2006
Una lección que cambió mi vida
enero de 2006


Una lección que cambió mi vida

Los miembros de todo el mundo respondieron a un llamado por medio del que se solicitaban relatos sobre lecciones que hubiesen sido una bendición en la vida de alguna persona. Éstas son sólo algunas de las muchas respuestas que recibimos. Deseamos que estas experiencias le sirvan de inspiración, que le hagan recordar las lecciones que usted haya aprendido y que le ayuden en sus responsabilidades como maestro.

Ladrillos

Al comienzo de nuestro matrimonio, mi esposo y yo nos mudamos por causa de sus estudios. En nuestro nuevo barrio, yo trabajaba en estrecha colaboración con una mujer cuya forma de ser me parecía descortés e insensible. Con la esperanza de que alguien se compadeciera de mí, me quejé a mi esposo, lamentando que una mujer como ella ocupara un llamamiento de liderazgo en el barrio. En vez de que se compadeciera de mí como lo esperaba, él me enseñó una lección sencilla pero de mucho valor sobre la importancia del amor y de la tolerancia.

Él dijo que en la Iglesia todos trabajamos juntos para edificar el reino de Dios; dijo que los miembros son como ladrillos; sin embargo, ninguno de nosotros, “los ladrillos”, es completamente sin defectos. Al observar detalladamente, cada uno de nosotros presenta imperfecciones: una falla por aquí, algo de sobra por allá. Cuando se nos pone junto a otros ladrillos, muy pocas veces encajamos de manera perfecta. Siempre existen ranuras y cierta inestabilidad en los lugares donde las imperfecciones de los demás hacen contacto con las nuestras. Sin el “cemento” del amor, la tolerancia, la paciencia y el perdón, nuestros esfuerzos por edificar el reino serían inútiles.

A medida que nuestra familia ha crecido y que mis experiencias al ayudar a edificar el reino se han ensanchado, a menudo he reflexionado en cuanto a esa simple lección. Me hace recordar la responsabilidad que tengo de mostrar mayor caridad en mi trato con los demás. Y en lo que concierne a mis propias debilidades, siento un mayor aprecio por aquellas personas que son generosas con el “cemento” que utilizan en sus tratos conmigo.

Lee Ann Fairbanks, Barrio Moses Lake 10, Estaca Moses Lake, Washington

Me di cuenta de que él lo sabía

El primer domingo que asistí a la Iglesia fue a principios de 1995. Toda mi vida había ido a estadios y gimnasios durante los fines de semana. ¡Me encantan los deportes! Hasta los estudiaba. Pero en enero de 1995 conocí La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Las hermanas misioneras me invitaron a asistir a la Iglesia y fui.

Era una reunión de ayuno y testimonios. Me senté en una gran banca de madera con una hermana misionera a mi derecha y la otra a mi izquierda. Pero sólo encontré caras desconocidas, música desconocida, una reunión desconocida y palabras desconocidas. Nunca antes había participado de la Santa Cena y estaba preocupada por saber cuál debía ser el comportamiento adecuado. Me sentí muy incómoda y me dije a mí misma: “En cualquier momento esto va a terminar y después me iré de aquí y jamás volveré”. Pero al concluir la reunión, se anunció que todos debíamos permanecer en la capilla para una lección que daría el presidente de misión, Charles W. Dahlquist II, quien en la actualidad es el presidente general de los Hombres Jóvenes. De modo que la mayoría de las personas, incluidas las hermanas misioneras, permanecieron sentadas y no había forma de que yo pudiera salir, como lo había planeado, sin llamar la atención. No tenía el valor de decirles a las misioneras lo incómoda que me sentía, así que decidí aguantarme.

El presidente Dahlquist se puso de pie al frente. Comenzó por preguntarnos lo que haríamos con un buen libro que acabáramos de leer. Mi respuesta fue: “Leerlo nuevamente, recomendárselo a otras personas o regalarlo”.

Habló del Libro de Mormón y después de unos cuantos temas más. Pero algo extraño sucedió: De pronto me di cuenta de que todo lo que él había dicho era verdadero; supe que él sabía más cosas que también eran verdaderas y que yo deseaba saber lo que él sabía. Me di cuenta de que deseaba tener en mi vida lo que él tenía como cimiento en la suya. Es difícil encontrar las palabras para describir esa experiencia. Simplemente me di cuenta de que él lo sabía.

Miré a mi alrededor, tratando de no llamar la atención, para ver si alguien había notado algo fuera de lo común, porque tuve la impresión de que había ocurrido algo maravilloso.

Gracias a esa lección, volví a asistir a la Iglesia… y lo hice otra vez. Mi bautismo fue el 2 de marzo de 1996, aproximadamente un año después de que tuve esta experiencia. Hoy en día tengo cinco hijos maravillosos y un esposo admirable y eterno.

Recuerdo esa lección a menudo y con gratitud.

Barbara Hopf, Rama Stade, Estaca Hamburgo, Alemania

Un testimonio de la Trinidad

La lección que más afectó mi vida fue una lección de la Primaria. Fue hace tanto tiempo que no recuerdo el nombre de la maestra, pero lo aprendido penetró en mi alma de tal forma que jamás lo he olvidado.

Cuando tenía cinco años de edad, aprendí que Dios es mi Padre Celestial y que Jesucristo es mi Salvador y Redentor. Aprendí que Ellos aman a todas las personas y que yo podía hablar con Dios cuando fuese necesario, porque Él siempre escucha mis oraciones. Mi fe incrementó, algo creció dentro de mi corazón, y poco a poco obtuve un testimonio de la Trinidad. Con la intención pura de una pequeña, comencé a orar con mayor fervor y tuve muchas experiencias maravillosas con la oración.

Asistí a la Iglesia durante más de un año. Sin embargo, otras circunstancias hicieron difícil el que yo asistiera a las reuniones, pero nunca dejé de orar.

Finalmente, al cumplir los 20 años de edad, pude unirme a la Iglesia. Me bauticé con los sentimientos sinceros de una niña que le dice a su Padre: “Vuelvo de regreso a casa”.

La semilla quedó plantada cuando yo era niña y después germinó cuando llegué a la edad adulta. No sé si esa maestra sabe lo mucho que me ayudó, pero su lección transformó mi alma y me mantuvo en la senda correcta, aun cuando perdí contacto con la Iglesia durante 14 años.

Estela Santana Leitão Cavalcante, Barrio Praia Grande, Estaca Praia Grande, Brasil

Las manchas del pecado

Hace más de 15 años, cuando yo era Laurel, nuestra presidenta de las Mujeres Jóvenes de estaca era un verdadero modelo para mí y para muchas otras jovencitas. Me encantaba su hermoso pelo rizado de color castaño, además era una mujer inteligente y sabía expresarse bien, era espiritual, una ex misionera y recién casada. Usaba ropa modesta y bonita, demostrándonos que podíamos lucir atractivas sin poner en peligro nuestras normas. Recuerdo que ella representaba todo lo que yo siempre había soñado para mi propio futuro.

En una ocasión, fue la oradora durante una charla fogonera para las Mujeres Jóvenes. Cuando entramos en la capilla, vimos su hermoso vestido blanco de novia que se exhibía en un lugar especial. ¿Qué puede ser más emocionante que un vestido de novia cuando se es una joven soñadora de 16 años de edad? Yo me imaginé una charla fogonera sobre el tema de los jóvenes y de un futuro prometedor.

Pero cuando nuestra presidenta de las Mujeres Jóvenes comenzó a hablar, fue obvio que ése no era su plan. Ella empezó a hablar de la castidad y de lo importante que es mantenernos moralmente limpias. Se encontraba ante el púlpito con sus apuntes y una pluma fuente (lapicera) y habló con gran énfasis sobre esos temas tan importantes.

Repentinamente sucedió lo inesperado. Ella hizo un ademán al hablar y de alguna forma salpicó tinta de la pluma fuente sobre el vestido de novia. La tinta dejó una mancha grande en la tela blanca. Nosotras nos quedamos horrorizadas.

No recuerdo exactamente lo que dijo después. Tenía algo que ver con ser limpias y puras como su vestido blanco y que las transgresiones sexuales, no importa lo insignificantes que parecieran ser, nos mancharían de la misma forma que la tinta había manchado el vestido. Recuerdo no desear jamás otra cosa más que ser limpia y pura. Fue una decisión que yo ya había tomado en mi subconsciente, pero que ahora se quedaba grabada indeleblemente en mi corazón.

Después de que recalcó la importancia de permanecer limpias, o de llegar a ser limpias, nos informó que la tinta era tinta invisible que había conseguido en una tienda de artículos para jugar bromas, y que desaparecería en unos minutos. Ella aún no la había puesto a prueba, así que todas permanecimos sentadas, con la esperanza de que funcionara. Y así fue.

Desde ese día, esa lección práctica ha ocupado un lugar especial en mi mente. Quiero presentarme ante mi Padre Celestial tan pura como ese vestido blanco.

Anja Klarin, Barrio Borås, Estaca Goteborg, Suecia

El poder y el espíritu de la Expiación

Siempre creí en Dios el Eterno Padre y en Su Hijo, Jesucristo. Desde que era joven, sentí el deseo de estar cerca de Ellos, pero no sabía cómo.

En mayo de 2000 tuve mi primer contacto con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Acababa de cumplir los 17 años cuando conocí a los misioneros. Ellos llamaron a la puerta de mi amiga y ella me invitó a que los escuchara. Después de escuchar las charlas y de asistir a la reunión sacramental, mi amiga y yo, al igual que mi padre, mi madre y mi hermano menor, nos bautizamos.

Se nos recibió muy bien en las organizaciones del barrio. Yo era parte de las Mujeres Jóvenes; me sentía muy feliz y quería mucho a nuestra presidenta de las Mujeres Jóvenes, María José, quien siempre me ayudó a crecer espiritualmente. Alrededor de la época en que finalicé el programa de las Mujeres Jóvenes, María José fue mi maestra de la Escuela Dominical.

Un domingo, nos hizo saber que a la siguiente semana estudiaríamos el sacrificio expiatorio de Jesucristo, e invitó a cada uno de nosotros a llevar a la clase un ejemplar del libro Jesús el Cristo, de James E. Talmage.

Al domingo siguiente, todos nos encontrábamos sentados en el aula con nuestros libros. A cada uno se le había asignado estudiar una parte del libro y explicarla a la clase. Nuestra maestra dirigió la lectura de los pasajes de las Escrituras y las explicaciones que dábamos. Sentimos la influencia del Espíritu de una forma increíble. Todos estábamos llorando al hablar del Getsemaní y del Calvario. Fue lo más maravilloso que he visto en una clase sobre el Evangelio. Nunca antes había comprendido con un sentimiento tan profundo el poder y el espíritu de la Expiación.

Al final de la clase cantamos un himno y se hizo una oración sencilla. Nos sentimos muy conmovidos. Me siento agradecida por la Expiación y por el plan de salvación. En particular me siento agradecida por el amor y la preocupación de nuestra maestra, que deseaba que sintiéramos al Espíritu Santo testificar del Evangelio y de la Expiación.

Elaine Cristina Farias de Oliveira, Barrio Panatis, Estaca Natal Potengi, Brasil