templo que está a menos de un día de distancia desde casi cualquier punto del país. Un sábado cualquiera, los estacionamientos de los templos de México acomodan a varios autobuses con miembros procedentes de zonas circunvecinas.

Algunos se regocijan simplemente con ayudar a limpiar la casa del Señor. En Guadalajara, Alfredo Gómez, segundo consejero de la presidencia del templo, saluda a un miembro que se marcha después de un turno de limpieza en el templo. El presidente Gómez pregunta si está cansado. El hombre responde que sí, pero que es un cansancio bueno y sale fortalecido.

“El valor que el templo tiene para los miembros es incalculable”, dice el presidente Gómez. Algunas personas de las zonas periféricas incluso se privan de necesidades básicas, como alimentos, para costearse el viaje. “Los miembros saben que es su templo; lo han hecho suyo al venir a efectuar ordenanzas, o al limpiarlo”.

Los líderes locales los animan y apoyan en esta tarea, explica: “Si se me permite decirlo así, el plan del presidente Hinckley consistía en acercar los templos a los miembros para luego llevar a los miembros al templo”.

Por todo México, los miembros están abrazando la adoración en el templo y las bendiciones que provienen de ello. Desde Matamoros y Ciudad Victoria hasta Mazatlán y Guaymas, desde Puebla y Campeche hasta Acapulco, los miembros se regocijan en las bendiciones que reciben de los templos que ahora están tan cercanos a sus hogares.

En Monterrey hubo mucha oposición a la edificación del templo, pero hay miembros que pueden testificar que lo vieron en sueños y sabían que iba a estar allí, dice Eran A. Call, presidente del templo y miembro de los Setenta desde 1997 hasta 2000. También aquí los miembros le dicen nuestro templo. En él no sirven misioneros, dice el presidente Call; todos los obreros son miembros de la localidad. Muchas personas del distrito del templo han captado el Espíritu de la obra. No hace mucho, un grupo de una estaca llevó 3.000 nombres de antepasados fallecidos por quienes efectuarían las ordenanzas del templo.

Esperanza en la eternidad

El primer centro de reuniones que la Iglesia construyó en Mérida fue muy significativo para los miembros que colaboraron en su construcción y que pagaron por él, como se tenía por norma en aquel entonces, recuerda Saidy Castillo de Gaona, del Barrio Zacil-Ha 1, Estaca Mérida, México. “Los miembros pagamos nuestra mitad con trabajo, un trabajo sumamente duro”, dice. La joven Saidy aprendió a manejar la máquina de hacer ladrillos mientras trabajaba en el proyecto; fue ahí donde conoció a su futuro marido, Noé, un misionero de servicio que colaboraba en la construcción del edificio.

“Me emocioné mucho cuando derribaron el centro de reuniones”, continúa Saidy. “Pero lo importante era que construyeron algo de mucho más valor”. En ese sitio se levanta hoy el Templo de Mérida, México.

De joven, Saidy había soñado que estaba en un templo en Mérida. “Sabía que iba a haber un templo y le rogué al Señor que me permitiera vivir el tiempo suficiente para verlo”.

Su esposo y ella se casaron hace más de 35 años y se sellaron en el Templo de la Ciudad de México poco después de su dedicación. Durante años apoyaron a la Iglesia en multitud de llamamientos del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares. En el año 2000, cuando se dedicó el Templo de Mérida, los Gaona estaban listos para servir en él; fueron los dos primeros obreros en ser apartados.

Él se hallaba sirviendo en el templo el día en que falleció súbitamente, a finales de 2002. Saidy dice que sólo el conocimiento de la naturaleza eterna del matrimonio fue lo que le permitió soportar la pérdida de su compañero. “Creo que de no haber sido por el Evangelio, habría deseado morirme. El conocimiento del Evangelio me da fortaleza para seguir adelante. El Evangelio lo es todo para mí como también lo fue todo para mi esposo”.

Ella se volvió una vez más al servicio en el Evangelio con el fin de atenuar la herida de su pérdida. Además de servir en el templo, halló solaz al dar de sí misma a sus cinco hijos y nietos, así como en sus llamamientos de la Iglesia. “Creo que soy más feliz cuando trabajo”, explica.

Tal vez lo mismo pueda decirse de cada miembro de la Iglesia de México. Aquellos que parecen ser más felices son los que se esfuerzan por servir a los demás y proclamar el Evangelio. Puede que sin ser conscientes de ello, estén colaborando día a día para realizar el sueño del presidente Kimball respecto al vital y creciente grupo de miembros de la Iglesia en México.

El Sueño del Presidente Kimball

“Cuando estuve en México en 1946… soñé con el progreso y el desarrollo de ustedes…

“…en vez de trabajar para otros, podía verlos haciéndose cargo de puestos de responsabilidad…

“Entre el pueblo de Lehi vi a ingenieros y constructores…

“Vi a muchos de sus hijos convertirse en abogados y ayudar a solucionar los problemas del mundo. Vi a su pueblo convertirse en propietarios de industrias y fábricas…

“Vi médicos, así como abogados al tanto de la salud de su pueblo. Vi jovencitos y jovencitas convertirse en importantes conferenciantes, propietarios de periódicos con influencia en los asuntos públicos. Vi entre ustedes a grandes artistas…

“Vi la Iglesia crecer a pasos agigantados y los vi organizados en barrios y estacas… Vi un templo de Dios y espero verlo repleto de hombres, mujeres y jóvenes…

“Ése fue mi sueño. Tal vez fuera una visión. Quizás el Señor me estaba mostrando lo que este gran pueblo lograría”.

Presidente Spencer W. Kimball (1895–1985), en Conference Report, Mexico City Area Conference [Conferencia de Área de la Ciudad de México], 1977, pág. 31.

Raíces en México

A mediados de la década de 1870, el presidente Brigham Young envió emisarios a México en busca de lugares que colonizar, tanto como refugio de la persecución que se padecía en Estados Unidos, como medio para hacer llegar el Evangelio a Latinoamérica. Los primeros colonos Santos de los Últimos Días llegaron en 1885 y con el tiempo se establecieron siete colonias en el río Casas Grandes, al norte de Chihuahua, y dos más en el río Bavispe, al norte de Sonora.

A pesar de las dificultades de establecerse en el desierto, las colonias convivieron en paz durante algunos años. En 1895 se organizó la primera estaca de México en Colonia Juárez. Los colonos de habla inglesa fueron expulsados del país durante la revolución que se inició en 1910, pero algunos regresaron para reclamar sus casas y sus tierras. La mayoría de las colonias desaparecieron, pero Colonia Dublán y Colonia Juárez, ambas al norte de Chihuahua, son aún la tierra de muchos de los descendientes de aquellos primeros colonos.

Muchos nombres de los colonizadores de habla inglesa son bien conocidos en la historia de la Iglesia: Bowman, Brown, Call, Eyring, Hatch, Ivins, Romney, Smith, Taylor, Turley y otros. El presidente Marion G. Romney (1897–1988), Primer Consejero de la Primera Presidencia, nació allí, como también Camilla Eyring y Henry Eyring, esposa del presidente Spencer W. Kimball y padre del élder Henry B. Eyring, del Quórum de los Doce Apóstoles, respectivamente. Aquellos primeros colonizadores realizaron bien la labor de implantar el Evangelio, y hoy día, los miembros de ascendencia mexicana superan en número a los descendientes de aquellos pioneros de habla inglesa en las congregaciones locales.

En Colonia Juárez actualmente se encuentra uno de los templos de la Iglesia de México; el Templo de Colonia Juárez, Chihuahua, México, se dedicó en 1999.

Momentos históricos de la Iglesia en México

Julio de 1847: Los pioneros Santos de los Últimos Días, liderados por el presidente Brigham Young, llegan al valle del Lago Salado, que se halla en territorio mexicano.

1874: El presidente Brigham Young llama a Daniel W. Jones para que traduzca el Libro de Mormón al español, pero el hermano Jones carece de dominio de esta lengua. Melitón G. Trejo, oriundo de España, llega a Salt Lake City y con su ayuda se publican partes del Libro de Mormón.

6 de enero de 1875: Llegan a México los primeros Santos de los Últimos Días.

1876: Comienza un segundo esfuerzo misional en el estado de Sonora y se bautizan los primeros miembros.

15 de noviembre de 1879: Llegan los primeros misioneros SUD a la capital: el élder Moses Thatcher, del Quórum de los Doce Apóstoles, Melitón G. Trejo y James Z. Stewart.

Noviembre de 1879: Se organiza la primera rama en México, con Plotino Rhodakanaty como presidente.

25 de enero de 1880: El élder Thatcher dedica México para la obra misional por primera vez, en el cuarto de un hotel de la Ciudad de México.

6 de abril de 1881: En el Popocatépetl, el élder Thatcher dedica nuevamente México para la proclamación del Evangelio y el establecimiento de colonias. Otras ocho personas se le unen en las laderas del volcán para celebrar la primera conferencia de la Iglesia en México.

1885: Comienza el primer intento por parte de Santos de los Últimos Días de habla inglesa de asentarse en México. Se establecen siete colonias es Chihuahua y dos en Sonora.

1886: Melitón G. Trejo y James Z. Stewart finalizan la traducción al español de la totalidad del Libro de Mormón y la obra se publica este mismo año.

Mediados de 1889: Se suspenden todos los esfuerzos misionales en México a causa de la persecución de la Iglesia en Utah.

9 de diciembre de 1895: Se organiza la Estaca Juárez en las colonias SUD de Chihuahua, con Anthony W. Ivins (posteriormente miembro del Quórum de los Doce Apóstoles) como presidente.

8 de junio de 1901: Se reabre la Misión Mexicana.

Septiembre de 1907: Se llama a Rey Lucero Pratt (posteriormente miembro de los Setenta) a presidir la Misión Mexicana. Su llamamiento se prolonga 24 años. Entre 1901 y 1910 se expande la misión hasta abarcar los estados de México, Hidalgo, Morelos y el Distrito Federal.

29 de agosto de 1913: La Revolución Mexicana, iniciada en 1910, obliga al presidente Pratt y a sus misioneros a abandonar México, lo que causa que se cierre la misión. La revolución trae consigo grandes padecimientos entre los miembros, algunos de los cuales pierden la vida. Rafael Monroy y Vicente Morales, ejecutados en 1915, se convierten en mártires de la fe. La guerra provoca un éxodo de los miembros de las colonias.

1922: Los misioneros de Estados Unidos retornan a México.

1937: La Misión Mexicana inicia la publicación de In Yaotlapiyoui, precursora de la revista Liahona.

1960: Se establece en México un sistema escolar SUD. Benemérito de las Américas, una escuela privada de secundaria creada en México en 1964, es bien conocida por la excelencia de sus alumnos.

3 de diciembre de 1961: Se forma en la Ciudad de México la primera estaca de santos de ascendencia mexicana. Se trata de la primera estaca de habla hispana de la Iglesia.

1967: Se divide la Estaca de la Ciudad de México, creándose la Estaca Norte de la Ciudad de México, con Agrícol Lozano Herrera como presidente, el primer presidente de estaca de ascendencia mexicana.

1972: El número de miembros de la Iglesia en México asciende a 100.000.

2 de diciembre de 1983: Se dedican el Templo de la Ciudad de México y el Centro de Visitantes.

25 de julio de 1989: México se convierte en el primer país, después de Estados Unidos, en alcanzar 100 estacas tras la creación de la Estaca Tecalco, México. Se calcula que hay más de medio millón de miembros en México.

11 de diciembre de 1994: El presidente Howard W. Hunter visita México y crea la estaca número 2.000 de la Iglesia: la Estaca Contreras, Ciudad de México, México.

2004: En México, con dos áreas administrativas, 12 templos, 20 misiones y casi 200 estacas, el número de miembros asciende a un millón.

Cortesía del Museo de Historia del Mormonismo en México, A.C.