2006
El perfil de un Profeta
Junio de 2006


Clásicos del Evangelio

El perfil de un Profeta

Hugh B. Brown nació en Salt Lake City, Utah, el 24 de octubre de 1883. Sus padres fueron Homer Manly Brown y Lydia Jane Brown. Cuando tenía 15 años, su familia se mudó a Canadá. El 17 de junio de 1908, se casó en el Templo de Salt Lake con Zina Young Card, hija de Charles O. Card (fundador de Cardston, Alberta, Canadá) y nieta de Brigham Young. Tuvieron seis hijas y dos hijos. El presidente Brown ejerció el Derecho como profesión, primero en Canadá y después en los Estados Unidos. Prestó servicio como comandante en el ejército canadiense durante la Primera Guerra Mundial. De 1946 a 1950 fue profesor de religión y coordinador de asuntos de veteranos en la Universidad Brigham Young. En 1953, mientras servía como presidente de Richland Oil Development Company of Canada, Ltd. [compañía petrolera Richland de Canadá], se le llamó a servir como ayudante de los Doce Apóstoles. El 10 de abril de 1958 se le ordenó apóstol, y el 22 de junio de 1961 se lo sostuvo como Consejero del presidente David O. McKay. Sirvió en la Primera Presidencia hasta la muerte del presidente McKay, acaecida el 18 de enero de 1970, momento en el que retomó su puesto en el Quórum de los Doce Apóstoles. Falleció el 2 de diciembre de 1975.

Me agradaría actuar durante unos minutos como testigo a favor de la propuesta de que el Evangelio de Jesucristo se ha restaurado en nuestros días y de que ésta es Su Iglesia, la cual se organizó bajo Su dirección a través del profeta José Smith. Me agradaría exponer algunas de las razones que sostienen mi fe y mi fidelidad a la Iglesia. Quizá pueda lograrlo con mayor presteza al hacer referencia a una entrevista que tuve en Londres, Inglaterra, en 1939, justo antes de que estallara la [Segunda Guerra Mundial]. Había conocido a un prominente caballero inglés, miembro de la Cámara de los Comunes y antiguo juez del Tribunal Supremo de Inglaterra. En mis conversaciones con ese caballero acerca de varios temas, a los que él llamaba “vejaciones del alma”, hablamos de negocios y de leyes, de política, de relaciones internacionales y de guerras, y a menudo abordábamos la religión. Un día me llamó por teléfono y me pidió que fuera a verle a su oficina para explicarle ciertos aspectos del Evangelio. Él dijo: “Creo que se va a desatar una guerra. En ese caso, usted tendrá que regresar a América y quizá no nos volvamos a ver”. Su suposición sobre la inminencia de la guerra y la posibilidad de que no volviéramos a vernos resultó ser profética. Cuando llegué a su oficina, me dijo que estaba intrigado por algunas de las cosas que le había dicho. Me pidió que le preparara un informe acerca del mormonismo… y que se lo presentara del mismo modo en que uno abordaría un problema legal.

Dijo: “Me ha dicho que cree que José Smith fue un profeta. Me ha dicho que cree que Dios el Padre y Jesús de Nazaret se aparecieron a José Smith. No concibo cómo un abogado y jurista de Canadá, un hombre diestro en la lógica y basado en las pruebas tangibles, puede aceptar unas declaraciones tan absurdas. Lo que me dice de José Smith me parece absurdo, pero creo que debería tomarse al menos tres días y preparar un informe, y permitirme examinarlo y cuestionarlo al respecto”.

Le sugerí que procediéramos de inmediato a una exhibición de pruebas, que es, en breve, una reunión entre dos partidos opuestos en un juicio donde el demandante y el acusado, con sus abogados, examinan sus alegaciones respectivas para ver si pueden encontrar algún punto en el que estén de acuerdo, y de ese modo ahorrar tiempo al no tener que llevar esos puntos a juicio más tarde. Le dije que quizá podíamos averiguar si teníamos algún punto en común desde el que pudiéramos analizar juntos mis ideas “absurdas”. Él aceptó la propuesta de muy buena gana.

En los pocos minutos que tengo disponibles, sólo puedo facilitarles una sinopsis condensada y abreviada de la conversación de tres horas que se desencadenó. Para ahorrar tiempo, recurriré al método de preguntas y respuestas más bien que a la narración. Comencé preguntándole: “¿Puedo proceder, señor, basándome en la suposición de que usted es cristiano?”.

“Lo soy”.

“Doy por sentado que cree en la Biblia, en el Antiguo y el Nuevo Testamento”.

“¡Así es!”

“¿Cree en la oración?”

“Sí, creo”.

“¿Dice que mi creencia de que Dios habló a un hombre en nuestros días es increíble y absurda?”

“Para mí, lo es”.

“¿Cree que Dios ha hablado con alguna persona en algún momento?”

“Ciertamente. A lo largo de toda la Biblia hay numerosas pruebas de ello”.

“¿Habló con Adán?”

“Sí”.

“¿Y con Enoc, Noé, Abraham, Moisés, Jacob, José y todos los profetas sucesivos?”

“Creo que habló con cada uno de ellos”.

“¿Cree que el contacto entre Dios y el hombre cesó cuando Jesús se apareció en la tierra?”

“No, dicha comunicación alcanzó el nivel más alto, el punto culminante, en aquel momento”.

“¿Cree que Jesús era el Hijo de Dios?”

“Sí, lo era”.

“¿Cree, señor, que después de que Jesús resucitara, cierto hombre de ley y fabricante de tiendas llamado Saulo de Tarso, en su camino hacia Damasco, habló con Jesús de Nazaret, que había sido crucificado y había resucitado y ascendido al cielo?”

“Lo creo”.

“¿De quién era la voz que oyó Saulo?”

“Fue la voz de Jesucristo, porque así se presentó Él mismo”.

“En este caso,… le afirmo, de la manera más solemne, que en los tiempos de la Biblia era costumbre que Dios hablara a los hombres”.

“Creo que lo admitiré, pero eso llegó a su fin poco después del primer siglo de la era cristiana”.

“¿Por qué piensa que llegó a su fin?”

“No lo sé”.

“¿Piensa que Dios no ha vuelto a hablar desde entonces?”

“Estoy seguro que no”.

“Debe haber algún motivo; ¿me puede decir alguno?”

“Ignoro el motivo”.

“Si se me permite, voy a sugerir algunas posibles razones: quizá Dios ya no hable a los hombres porque no puede hacerlo; ya ha perdido Su poder para hacerlo”.

Él respondió: “Desde luego que suponer eso equivaldría a blasfemar”.

“Bueno, en ese caso, si no acepta esa razón, entonces quizá ya no hable a los hombres porque ya no nos ama. Ya no se interesa por los asuntos de los hombres”.

“No”, dijo, “Dios ama a todos los hombres y no hace acepción de personas”.

“En ese caso, si Dios puede hablarnos y nos ama, entonces la única respuesta posible, según lo veo yo, es que ya no lo necesitamos. Hemos logrado avances tan rápidos en la ciencia, somos tan cultos y educados, que ya no necesitamos a Dios”.

Entonces él respondió con una voz temblorosa, mientras pensaba en la guerra inminente: “Señor Brown, nunca ha habido un momento en la historia del mundo en que se haya necesitado la voz de Dios de manera tan crítica como ahora. Quizá pueda decirme usted por qué no habla”.

Mi respuesta fue la siguiente: “Sí habla; Él ha hablado, pero los hombres necesitan tener fe para oírlo”.

Procedimos, entonces, a preparar lo que llamaré “el perfil de un Profeta”. …Acordamos, entre nosotros, que las características que figuran a continuación distinguirían al hombre que declare ser un profeta.

A. Afirmaría valientemente que Dios [ha] hablado con él.

B. El hombre que declarara tal cosa sería una persona distinguida con un mensaje refinado; no haría brincar una mesa [como lo haría un médium], ni transmitiría susurros de entre los muertos ni clarividencia, sino que declararía la verdad de una manera inteligente.

C. El hombre que afirmara ser un profeta de Dios declararía su mensaje sin miedo alguno y sin hacer ninguna concesión ante la opinión pública.

D. Si hablara en el nombre de Dios, no podría hacer concesión alguna aunque lo que enseñara fuera nuevo y contrario a las enseñanzas aceptadas de la época. Un profeta da testimonio de lo que ha visto y oído y rara vez procura establecer su palabra mediante el debate. Lo importante es su mensaje, no él.

E. Tal hombre hablaría en el nombre del Señor y declararía: “Así dice el Señor”, como Moisés, Josué y otros.

F. Tal hombre predeciría futuros acontecimientos en el nombre del Señor, y se cumplirían, como lo hicieron Isaías y Ezequiel.

G. No sólo tendría un mensaje importante para su época, sino también para todas las épocas futuras, como lo hicieron Daniel, Jeremías y otros.

H. Tendría el valor y la fe suficientes para sobrellevar bien la persecución y dar su vida, si fuera necesario, por la causa que defendía, como lo hicieron Pedro, Pablo y otros.

I. Tal hombre condenaría la iniquidad sin temor. Sería rechazado o perseguido en general por la gente de su época, pero las generaciones posteriores, los descendientes de sus perseguidores, levantarían monumentos en su honor.

J. Sería capaz de llevar a cabo obras sobrehumanas, que ningún hombre podría efectuar sin la ayuda de Dios. La consecuencia o resultado de su mensaje y de su obra constituirían evidencia convincente de su llamado profético. “…por sus frutos los conoceréis” [Mateo 7:20].

K. Sus enseñanzas estarían estrictamente en armonía con las Escrituras, y su palabra y sus escritos se convertirían en Escritura, “porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

Ahora bien, esto no es más que un breve esbozo que se puede llenar y ampliar para después evaluar y juzgar al profeta José Smith frente a la obra y la talla de otros profetas.

Como estudiante de la vida del profeta José Smith durante más de 50 años, les aseguro que…, a la luz de estos factores, José Smith reúne los requisitos de profeta de Dios.

Creo que José Smith fue un profeta de Dios porque hablaba como un profeta. Fue el primer hombre, desde la época en que los apóstoles de Jesucristo fueron asesinados, que declaró lo que los profetas siempre han afirmado, [es decir], que Dios había hablado con él. Vivió y murió como un profeta. Creo que fue un profeta de Dios porque dio a este mundo algunas de las revelaciones más grandes de entre todas las demás que existen. Creo que fue un profeta de Dios porque predijo muchas cosas que se han llevado a cabo, cosas que sólo Dios podía llevar a efecto.

Juan, el amado discípulo de Jesús, declaró: “…el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” [Apocalipsis 19:10]. Si José Smith tenía el testimonio de Jesús, tenía el espíritu de profecía, y si tenía el espíritu de profecía, era profeta. Les expongo, como le expuse a ese amigo mío, que él tuvo un testimonio de Jesús igual o mayor que el de cualquier otro hombre que haya vivido, ya que a semejanza de los apóstoles de la antigüedad, lo vio y lo oyó hablar. Dio su vida por ese testimonio. Desafío a cualquiera a que nombre a una persona que haya aportado más pruebas del llamamiento divino de Jesucristo que las que brindó el profeta José Smith.

Creo que el profeta José Smith fue un profeta porque efectuó muchas obras sobrehumanas. Una de ellas fue traducir el Libro de Mormón. Algunas personas no estarán de acuerdo, pero yo les declaro que el profeta José Smith realizó una obra sobrehumana al traducir el Libro de Mormón. Los invito… a emprender la redacción de una historia acerca de los antiguos habitantes de América. Háganlo como él, sin ningún tipo de material de referencia. Incluyan en su relato 54 capítulos que traten de guerras, 21 capítulos históricos, 55 capítulos sobre visiones y profecías y, tengan presente, al escribir sobre esas visiones y profecías, que deberán hacer que su registro concuerde meticulosamente con la Biblia. Escriban 71 capítulos de doctrina y exhortaciones, y en ellos, también, tendrán que verificar que cada declaración concuerde con las Escrituras, o se demostrará que ustedes son impostores. Deberán escribir 21 capítulos acerca del ministerio de Cristo, y todo lo que indiquen que dijo e hizo y cada testimonio que escriban en el libro acerca de Él debe concordar totalmente con el Nuevo Testamento.

Les pregunto: ¿Les gustaría emprender semejante tarea? Les diré también que deberán emplear figuras retóricas, símiles, metáforas, narraciones, exposiciones, descripciones, oratoria, épica, lírica, lógica y parábolas. Aborden ese trabajo, ¿qué les parece? Les pido que recuerden que el hombre que tradujo el Libro de Mormón era un joven que no había tenido la oportunidad de ir a la escuela como ustedes, y aun así, dictó ese libro en un espacio de sólo dos meses e hizo muy pocas correcciones, si acaso hizo alguna. Durante más de 100 años, algunos de los mejores estudiantes y eruditos del mundo han procurado demostrar con la Biblia que el Libro de Mormón es falso, pero ni uno solo de ellos ha sido capaz de demostrar que algo que escribiera no estuviera en completa armonía con las Escrituras…

José Smith emprendió y llevó a cabo otras tareas sobrehumanas, entre ellas las siguientes: Organizó la Iglesia. (Puntualizo que ninguna constitución establecida por el hombre ha sobrevivido 100 años sin modificaciones ni enmiendas, ni siquiera la Constitución de los Estados Unidos. La ley o constitución básica de la Iglesia nunca se ha visto alterada.) Emprendió la labor de llevar el mensaje del Evangelio a todas las naciones, lo que representa una tarea sobrehumana que todavía está en proceso. Se dispuso, por mandato divino, a reunir a miles de personas en Sión. Instituyó la obra vicaria por los muertos y construyó templos para ese propósito. Prometió que ciertas señales seguirían a los creyentes, y hay miles de testigos que certifican que esa promesa se ha cumplido.

Le dije a mi amigo: “…No logro comprender por qué me dice que mis afirmaciones son absurdas. Tampoco alcanzo a entender por qué personas cristianas que afirmaban creer en Cristo perseguirían y matarían a un hombre cuyo único propósito era el de demostrar la veracidad de las cosas que ellos mismos declaraban, es decir, que Jesús es el Cristo. Podría comprender que le hubiesen perseguido si José hubiese declarado: ‘Yo soy Cristo’, o si hubiera dicho: ‘No hay Cristo’, o si hubiera dicho que otra persona era el Cristo. En ese caso, la oposición de los cristianos creyentes habría estado justificada. Pero lo que dijo fue: ‘Les declaro a Aquel a quien afirman servir… Testifico que lo vi y hablé con Él, que es el Hijo de Dios. ¿Por qué me persiguen por esto?’”…

Quizá algunos de ustedes se pregunten cómo respondió el juez ante nuestra discusión. Permaneció sentado y escuchó con mucha atención; después formuló ciertas preguntas muy agudas y perspicaces, y al final dijo: “Señor Brown, me pregunto si su gente se da cuenta de la trascendencia de su mensaje. ¿Y usted?” A lo que añadió: “Si lo que me ha dicho es verdad, se trata del mensaje más grandioso que ha llegado a la tierra desde que los ángeles anunciaron el nacimiento de Cristo”.

Así hablaba un juez, un gran hombre de estado, un hombre inteligente, e hizo hincapié en la pregunta: “¿Se da cuenta de la trascendencia de lo que dice?”; a esto añadió: “Deseo que fuese verdad. Espero que sea verdad. Dios sabe que debería ser verdad. Ruego a Dios”, y lloró al decirlo, “que aparezca algún hombre en la tierra y diga con autoridad: ‘Así dice el Señor’”.

Como dije antes, no volvimos a vernos. Les he expuesto con mucha brevedad algunas de las razones por las que creo que José Smith fue un profeta de Dios, pero hay algo más que sirve de fundamento a todas éstas y va mucho más allá de ellas. Les digo desde lo más profundo de mi corazón que mediante las revelaciones del Espíritu Santo sé que José Smith fue un profeta de Dios. Aunque estas evidencias y muchas otras que se podrían citar podrían proporcionar a algunos una convicción intelectual, sólo mediante los susurros del Santo Espíritu puede uno llegar a saber de las cosas de Dios. Gracias a esos susurros, puedo decir que sé que José Smith es un profeta de Dios. Doy gracias a Dios por este conocimiento.

Un fragmento de la versión editada y publicada de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young el 4 de octubre de 1955; puntuación, utilización de mayúsculas y ortografía modernizadas.