2005
Las bendiciones de la conferencia general
Noviembre de 2005


Las bendiciones de la conferencia general

Decídanse ahora a dar a la conferencia general un lugar de importancia en su vida; decídanse a escuchar con atención y seguir las enseñanzas que se den.

Es una sagrada responsabilidad dirigirme a ustedes en esta reunión general del sacerdocio. Siempre espero con ansias asistir a estas reuniones del sacerdocio con mis hijos. Tengo gratos recuerdos de cuando me sentaba con ellos en nuestro centro de estaca y escuchábamos las enseñanzas de las Autoridades Generales. Esas reuniones ejercieron gran influencia en mi vida cuando era un jovencito y continúan ejerciéndola en mi vida actual. Sé que han tenido una gran influencia en mis hijos y en millones de poseedores del Sacerdocio Aarónico de todo el mundo.

Esta noche deseo dirigirme a ustedes, los poseedores del Sacerdocio Aarónico. Vivimos en una época maravillosa y emocionante. La plenitud del Evangelio ha sido restaurada y se está extendiendo por toda la tierra. Las llaves del sacerdocio están en la tierra y las ordenanzas salvadoras están al alcance de todos los que son dignos de ellas. Hay millones de personas buenas en la tierra que se esfuerzan por hacer lo correcto en su vida, en sus familias y en sus comunidades.

Este tiempo maravilloso en el que vivimos también está lleno de peligros. Ustedes viven en tiempos donde les esperan muchas tentaciones y peligros. Ya han estado expuestos a algunas de esas tentaciones y peligros. Incluso habrán visto a personas cuyas vidas han sido dañadas al sucumbir a algunas de las iniquidades que son tan comunes en el mundo.

¿Cómo pueden ustedes, como poseedores del Sacerdocio Aarónico, estar a salvo en estos tiempos difíciles a fin de llevar a cabo lo que les corresponde en esta gran obra y encontrar la verdadera felicidad en esta vida y en la vida venidera?

No es de sorprender que al enfrentarnos con gran iniquidad y tentaciones el Señor no nos deje solos para encontrar nuestro camino. De hecho, hay más que suficiente guía al alcance de cada uno de nosotros si tan sólo escuchamos. Ustedes han recibido el don del Espíritu Santo para dirigirlos e inspirarlos; tienen las Escrituras, a sus padres, a los líderes y a los maestros de la Iglesia. También tienen las palabras de los profetas, videntes y reveladores de nuestros días. Se dispone de tanta orientación y dirección que ustedes no cometerán graves errores en su vida a menos que a sabiendas hagan caso omiso de la guía que reciban.

Esta noche quisiera hacer hincapié en una de esas fuentes de orientación: los profetas, videntes y reveladores vivientes a quienes hemos sostenido hoy. De hecho, me gustaría recalcar una de las formas principales en las que recibimos instrucciones de ellos: la conferencia general.

Las conferencias han formado parte de la Iglesia desde el principio de esta dispensación. La primera conferencia se llevó a cabo sólo dos meses después de que se organizó la Iglesia. Nos reunimos dos veces al año para recibir instrucción de las Autoridades Generales y de los oficiales de la Iglesia. Estas conferencias están a nuestro alcance a través de varios medios, tanto impresos como electrónicos.

A mi madre le encantaba la conferencia general; ella siempre encendía la radio y la televisión, y subía tanto el volumen que era difícil encontrar un lugar en la casa donde la conferencia no se oyera. Ella quería que sus hijos escucharan los discursos y de vez en cuando nos preguntaba qué recordábamos de los mismos. Algunas veces yo salía con uno de mis hermanos a jugar a la pelota durante una de las sesiones del sábado. Nos llevábamos una radio porque sabíamos que mamá nos haría preguntas más tarde. Jugábamos a la pelota y a veces tomábamos un descanso para escuchar con atención a fin de darle un informe a mamá. Dudo que engañáramos a mamá cuando daba la casualidad de que los dos recordábamos la misma parte de toda una sesión.

Ésa no es la manera correcta de escuchar la conferencia, por lo que ya me he arrepentido. He aprendido a amar la conferencia general y estoy seguro de que se debe en parte al amor que mi madre tenía por las palabras de los profetas vivientes. Recuerdo que mientras estaba en la universidad escuché todas las sesiones de una conferencia yo solo en mi apartamento. El Espíritu Santo le testificó a mi alma que Harold B. Lee, el Presidente de la Iglesia en ese entonces, era en verdad un profeta de Dios. Eso sucedió antes de irme al campo misional y me emocionaba dar testimonio de un profeta viviente porque había llegado a saberlo por mí mismo y, desde ese entonces, he tenido el mismo testimonio acerca de cada uno de los profetas.

Mientras me encontraba en el campo misional, la Iglesia no contaba con un sistema de satélite y el país en el que me encontraba no recibía las transmisiones de la conferencia general. Mi madre me enviaba las cintas de audio de las sesiones, y yo las escuchaba una y otra vez. Aprendí a amar las voces y las palabras de los profetas y apóstoles.

Hace poco estaba leyendo el diario de mi bisabuelo, Nathaniel Hodges, quien fue llamado a una misión en Inglaterra en 1883. Relataba que vino a Salt Lake City para ser apartado para su misión y que asistió a la conferencia mientras estaba aquí. Escuchen la descripción que hace de esa conferencia: “Fui a las reuniones en el gran Tabernáculo todo el día. Se impartieron instrucciones maravillosas. Las palabras de Joseph F. Smith, de George Q. Cannon y del presidente John Taylor fueron particularmente maravillosas. Oí a algunos de los residentes más antiguos decir que nunca habían asistido a una conferencia más poderosa y espiritual”1.

Creo que los miembros de la Iglesia tienen sentimientos similares a ésos en cuanto a cada conferencia general. Parece que cada una es más poderosa y espiritual que la anterior.

Para que los mensajes de la conferencia general cambien nuestra vida, debemos estar dispuestos a seguir el consejo que escuchemos. El Señor le explicó en una revelación al profeta José Smith: “…que al estar reunidos os instruyáis y os edifiquéis unos a otros, para que sepáis cómo… obrar de conformidad con los puntos de mi ley y mis mandamientos…”2. Pero el saber “cómo obrar” no es suficiente. En el siguiente versículo, el Señor dijo: “…os obligaréis a obrar con toda santidad ante mí”3. Esta disposición a actuar de acuerdo con lo que hemos aprendido abre las puertas a bendiciones maravillosas.

Hace un año, en la sesión del sacerdocio, el presidente Hinckley habló acerca de los peligros de la pornografía. Creo que nunca he escuchado una advertencia profética más directa para los miembros del sacerdocio. Ustedes, jovencitos que escucharon y dieron oído a sus palabras, ya han sido bendecidos y serán más bendecidos de lo que ahora puedan comprender. Su futura familia cosechará grandes bendiciones debido a su obediencia. Imaginen el impacto que tendría en el mundo el que todo poseedor del sacerdocio mantuviera la pornografía fuera de su vida como respuesta al consejo del profeta.

Cada vez que obedecemos las palabras de los profetas y apóstoles, cosechamos grandes bendiciones. Recibimos más bendiciones de lo que podemos comprender en el momento y continuamos recibiendo bendiciones mucho después de nuestra decisión inicial de ser obedientes.

El día que la Iglesia fue organizada, José Smith recibió una revelación que incluía un importante principio para todos los miembros de la Iglesia. Al dirigirse a la Iglesia en cuanto a José Smith, el Señor dijo: “…daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará… porque recibiréis su palabra… como si viniera de mi propia boca”4.

Ahora escuchen las bendiciones prometidas a aquellos que dan oído: “Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien”5.

Ésas son grandes promesas que nos pueden mantener a salvo en estos tiempos peligrosos. Las necesitamos, y el Señor nos las cumplirá a cada uno si estamos dispuestos a seguir a los profetas, videntes y reveladores.

Decidan ahora dar a la conferencia general un lugar de importancia en su vida; decidan escuchar con atención y seguir las enseñanzas que se den. Escuchen o lean los discursos más de una vez para comprender mejor el consejo y seguirlo. Al hacer estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra ustedes, los poderes de las tinieblas se dispersarán delante de ustedes y se sacudirán los cielos para su bien.

Sé que nuestro Padre Celestial nos ama y que tiene un plan perfecto para Sus hijos. Sé que Jesús es el Cristo y que Él vive. Testifico que el Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado en la tierra. Tenemos profetas, videntes y reveladores verdaderos en la tierra que tienen las “palabras de vida eterna”6. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Diario de Nathaniel Morris Hodges, Tomo I, 8 de abril de 1883, Archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, manuscrito, págs.1–2.

  2. D. y C. 43:8.

  3. D. y C. 43:9.

  4. D. y C. 21:4–5.

  5. D. y C. 21:6.

  6. Juan 6:68.