2004
Justo la ayuda que necesitaba
agosto de 2004


Justo la ayuda que necesitaba

Un acto de servicio por parte de mis vecinos me enseñó una lección memorable sobre la importancia de determinar las necesidades de los demás y ayudarles a resolverlas.

Soy una madre soltera con tres hijos y había aprendido a depender de mí misma para cuidar a mi familia. Sin embargo, en la primavera de 1989, ciertos cambios en mi vida trajeron consigo nuevos retos. Mi hijo mayor, un ex misionero, se casó y estaba sirviendo muy lejos como oficial de la marina de los Estados Unidos. Mi hija y mi hijo menor se estaban preparando para partir, con dos semanas de diferencia, a prestar servicio misional. Por primera vez, iba a estar sola.

Bueno, no estaría completamente sola. Tenía a Mischa, nuestra enorme y bella perra samoyeda. Uno de mis hijos la sacaba de paseo todos los días, pero ahora que todos se irían, yo tendría que hacerme cargo de la tarea. El problema era que me iba a operar el talón de un pie, y caminar sería muy doloroso por lo menos durante varias semanas.

Durante uno de los últimos paseos que mi hijo menor tomó con Mischa antes de salir para el Centro de Capacitación Misional, uno de nuestros vecinos lo detuvo y le dijo que él sacaría a la perra a caminar hasta que uno de mis hijos volviera a casa.

La primera tarde que nuestro vecino fue a sacar a Mischa, ésta no se le acercaba por ser un extraño. Así que mi vecino se quedó y jugó con ella durante unos 15 minutos. A la noche siguiente regresó para jugar con ella y hacerse su amigo, pero no obstante se volvió a negar a salir a caminar. Finalmente, la tercera noche, estuvo dispuesta a salir y desde entonces cada noche aguardaba con impaciencia a su nuevo amigo.

Mucho después de que sané de la cirugía del pie y de que podría haberme hecho cargo de esa responsabilidad, mi vecino siguió sacando de paseo a Mischa. Cuando un trabajo de noche le mantenía ocupado tres noches por semana, su esposa se hizo cargo. Durante año y medio, hasta que mi hija regresó, esos maravillosos vecinos sacaron a pasear a mi perra por lo menos durante una hora todas las noches, excepto las tres noches por las que se disculparon para tomar unas breves vacaciones fuera de la ciudad. ¡En total rindieron más de 547 horas de servicio!

Estoy convencida de que mis vecinos estaban en comunión con el Espíritu y me siento agradecida porque identificaron mi necesidad y respondieron a ella. No era algo que les hubiera pedido hacer, pero dadas mis responsabilidades en aquel momento, ningún otro servicio me hubiera ayudado más. Al seguir la admonición de Alma en cuanto a “llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras” (Mosíah 18:8), estos vecinos me dieron un ejemplo de servicio amoroso que permanecerá conmigo para siempre.

Margaret Kay Christensen es miembro del Barrio Midvale 5, Estaca Midvale, Utah.