2006
Saliendo de la oscuridad
marzo de 2006


Ven y escucha la voz de un Profeta

Saliendo de la oscuridad

Mis queridos jóvenes amigos, algunos de ustedes tal vez se pregunten qué les traerá el futuro; tal vez algunos de ustedes no sólo se sientan inseguros en cuanto al rumbo que llevan, sino que quizás también duden del verdadero valor de su persona. Permítanme asegurarles que creo con todo mi corazón que ustedes son una generación escogida.

Miqueas dijo: “…aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz” (Miqueas 7:8). Nosotros recibimos luz del Señor; esto ocurre cuando estudiamos las Escrituras, cuando asistimos a la reunión sacramental, cuando pagamos nuestro diezmo, cuando cantamos himnos y cuando oramos.

El hecho de que recibamos la luz depende del punto central de nuestra fe. Nuestra fe no es un montón de creencias y prácticas que son demasiado pesadas de llevar. Las personas que han salido de las tinieblas se dan cuenta de que la fe es lo que las fortalece. La fe no es algo pesado, sino que nos edifica y nos da las alas para transportarnos por los lugares difíciles. Tal como Isaías promete: “pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:31).

El salir de las tinieblas a la luz nos libra del lado oscuro de nuestras almas, el cual proviene del temor, del desánimo y del pecado. Cuando salimos de la oscuridad, se deja ver el brillante resplandor del Salvador.

La manera más segura de salir de la oscuridad y entrar en la luz es por medio de la comunicación con nuestro Padre Celestial mediante el proceso conocido como revelación divina. Si no seguimos al profeta viviente, quienquiera que sea, estamos en peligro de morir espiritualmente.

Les testifico, jovencitos, que el Evangelio contiene las respuestas a los desafíos y a los problemas de la vida; es el camino seguro a la felicidad y el cumplimiento de la promesa del Salvador, la cual es “paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero” (D. y C. 59:23).

Tomado de un discurso pronunciado en una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia, el 8 de septiembre de 2002.