2005
Élder Dieter F. Uchtdorf: Hacia nuevos horizontes
marzo de 2005


Élder Dieter F. Uchtdorf: Hacia nuevos horizontes

El 17 de diciembre de 1973, el presidente de la aerolínea alemana Lufthansa en Frankfurt, Alemania, recibió noticias alarmantes. Cinco terroristas habían secuestrado un jet 737 de la compañía en Roma, Italia, y se dirigían a Atenas, Grecia, con rehenes a bordo. Treinta y dos personas yacían muertas en Roma, y uno de los rehenes que llevaban en el vuelo iba a ser asesinado y arrojado a la pista de aterrizaje del aeropuerto de Atenas. Apuntando con armas a la cabeza del piloto y del copiloto y con los rehenes temblando de terror, los inestables secuestradores impusieron un extraño rumbo de Roma a Kuwait pasando por Beirut, Atenas y Damasco.

En cuestión de segundos, el presidente de Lufthansa ordenó la partida del piloto jefe de la flota de 737. Dieter F. Uchtdorf, de 33 años, debía formar un pequeño grupo de personal de emergencia y seguir al avión secuestrado a donde lo llevaran los guerrilleros. En cualquier situación, su misión consistía en negociar la liberación del avión, de los pilotos y de los rehenes. Luego, una vez que esto se lograra, debía pilotar el 737 secuestrado de vuelta a la sede de Frankfurt.

Afortunadamente, sin más derramamiento de sangre, esta misión, al igual que muchas otras en las que había participado de manera personal y profesional, se cumplió con éxito. Aunque en aquel entonces él no lo sabía, eso era un presagio de misiones mucho más importantes que aún habrían de ocurrir.

Preparado para hacer frente a los desafíos

Dieter Friedrich Uchtdorf, recientemente llamado al Quórum de los Doce Apóstoles en octubre de 2004, ha sido preparado durante toda su vida para hacer frente a los desafíos y aceptar responsabilidades. Nació en Mährisch-Ostrau, Checoslovaquia, el 6 de noviembre de 1940, y le tocó presenciar por doquier la devastación de la guerra y el sufrimiento de la gente inocente por causa de las fatídicas decisiones de otras personas. Su padre, Karl Albert Uchtdorf, fue reclutado por el ejército alemán y separado de inmediato de su esposa y sus cuatro hijos pequeños. El pequeño Dieter, el menor de los hijos, sólo sabía que su padre estaba en un lugar en el que no quería estar, y que su madre, Hildegard E. Opelt Uchtdorf, se las arreglaba valientemente para mantener a su pequeña familia mientras la guerra en Europa lo asolaba todo a su alrededor.

Con el creciente éxito de los aliados en el oeste y el inquietante progreso de las fuerzas de Stalin por el este, Hildegard Uchtdorf deseaba acercarse lo máximo posible al frente occidental; por esa razón, dejó atrás las escasas posesiones familiares y, con su pequeña familia, se abrió camino hacia Zwickau, Alemania. Afortunadamente, su esposo sobrevivió a la guerra y se reunió con ellos en Zwickau, aunque era un enconado opositor de los regímenes nazi y comunista. El primero había sido eliminado, pero el segundo se había adueñado de sus vidas a causa de la división que sufrió Alemania al término de la guerra. A consecuencia de la postura política de Karl, sus vidas corrían peligro, por lo que la familia, por segunda vez en siete años, se desprendió de todas sus pertenencias y, a pesar del riesgo, se dirigió a un nuevo remanso de paz en Frankfurt, Alemania Occidental.

El élder Uchtdorf ha comentado respecto a esta época: “Éramos refugiados con un futuro incierto… jugué en casas bombardeadas y me crié entre las ruinas que resultaron de una guerra perdida, dándome cuenta de que mi propio país había infligido terrible dolor a muchas naciones durante la horrorosa Segunda Guerra Mundial”1. La familia Uchtdorf tenía motivos para sentirse desesperada y atemorizada.

Pero, como dijo en cierta ocasión el presidente Gordon B. Hinckley durante otro momento de conflicto internacional, hay un “hilo de plata” que recorre “el oscuro tapiz de la guerra”2. Y así sucedió con la familia Uchtdorf. Mientras residían en Zwickau hallaron el Evangelio de Jesucristo. En su primer mensaje tras haber sido llamado al Quórum de los Doce Apóstoles, el élder Uchtdorf expresó su gratitud por ese don.

“Después de la Segunda Guerra Mundial”, dijo, “mi abuela se encontraba en la fila para conseguir alimento cuando una hermana soltera y mayor, que no tenía familia, la invitó a la reunión sacramental… Tanto mi abuela como mis padres aceptaron la invitación y fueron a la Iglesia, sintieron el Espíritu, se sintieron espiritualmente elevados con la bondad de los miembros y edificados con los himnos de la Restauración… Cuán agradecido me siento por la abuela y su sensibilidad espiritual, por mis padres y su docilidad para que se les enseñase, y por aquella sabia hermana de cabello canoso, soltera y mayor que tuvo la amorosa valentía de extender una mano de amistad y de seguir el ejemplo del Salvador al invitarnos a ‘venir y ver’ (véase Juan 1:39)”3.

Fue durante los años de su adolescencia que “despegó” su pasión por volar. A la edad de 14 años iba en bicicleta hasta el aeropuerto de Frankfurt para observar asombrado el paso de los aviones. De vez en cuando, gracias al amable permiso del personal que se encargaba del mantenimiento de las aeronaves, se subía para contemplar la cabina y soñar con el día en que pudiera volar hacia la libertad de los cielos. Jamás se imaginó que algún día dominaría el manejo de una docena de complejos aviones, incluido el Boeing 747, que tal vez sea el avión de pasajeros más famoso del mundo. Es más, tampoco se imaginó que llegaría a ser el piloto comercial tal vez más famoso y respetado que cruzara las puertas del mismo aeropuerto que visitaba de pequeño.

Esa carrera comenzó a los 18 años con estudios de ingeniería, seguidos de seis años en la Fuerza Aérea Alemana. Luego, en un acuerdo entre los gobiernos alemán y estadounidense, estudió en la academia de pilotos de caza de Big Spring, Texas, donde, como ciudadano alemán, consiguió sus alas en la Fuerza Aérea Estadounidense. Sus compañeros de mayor rango nos dicen que el mayor logro del élder Uchtdorf consistió en ganar el codiciado premio ofrecido por el comandante de la base por ser el alumno más sobresaliente de su clase. Pero, con la modestia que le caracteriza, él dice que su logro más importante fue colaborar en la construcción de un centro de reuniones para la rama local de la Iglesia, el recuerdo más dulce que conserva de aquel importante momento profesional de su vida. Como la vida del élder Uchtdorf se caracteriza por alcanzar éxito tras éxito, no es de extrañar que años más tarde regresara a los Estados Unidos para ser el director de la academia de vuelo de Lufthansa en Goodyear, Arizona, el cargo más importante y honroso de la compañía.

En 1970, a la edad de 29 años, Dieter Uchtdorf fue ascendido al grado de capitán de Lufthansa, puesto que se le dijo que jamás lograría sino hasta bien avanzada su carrera. En un meteórico ascenso, este Wunderkind [chico maravilla, en alemán] de la aviación fue nombrado director de la flota de los 737 (1972), director de la escuela de vuelo de Arizona (l975), piloto jefe y director de tripulaciones de cabina (1980) y vicepresidente de operaciones de vuelo (1982).

En medio de este rápido ascenso y de tan importantes responsabilidades, Dieter Uchtdorf fue llamado presidente de la Estaca Frankfurt, Alemania, luego presidente de la Estaca Mannheim, Alemania, y, finalmente, en 1994, fue llamado al Segundo Quórum de los Setenta.

Harriet Uchtdorf

No se puede hablar de Dieter sin referirse a su esposa, Harriet. Un buen amigo y miembro de la Iglesia, Hanno Luschin, dice: “A pesar de su reconocimiento profesional y su gran variedad de llamamientos, gran parte de su éxito en la vida reside en el carácter de su matrimonio, que se refleja en su absoluta lealtad a Harriet y el apoyo incondicional que ella le profesa”.

“Ella es la luz del sol en mi vida”, dice el élder Uchtdorf con una sonrisa.

“Sí, y a veces también una tormenta”, dice Harriet entre risas. Es tan notorio el amor que se profesan que es todo un gozo estar en presencia de ambos.

Bastó una simple goma de mascar [un chicle] para que Harriet Reich conociera el Evangelio y, posteriormente, al amor de su vida: Dieter F. Uchtdorf. Harriet tenía cuatro años y vivía en Frankfurt, cerca ya del fin de la guerra, cuando un apuesto soldado americano que pasaba por la calle le ofreció una goma de mascar. Ella la aceptó algo reacia pero nunca olvidó aquel amable gesto ni la plácida mirada del joven. Aproximadamente una década después, dos misioneros Santos de los Últimos Días llamaron a la puerta de la familia Reich, la cual abrió Harriet mientras su madre les gritaba para prohibirles la entrada. Al ver la misma mirada en el rostro de los misioneros, ella recordó al amable soldado que conociera años atrás, y suplicó: “Por favor, mamá. Sólo un momento”.

Los misioneros dejaron un ejemplar del Libro de Mormón con ciertos pasajes marcados para su lectura. Esa misma noche, la madre de Harriet comenzó a leer. (El padre de Harriet había fallecido hacía ochos meses.) Harriet recuerda: “No puedo decirles exactamente qué estaba leyendo mi madre, pero contemplé su rostro y observé que le sucedía algo admirable”. La pequeña familia no era ajena a las terribles secuelas que la guerra había dejado en las demás personas. Aquella madre de dos niñas recién enviudada estaba pálida y deprimida, era desdichada y no veía claramente cuál iba a ser su futuro. Pero mientras leía las páginas del Libro de Mormón, dice Harriet, “¡vi cómo la alegría regresaba a la vida de mi madre ante mis propios ojos! Vi la luz retornar a sus ojos. Vi cómo la esperanza se adentraba en su alma”.

Cuando los misioneros regresaron, preguntaron: “¿Leyó los pasajes que le marcamos?”.

“Lo leí todo”, dijo la hermana Reich. “Entren. Quiero que me respondan a unas preguntas”.

Harriet, su madre y su hermana se bautizaron cuatro semanas después.

“Nuestra vida cambió aquel día”, dice Harriet Uchtdorf. “Volvimos a reír, a correr y a ser felices en nuestro hogar. Se lo debo todo al Evangelio de Jesucristo”.

En casa con la familia Uchtdorf

Los hijos de los Uchtdorf, Guido Uchtdorf y Antje Uchtdorf Evans, que ya están casados, coinciden en que tuvieron una infancia maravillosa. “Nuestra madre siempre estaba en casa”, explica Antje. Ambos hijos dicen que Harriet jamás dejó pasar un día sin despedirlos al ir a la escuela, que siempre estaba en casa cuando volvían del colegio y que, además, nunca se fue a acostar por la noche, no importaba lo tarde que fuera, sin esperar a que el élder Uchtdorf regresara a casa procedente de uno de sus vuelos, del despacho o de la Iglesia. “Aunque nuestro padre estaba sumamente atareado, sabíamos que éramos su prioridad principal”, agrega Antje. “Cuando estaba en casa se dedicaba por entero a mamá y a nosotros. Obviamente, para mamá todo es emocionante, y papá hace que las cosas sean emocionantes. Todo lo convertía en una aventura, hasta el ir a la tienda. Con ellos disfrutamos de algunas de las vacaciones más apasionantes que un niño pueda imaginarse. De modo que cuando éramos niños, ¡de una manera u otra siempre nos embargaba la emoción!”

De toda esa emoción (los niños y su madre creían que su padre y esposo aficionado a la fotografía siempre se acercaba demasiado a los leones en África), Antje relata concretamente los momentos apacibles que pasó con su padre. “Ya fuese que se tratara de su pasatiempo favorito de mirar las estrellas, o de deslizarnos juntos en trineo durante el invierno o simplemente sentarnos en la entrada de la casa, mi padre siempre estaba enseñándonos”, dice. “Él ama el Evangelio y siempre nos está ayudando a amarlo”.

“No recuerdo ningún sermón”, dice Guido. “Sólo recuerdo el interés que demostraba en mí. Teníamos ‘visitas’, que solían ser paseos por la tarde y, en las ocasiones más especiales, excursiones por las montañas. Yo disfrutaba de esos momentos para charlar. En tales situaciones me enseñaba por el ejemplo. Solía acompañarle a barrios y ramas lejanos cuando él era presidente de estaca y siempre fui su compañero de orientación familiar cuando recibí el Sacerdocio Aarónico. Así fue como aprendí sobre el sacerdocio y demás responsabilidades futuras: de primera mano, hombro con hombro, de padre a hijo”.

Afecto, perseverancia y valor

Aquellos que han trabajado con el élder Uchtdorf elogian su buen número de cualidades de liderazgo, muchas de las cuales afloran una y otra vez: su personalidad cariñosa, su lealtad y su perseverancia, así como su valiente defensa de la Iglesia y del Evangelio. Poco después de ser llamado a servir como Autoridad General, el élder Uchtdorf fue consejero del élder Dean L. Larsen, actualmente miembro emérito de los Setenta y en aquel entonces Presidente de Área. El élder Larsen dice: “En aquellos días nuestra área abarcaba la mayor parte de Europa occidental y central, países afectados por la Segunda Guerra mundial. Todo el que conocía a Dieter lo amaba casi al instante, pero durante aquellos primeros meses no pudo sino sorprenderse por tener que viajar y presidir en países donde nadie le conocía y donde aún se tenían dolorosos recuerdos de la guerra.

“Bueno, no hubo razón para preocuparse”, reflexiona el élder Larsen. “El élder Uchtdorf ama a la gente con tanta sinceridad y es tan afable que a dondequiera que iba lo recibían con un abrazo, en sentido literal y figurado. El Evangelio obra milagros en tales circunstancias, y así como los miembros de la Iglesia a los que visitaba eran tan generosos y amables con Dieter, él era humilde, inspirador y dedicado con ellos”.

Otro Presidente de Área con el que el élder Uchtdorf sirvió como consejero fue el élder Dennis B. Neuenschwander, de los Setenta, actualmente presidente del Área Europa Este. “La primera vez que Dieter sirvió con nosotros era una de la media docena de Autoridades Generales a las que se pidió que conservara su empleo y sirviera en la Iglesia los fines de semana”, recuerda. “Fue una asignación muy difícil para el élder Uchtdorf dadas sus importantes responsabilidades administrativas en Lufthansa, además del papel de piloto en jefe que le obligaba a realizar largos viajes por el mundo”.

El élder Neil L. Andersen, de los Setenta, que sirvió con el élder Uchtdorf en una Presidencia de Área, recuerda el nivel y la calidad del servicio que brindó a los miembros de la Iglesia, y el valor con el que hizo frente a la oposición. Recuerda con claridad la difícil situación acaecida cuando el gobierno alemán inició una campaña de desprestigio contra ciertas religiones poco conocidas. En una de las primeras listas de “sectas” se incluía a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Para hacer frente a la seria amenaza que se cernía sobre la obra, los líderes de la Iglesia necesitaron al representante alemán más decidido y de mejor reputación que pudieran encontrar para que se dirigiera a Bonn. Ése fue Dieter F. Uchtdorf. Su presentación audaz y valerosa resultó tan persuasiva y articulada, y su reputación con Lufthansa era tan conocida y admirada, que los funcionarios alemanes que lo recibieron se quedaron atónitos por lo que habían hecho sin darse cuenta. De hecho dijeron: “Si usted es un Santo de los Últimos Días, no necesitamos más evidencia. Ciertamente, su iglesia no se incluirá en ninguna lista de religiones”.

Fortalecido por el Evangelio

El hijo del élder Uchtdorf, Guido, recuerda una frase alemana que su padre solía emplear cada vez que se les presentaba un problema o una dificultad: “Man könnte sich darüber ärgern, aber man ist nicht verpflichtet dazu”, que, más o menos, viene a decir: “Puedes estar molesto por ello, pero no estás obligado a estarlo”. Dieter Uchtdorf cree que con el albedrío y el autodominio, con el Evangelio de Jesucristo y el poder del sacerdocio, nadie debe ser víctima de las circunstancias. Pueden suceder cosas terribles, y de hecho suceden, pero con nuestra mano y la de Dios podemos trazar el curso hacia la libertad que desembocará en el triunfo. Se necesita valor, paciencia, optimismo y fe en Dios; pero las cosas saldrán bien si nos ceñimos a la tarea y mantenemos el control.

Durante los últimos años de formación del joven hermano Uchtdorf como experimentado piloto, cierto día se hallaba volando solo con un instructor que le acompañaba en otro aparato, dirigiendo sus maniobras y dándole instrucciones. Cierta maniobra incluía la simulación de un aterrizaje de emergencia mediante una brusca aproximación a la pista que le obligaba a bajar el morro del avión antes de nivelarlo justo a tiempo de aterrizar. Cuando el joven Dieter hizo la maniobra y trató el descenso angular y en picado, los mandos dejaron de responder. Se había bloqueado la palanca. La consecuencia más inmediata era que el aparato iba a efectuar un giro continuo para terminar estrellándose boca abajo. “¡Salta!”, gritó el instructor. “¡Salta!”. Pero el joven piloto, con el “valor de un toro”, tal y como lo ha descrito una Autoridad General, logró llevar la palanca hacia el otro extremo e intentó aterrizar de nuevo. Nuevamente el mecanismo se atoró. “Salta”, volvió a decir la severa orden, esta vez con una preocupación sincera en la voz del instructor.

Decidido a hacerse cargo del aparato, en vez de al revés, ese futuro apóstol del Señor Jesucristo luchó físicamente con la dirección hasta lograr vencer parte de su resistencia, realizó el descenso brusco tal y como se especificaba en lo que ahora era un aterrizaje de emergencia no imaginario sino real, y se alejó caminando agradecido por la ayuda divina recibida en los momentos de necesidad. “Man könnte sich darüber ärgern, aber man ist nicht verpflichtet dazu”. Así de decidido y fiel será el servicio del élder Dieter F. Uchtdorf en el Santo Apostolado. Se entregará totalmente al Señor Jesucristo, Su Evangelio y Su Iglesia, y al hacerlo, guiará a un número incontable de personas hacia nuevos horizontes.

Notas

  1. “La Iglesia mundial es bendecida por la voz de los profetas”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 11.

  2. Véase Conference Report, abril de 1968, pág. 24.

  3. “La oportunidad de testificar”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 75.