2004
En oposición a la maldad
septiembre de 2004


Mensaje de la Primera Presidencia

En oposición a la maldad

Una noche tomé el periódico del día, que aún no había leído, y hojeé sus páginas hasta que me detuve en la publicidad de las películas, mucha de la cual insta abiertamente a que el lector vea aquello que es degradante y que lleva a la violencia y al sexo ilícito.

Me puse a leer el correo y hallé una pequeña revista con la programación televisiva de la semana siguiente y vi los títulos de muchos programas que contenían el mismo tipo de material. Sobre mi escritorio se hallaba una revista de actualidades, cuyo ejemplar trataba el asunto del índice delictivo cada vez más alto. Los artículos de dicha revista hablaban de los millones de dólares adicionales destinados a equipar a las fuerzas del orden y a la construcción de prisiones más grandes.

El torrente de inmundicia pornográfica, el desmesurado hincapié en el sexo y la violencia no son propios de Norteamérica; la situación es tan grave en Europa como en muchas otras regiones. La triste realidad es que se está produciendo la desintegración del núcleo de nuestra sociedad.

Las restricciones legales en contra de la conducta inmoral están desapareciendo bajo nuevas leyes y decisiones judiciales; todo ello en nombre de la libertad de expresión, de la libertad de prensa y de la libertad de elección en, por así decirlo, cuestiones privadas; pero el fruto amargo de esas supuestas libertades siempre ha sido la esclavitud a hábitos perversos y un comportamiento que sólo conduce a la autodestrucción. Hace mucho tiempo, un profeta describió este proceso con gran precisión cuando dijo: “…así el diablo engaña sus almas, y los conduce astutamente al infierno” (2 Nefi 28:21).

Por otro lado, estoy convencido de que hay millones y millones de personas buenas en éste y en otros países. En su gran mayoría, los maridos son fieles a sus esposas, y éstas a sus maridos; se cría a los hijos con sensatez, laboriosidad y fe en Dios. Gracias a la fortaleza de esas personas, creo que la situación no es irremediable. Tengo la firme convicción de que no es necesario permanecer impasibles ni dejar que la suciedad ni la violencia nos abrumen ni nos hagan huir despavoridos. Esa oleada, a pesar de su altura y su aspecto amenazador, se la puede hacer volver atrás, si un número suficiente de personas con las características que he mencionado unen sus fuerzas a la de aquellos que actualmente realizan su labor con eficacia. Considero que el reto de oponerse a la maldad es uno que los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, como ciudadanos, no pueden eludir.

Deseo sugerir cuatro puntos que se pueden emplear para dar comienzo a nuestros esfuerzos por oponernos a esa oleada de maldad.

Primero: Empiecen por ustedes mismos. La reforma del mundo comienza con la reforma del individuo. Como dice uno de nuestros Artículos de Fe: “Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, [y] virtuosos” (Artículos de Fe 1:13).

No podemos esperar influir en los demás para que sigan la senda de la virtud a menos que llevemos nosotros una vida virtuosa. El ejemplo de nuestro modo de vivir tendrá mucho más peso que toda la prédica de la que seamos capaces. No podemos elevar a los demás a menos que nosotros mismos estemos en un plano más elevado.

El respeto de sí mismo marca el inicio de la virtud en el hombre. Aquel que sabe que es un hijo de Dios, creado a imagen de un Padre divino y bendecido con el potencial de ejercer virtudes grandes y divinas, se disciplinará contra la sordidez y la lascivia a la que todos nos vemos expuestos. Alma dijo a su hijo Helamán: “…asegúrate de acudir a Dios para que vivas” (Alma 37:47).

El Señor tiene algo más que un interés pasajero al respecto, como denota esta maravillosa declaración que dirigió a la multitud congregada en el monte: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8).

Un hombre sabio dijo en cierta ocasión: “Haz de ti mismo un hombre honrado y habrá un granuja menos en el mundo”.

Fue Shakespeare quien puso esta persuasiva orden en boca de uno de sus personajes: “Sé fiel a ti mismo, y así como el día precede a la noche, a ningún hombre habrás de mentir”1.

A todo hombre y a toda mujer que lean estas palabras deseo extenderles el reto de elevar sus pensamientos por encima da la suciedad, de disciplinar sus actos y convertirlos en ejemplos de virtud, de controlar sus palabras para que sólo pronuncien aquello que eleva y edifica.

El segundo punto: Un futuro mejor comienza con la preparación de una generación mejor. Esto deposita en los padres la responsabilidad de ser más eficaces en la educación de sus hijos. El hogar es la cuna de la virtud, donde el carácter adquiere su forma y se establecen los hábitos. La noche de hogar es una ocasión que se nos presenta para instruir acerca de las vías del Señor.

Ustedes saben que sus hijos van a leer; leerán libros, revistas y periódicos. Cultiven en ellos el deseo de leer lo mejor. Mientras sean pequeños, léanles los grandes relatos que se han hecho inmortales por las virtudes que enseñan; ayúdenles a conocer los buenos libros; que haya un rincón en su hogar, por pequeño que sea, donde vean por lo menos algunos de los libros que han servido para nutrir a las grandes mentes.

Que haya buenas revistas en el hogar, tanto las que publica la Iglesia como otras instituciones, que orienten sus pensamientos hacia conceptos ennoblecedores. Permítanles leer buenos periódicos para que sepan lo que acontece en el mundo sin necesidad de estar expuestos a la publicidad y a los escritos degradantes que tanto abundan. Cuando se proyecte una buena película, consideren la posibilidad de ir al cine en familia, ya que su patrocinio motivará a las personas que tengan deseos de producir ese tipo de entretenimiento; empleen el más extraordinario de todos los instrumentos de comunicación, la televisión, para enriquecer la vida de sus hijos. Hay mucho que es bueno, pero es necesario tener criterio. Hagan saber a los responsables del buen entretenimiento familiar que aparece en televisión cuánto aprecian lo que es bueno y cómo les desagrada lo que es malo. En gran medida, recibimos lo que pedimos. El problema es que muchos de nosotros no pedimos y, habitualmente, no damos las gracias por lo que es bueno.

Que haya música en el hogar. Si ustedes tienen hijos adolescentes que escuchan su propia música, la tendencia de ustedes será la de describir esos sonidos como cualquier cosa excepto música. Permítanles escuchar algo mejor de vez en cuando; expónganlos a la buena música; ellos se darán cuenta de que es buena. Recibirán más muestras de gratitud de las que se imaginan. Tal vez no se exprese con palabras, pero se percibirá, y la influencia de esa música se hará cada vez más patente con el paso de los años.

El tercer punto: La opinión pública es el fruto de unas cuantas voces fervientes. No abogo por el griterío amenazador, ni por los puños enhiestos, ni por que se amenace a los legisladores; pero sí creo que debemos manifestar nuestras convicciones con fervor, sinceridad y de forma positiva a las personas que tienen la pesada responsabilidad de elaborar nuestras leyes y de hacerlas respetar. La triste realidad es que la minoría que exige una mayor liberalización, que vende y consume pornografía, que estimula las imágenes licenciosas y se ceba en ellas, eleva su voz a tal grado que nuestros representantes políticos llegan a suponer que sus demandas representan el deseo de la mayoría. Es poco probable que recibamos aquello por lo que no luchemos.

Que se oigan nuestras voces; espero que no sean voces estridentes, pero sí que se manifiesten con una convicción tal que aquellos con quienes hablemos sepan en cuanto a la fortaleza de nuestras convicciones y la sinceridad de nuestro esfuerzo. Con frecuencia, las consecuencias de enviar una carta bien redactada son admirables, al igual que lo son los resultados que provienen de una conversación tranquila con las personas que llevan responsabilidades de gran peso.

El Señor declaró a este pueblo:

“Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes.

“He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta” (D. y C. 64:33–34).

He aquí lo imprescindible: “el corazón y una mente bien dispuesta”. Hablen con los responsables de las normativas, los estatutos y las leyes en el gobierno municipal, regional, estatal o nacional y con aquellos que ocupan cargos de responsabilidad como administradores de los centros educativos. Por supuesto, habrá quienes les den con la puerta en las narices, quienes se burlen; tal vez les llegue el desánimo, ya que siempre ha sido así. Edmund Burke, al tomar la palabra en la sala de la Cámara de los Comunes en 1783, declaró acerca de la persona que abogaba por una causa impopular:

“Bien sabe él las trampas que esconde ese camino… Padecerá el vituperio y el abuso por defender sus supuestas razones. Recordará que el oprobio es un elemento indispensable de toda verdadera gloria; recordará que… la calumnia y el abuso forman parte esencial del triunfo”2.

El apóstol Pablo, en su defensa ante Agripa, relató su milagrosa conversión mientras iba de camino a Damasco, y declaró que la voz del Señor le había mandado levantarse y ponerse sobre sus pies (véase Hechos 26:16).

Me imagino al Señor diciéndonos: “Levantaos y poneos sobre vuestros pies; defended la verdad, la bondad, la decencia y la virtud”.

Por último, mi cuarto punto: La fuerza para la batalla se inicia al solicitar la fuerza de Dios. Él es la fuente de todo poder.

Pablo declaró a los efesios:

“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.

“Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Efesios 6:10–13).

La oleada de la maldad está creciendo y en la actualidad se ha convertido en una verdadera inundación. La mayoría de nosotros, que llevamos una vida bastante resguardada, no tenemos idea de sus enormes proporciones. Hay en juego millones de dólares para aquellos que nos inundan con la pornografía, los traficantes de la lascivia, los que negocian con la perversión, el sexo y la violencia. Ruego que Dios nos conceda la fortaleza, la prudencia, la fe y el valor que precisamos como ciudadanos para oponernos a todo eso y que se alce nuestra voz en defensa de esas virtudes que, cuando se pusieron en práctica en el pasado, hicieron fuertes a los hombres y a las naciones, mas cuando se desatendieron, los llevaron a la decadencia.

Dios vive. Él es nuestra fortaleza y nuestro auxilio. Al grado que nos esforcemos, descubriremos que se unirán a nosotros legiones de hombres y mujeres. Empecemos ya.

Ideas Para los Maestros Orientadores

Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación se citan algunos ejemplos:

  1. Pregunte a los integrantes de la familia si alguna vez han defendido buenos espectáculos en su comunidad. ¿Han tratado ellos ese tema con sus amigos y colaboradores? Pídales que aporten ideas respecto a lo que podrían hacer para apoyar la sana diversión.

  2. Lea la cita de Hamlet que comparte el presidente Hinckley, “Sé fiel a ti mismo…”, y luego la última parte de D. y C. 121:45, comenzando desde: “…deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente”. Pregunte a la familia por qué el tener siempre pensamientos virtuosos resulta en que seamos fieles a nosotros mismos y qué significa para nosotros, en forma personal, la parte del pasaje que dice: “…entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios”.

  3. Lea la cita de Edmund Burke y hablen del precio del valor. Haga hincapié en los beneficios de defender una causa justa.

  4. Pida a la familia que sugieran diversos aspectos en los que las personas pueden llevar a la práctica la petición del presidente Hinckley de comenzar ahora mismo en la lucha contra la maldad en la sociedad.

Notas

  1. Hamlet, acto 1, escena 3, líneas 78–80.

  2. Citado en John F. Kennedy, Profiles in Courage, 1956, pág. vi.