2004
Los deseos justos
octubre de 2004


Entre amigos

Los deseos justos

“…seguidme y haced las cosas que me habéis visto hacer” (2 Nefi 31:12).

Me crié en El Paso, Texas. Mi padre luchó en la Segunda Guerra Mundial y mientras estuvo fuera de casa, mi abuelo se esforzó por ser como un padre para mí.

Un día, mientras estaba sentado en la acera, vi un auto que venía lentamente por la calle. Le salía humo del capó. Cuando el auto estuvo frente a mí, dejó de funcionar. De él salió un hombre, mientras su esposa y sus cinco hijos esperaban en el interior, llorando. No entendía lo que decían, pero sabía que eran de México por las placas del auto.

Entonces pasó mi abuelo en su auto. Se detuvo y conversó en español; les preguntó qué les sucedía. Yo oía la palabra templo en español una y otra vez, y pensé: “Se parece mucho a ‘temple’”. No tardé en entender que aquella familia se dirigía al Templo de Mesa, Arizona, para sellarse. En aquel entonces no había templos en México ni en Centroamérica.

Mi abuelo los llevó a su casa, donde les dio de comer y les permitió dormir aquella noche. Luego llevó el auto de ellos al mecánico para que le pusiera un motor nuevo. Al partir, les dio algo de dinero para ayudarles por el camino. Siempre he recordado la amabilidad que les demostró.

Siempre he recordado también sus relatos de cuando era misionero. Aun cuando estaba casado y tenía un hijo, el abuelo fue llamado a servir como misionero en la Ciudad de México, justo en el momento en que se desató la Revolución Mexicana. En cierta ocasión, los soldados federales lo acusaron a él y a su compañero de ser espías y amenazaron con fusilarlos allí mismo. Recordando la historia de Abinadí, mi abuelo dijo: “No pueden matarnos porque aún no hemos entregado nuestro mensaje. Llévennos ante el presidente”. Él y su compañero fueron llevados al palacio presidencial, donde entregaron al presidente un Libro de Mormón y le enseñaron durante dos horas. El presidente descubrió que mi abuelo y él eran de la misma ciudad y le preguntó: “¿Conoce usted a Francisco González?”. Mi abuelo contestó: “Sí, es mi padre”. El presidente dijo: “¡Él fue mi maestro cuando yo era un niño! Ahora que sé quién es usted, ¿qué puedo hacer para ayudarle?”. Los misioneros solicitaron una carta con el sello y la firma del presidente en la que se les diera permiso para predicar.

Ese tipo de relatos me animaron a servir en una misión. ¡Casi no podía esperar! Quería servir en México, como mi abuelo, pero el Señor me llamó a Guatemala. Años después tuve la oportunidad de servir como presidente de misión. “Esta vez iré a México”, pensé. Pero el Señor deseaba que sirviera en España. Cuando servimos donde el Señor nos quiere, somos bendecidos. Amo a la gente de Guatemala y de España.

Ahora he sido llamado como Autoridad General para servir en la Ciudad de México, la misma área donde sirvió mi abuelo. En aquellos días, predicar el Evangelio era muy difícil, pero actualmente hay 12 templos y 199 estacas en México.

Mi abuelo me ayudó a tener siempre el deseo de servir en una misión, y lo hice. Todos mis seis hijos quisieron servir en el campo misional, y lo hicieron. En la vida por lo general terminamos haciendo aquello que deseamos; la clave es querer lo correcto. Esfuércense por tener deseos justos. Acérquense más a Jesucristo y deseen ser como Él. Una buena manera de lograrlo es estudiar el Libro de Mormón y aplicar sus enseñanzas. Cuando se quiere ser como Jesucristo, es más fácil servirle y estar preparado para entrar en Su casa.