2004
¿Cómo podría testificar?
diciembre de 2004


Principios del Libro de Mormón

¿Cómo podría testificar?

Hace muchos años, mi hermano gemelo y yo salimos de nuestro hogar en Göteborg, Suecia, para servir al Señor como misioneros de tiempo completo en Inglaterra. Durante el vuelo a Londres, pasaron por mi mente numerosos pensamientos. Por un lado, mi hermano y yo tendríamos que separarnos en Londres, y por primera vez en la vida no estaríamos juntos cada día. Pero lo que más me preocupaba era que yo no sabía hablar inglés muy bien. En aquel entonces, los misioneros de Suecia no recibían instrucción de idiomas ni ningún otro tipo de capacitación; nos enviaban directamente de casa al campo misional. Pensé en mi hermano gemelo, que tenía el don de lenguas. Mi interés tendía más hacia cuestiones técnicas, motivo por el que no había dedicado mucho tiempo al estudio de idiomas en la escuela.

Tras llegar a Londres y finalmente a Birmingham, donde están las oficinas de la Misión Inglaterra Central, el presidente de misión y su esposa me recibieron con amplias sonrisas y toda la calidez posible. Todos a los que conocí en la oficina de la misión estaban felices y animados, y me hablaron de cosas como las guías de estudio, los contactos, los compañeros, etc., pero yo no entendí mucho porque su idioma me resultaba nuevo y extraño.

A pesar de la amabilidad de los que me rodeaban, me sentí sobrecogido. ¿Cómo podría testificar del Evangelio en un idioma extraño? Pasé gran parte de aquella primera noche arrodillado, preguntándole a mi Padre Celestial por qué me había enviado allí y si cabía la posibilidad de que se hubiera cometido un error.

Al día siguiente, un asistente del presidente de misión me mostró un pasaje de las Escrituras: Éter 12:27. Tomé mi Libro de Mormón en sueco y leí: “Si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27).

Si alguien tenía una debilidad, ése era yo. Mi mente bullía con preguntas: ¿Crees lo escrito en este versículo? Si es así, ¿tienes el valor para ejercer la fe requerida? ¿Eres capaz de humillarte ante el Señor a fin de que tu debilidad se torne en tu fortaleza?

Mis pensamientos se remontaron a la época en que mi hermano gemelo y yo éramos adolescentes y nuestro padre nos retó a desarrollar nuestro propio testimonio en vez de confiar en la fe de nuestros padres. Yo había optado por seguir su consejo y me esforcé por leer detenidamente el Libro de Mormón, y luego le pregunté a mi Padre Celestial por medio de la oración si lo que había leído era verdadero. También pregunté si José Smith realmente había visto y oído las santas y maravillosas manifestaciones que había descrito.

A modo de respuesta a mi oración, el Espíritu del Señor fue derramado sobre mí; mi corazón ardió en mi interior como confirmación de la verdad de lo que había leído y preguntado a mi Padre Celestial. Por fin podía testificar que tenía un testimonio del Libro de Mormón y de la Restauración del Evangelio por conducto del profeta José Smith.

Aunque era un joven misionero con dificultades, reflexioné en esa experiencia y me di cuenta de que en vista de que había recibido una confirmación del Señor de que el Libro de Mormón es verdadero, entonces lo que había leído en el libro de Éter también lo era. Me arrodillé y ofrecí una humilde oración a mi Padre Celestial y compartí mis sentimientos más íntimos sobre mi llamamiento misional y mi dificultad con el idioma. Le prometí que me levantaría temprano cada mañana para estudiar y memorizar las 70 páginas de charlas y pasajes de la Escrituras que empleábamos para enseñar a la gente. Le dije que tenía fe en que, a cambio, Él me ayudaría a aprender el idioma a fin de poder dar testimonio de Él y de Su Hijo.

A partir de entonces, cada mañana oraba temprano a mi Padre Celestial y le decía: “Heme aquí; comencemos”. En un periodo de tiempo considerablemente corto pude testificar que el pasaje de Éter es verdadero, y mi habilidad para hablar inglés —la debilidad que se hizo patente al principio de la misión— se convirtió en mi fortaleza.

Esta experiencia ha sido una bendición durante toda la vida. Muchas veces he pensado que mis nuevos llamamientos en la Iglesia superaban mis aptitudes, pero entonces el Espíritu me testificaba y me recordaba la experiencia que tuve cuando era un joven misionero en Inglaterra. Durante estos muchos años he sentido con gran gratitud la fuerza que manaba de aquellas palabras registradas en el libro de Éter. Por medio del poder del Espíritu, éstas pueden darnos fortaleza, guía y esperanza a cada uno de nosotros.