2004
El eslabón de la cadena
septiembre de 2004


El eslabón de la cadena

Cuando mis hijos decidieron no asistir a las reuniones conmigo, se me partió el corazón; me preguntaba si podría seguir siendo activa en la Iglesia.

Me uní a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1970. Estaba bien preparada: no consumía alcohol, no fumaba y no bebía té ni café. Había dejado todo eso cuando me di cuenta de que había llegado el momento de cambiar mi vida y encontrar una Iglesia a la cual llevar a mis hijos.

Mi conversión comenzó después de que mi cuñada desarrollara una opinión favorable hacia la Iglesia e hizo que yo recibiera las publicaciones de la Iglesia. Luego leí el Libro de Mormón y reconocí su veracidad. Mis tres hijos y yo nos bautizamos poco tiempo después. Mi marido no estaba muy convencido con la nueva vida de su familia, pues creía que nos alejaría de él, pero aún así nos permitía asistir a las reuniones.

Fui muy feliz durante unos años, aunque tuve cierta oposición por parte de algunos familiares. Cada domingo me encantaba ir a la Iglesia con mis hijos. El Evangelio era lo que había estado buscando y me permitió llenar el vacío que sentía debido a una infancia traumática con un padre alcohólico.

Pero las cosas empezaron a cambiar según mis hijos iban creciendo. Los domingos preferían irse de pesca con su padre en vez de asistir a las reuniones. De repente me hallé asistiendo sola a la Iglesia. Estaba dolida. Iba al centro de reuniones, me sentaba sola, lloraba y volvía a casa.

Finalmente, le dije a mi presidente de estaca que iba a dejar de asistir a la Iglesia porque mi familia se estaba desmoronando. Él me aconsejó que le preguntara a mi Padre Celestial si eso era lo que Él quería que hiciese. Accedí y fui a casa a ayunar y orar, y recibí una respuesta. Acudieron a mi mente, en forma de impresión, las siguientes palabras: “Eres el eslabón de la cadena. Si lo rompes, todo se habrá perdido”. Esas palabras penetraron hasta lo más profundo de mi corazón y me comprometí a seguir con mi actividad en la Iglesia.

Me resultaba muy difícil ir sola porque era muy tímida y me daba cuenta de que mis hijos habían sido una especie de protección para mí. Nuevamente presenté mi problema al Señor y esa vez recibí la impresión de acercarme más a mi familia del barrio. Así que iba a las reuniones, buscaba a alguna otra persona que estuviera sola y me obligaba a conversar con ella. Mi temor ha ido desapareciendo con los años y ahora tengo muchos amigos en el barrio.

Mi compromiso de asistir fielmente a las reuniones tuvo su recompensa: uno a uno, mis hijos han vuelto a la Iglesia y los tres están activos y criando a mis nueve nietos en el Evangelio; cada uno de ellos camina por el sendero de la rectitud.

Mi madre y mi hermana también se han convertido; el marido de mi hermana es obispo y dos de sus hijos han cumplido sendas misiones. Mi hijo también sirvió en una misión y tengo un nieto que es misionero. Nuestra familia está muy unida y, si bien mi esposo aún no se ha unido a la Iglesia, ha madurado en muchos aspectos.

Cada día doy gracias a mi Padre Celestial por las bendiciones, la felicidad y la dicha que tengo con mi familia. Me siento agradecida por haber prestado atención a la respuesta a mi oración: “Eres el eslabón de la cadena”.

Eva Fry es miembro del Barrio Valley Center 1, Estaca Escondido, California.

Conserven la Cadena Intacta

“Recordé una experiencia que tuve hace muchísimo tiempo. En el verano vivíamos en una granja, en la que había un viejo tractor. También había un árbol muerto que quería arrancar, así que aseguré el extremo de una cadena al árbol y el otro al tractor. Al intentar avanzar con el tractor, el árbol se estremeció un poco y la cadena se rompió.

“Contemplé el eslabón roto y me pregunté por qué habría cedido. Fui a la ferretería y compré un eslabón de repuesto. Lo uní a la cadena, pero la unión era tan mala, que la cadena jamás volvió a ser la misma.

“Al sentarme… meditando en eso, me dije: ‘Nunca te permitas convertirte en el eslabón débil de tus generaciones. Es muy importante que entreguemos a las generaciones venideras un legado inmaculado de cuerpo y mente, y, si me lo permiten, de fe y virtud sin tacha.

“Jóvenes y jovencitas, la mayoría de ustedes se casará y tendrá hijos. Sus hijos tendrán hijos, y lo mismo sucederá con los hijos de éstos. La vida es una gran cadena de generaciones que nosotros en la Iglesia consideramos que debe estar bien engarzada”.

Presidente Gordon B. Hinckley, “Keep the Chain Unbroken”, en Brigham Young University 1999–2000 Speeches, 2000, págs. 108–109.