2004
Nuestros ángeles secretos
septiembre de 2004


Nuestros ángeles secretos

Llevaba ya un par de semanas fijándome en el pequeño temblor de mi mano derecha. Me convencí de que se trataba simplemente de tensión. Criar siete hijos puede ser todo un desafío, pero cuando cinco de esos hijos tienen múltiples discapacidades, la vida a veces llega a ser abrumadora. Mi horario estaba repleto de horas para consultar a médicos, terapias, la rutina diaria de dar medicamentos y el reto constante de ayudar a unos hijos con problemas de convulsiones, retraso mental, desorden bipolar y enfermedad cardiaca congénita.

Mi marido, Ron, acababa de ser llamado obispo del barrio. Nos sentíamos agradecidos por esa oportunidad de servir y orábamos diariamente para que pudiera bendecir la vida de otras personas del barrio. Poco me imaginaba que nosotros íbamos a ser los receptores de esas bendiciones.

Ya no podía rehuir el temblor por más tiempo y solicité ayuda profesional. Cuando aquel día salí de la consulta del médico, mi vida había cambiado para siempre: se me diagnosticó la enfermedad de Parkinson. Preguntas y temores asolaban mi mente. ¿Cómo evolucionaría la enfermedad? ¿Cómo atendería a mi familia? ¿Cómo podría seguir apoyando a Ron en su nuevo llamamiento? Anhelaba las respuestas y necesitaba desesperadamente paz y consuelo. Recordé las palabras del Salvador: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).

Con el paso de los años había llegado a pensar que el Señor ya me había dado mi cupo de pruebas; creía que iba a dedicar mi vida al cuidado de mis hijos con sus necesidades especiales. No estaba resentida con esa idea, y hasta sentía una gran paz y un gran consuelo al vislumbrar mi futuro. Habíamos aceptado los retos y las discapacidades de nuestros dos hijos a la vez que criamos dos hijas hermosas. Incluso habíamos sentido el fuerte deseo de aumentar nuestra familia al adoptar tres hijos más con necesidades especiales. Cada vez que iniciamos el proceso de adopción, pudimos presenciar milagros mientras se nos guiaba por cada paso del camino. Ha habido grandes retos, pero también enormes bendiciones.

Las semanas posteriores a mi diagnóstico, con frecuencia me hallé de rodillas, suplicando al Señor. Aprendí que el mal de Parkinson es una enfermedad progresiva y que perdería el control de mis músculos. Cuanto más leía, más me asustaba. Pasé muchas noches en vela; con las primeras palabras de mi diagnóstico, recibí la impresión de que no habría milagros que me libraran de esta prueba y que necesitaba aprender algo con esta experiencia. Me sentía muy sola y me preguntaba si el Señor estaba descontento conmigo, si aún me amaba.

Entonces, cierta noche, mientras Ron se disponía a ir a la Mutual, alguien llamó a la puerta. Abrimos y hallamos una deliciosa comida que alguien desconocido había dejado en la entrada de nuestra casa. Una nota cariñosa nos anunciaba que, cada semana, a la misma hora, llegaría una cena. Al saborear la excelencia de la comida, no sólo se alimentó mi cuerpo, sino también mi espíritu. Me di cuenta de que no estoy sola y de que el Señor sí me ama. De nuevo probé la dulce paz que nos ha prometido. Me siento agradecida por estos amables ángeles secretos que honraron sus convenios bautismales de “llorar con los que lloran… y… consolar a los que necesitan de consuelo” (Mosíah 18:9). Sabía que, mediante el ministerio de esos “ángeles terrenales”, encontraría las fuerzas para vivir cada día.

Ya han pasado más de tres años desde que encontramos aquella primera cena. Desde entonces, cada noche de Mutual, hemos recibido una deliciosa comida, dejada anónimamente en la entrada de nuestra casa. Los límites del barrio han cambiado, los miembros van y vienen, pero la comida sigue apareciendo. A menudo he pasado un día particularmente difícil, habiendo olvidado que es el “Día de nuestros ángeles secretos”, y de repente llaman a la puerta y me encuentro otro delicioso regalo de amor.

Mi enfermedad sigue progresando y aún quedan muchas preguntas sin respuesta, pero sé que no estoy sola. He sentido la paz que procede de depositar mi confianza en el Señor y de aceptar Su voluntad. Sé que muchas de las pruebas de esta vida son para nuestro bien y nos ayudan a convertir nuestras debilidades en puntos fuertes. También sé que no tenemos que sobrellevar nuestras pruebas solos; el Señor siempre contesta nuestras oraciones, pero a menudo éstas suelen hallar respuesta a través de personas dispuestas a servir y ser Sus “ángeles secretos”.

Mary Bartschi es miembro del Barrio Continental Ranch, Estaca Tucson Norte, Arizona.