2006
Escojan un futuro brillante
Septiembre de 2006


Escojan un futuro brillante

Una de las decisiones más importantes que han de tomar es la de si confiarán o no en el Señor. Si desean un futuro brillante, tendrán que tomar esa decisión ahora mismo: ¿confían o no en el Señor? Si lo hacen, obedecerán Sus mandamientos.

Pueden confiar en el hombre o en el Señor. Les irá mucho mejor si confían en el Señor, porque si confían en el hombre, ¿quién sabe dónde acabarán? Yo siempre digo: “Si haces el bien, las cosas irán bien. Si haces el mal, las cosas irán mal”. Es así de sencillo. Confíen en el Señor y obedézcanle.

Una enorme diferencia

¿Cómo obedecemos al Señor? Hay muchas maneras. Me gustaría mencionar una específica para los hombres jóvenes.

Ustedes tienen una responsabilidad. Cuando recibieron el sacerdocio, tomaron la responsabilidad de compartir el Evangelio. Una de las mejores maneras de hacerlo consiste en servir en una misión. Ahora bien, para servir en una misión, hay muchas cosas que tienen que hacer: Tienen que pagar el diezmo; tienen que asistir a la Iglesia; tienen que ser moralmente puros; tienen que ser dignos en todos los aspectos; tienen que prepararse; tienen que estudiar las Escrituras, pero les prometo que si se preparan, si guardan los mandamientos del Señor y si sirven en una misión, eso producirá un gran cambio para bien en la vida de ustedes, así como en el mundo.

En la misión, no sólo enseñan la verdad a los demás, sino que también ustedes mismos aprenden más de ella. Puedo decir con toda sinceridad que aprendí más principios eternos del Evangelio durante la misión que en ningún otro momento. Incluso hoy puedo mirar hacia atrás, a mi misión, y me doy cuenta de las lecciones que aprendí en aquel tiempo.

Sirvan en una misión. Prepárense.

Ahora bien, ustedes, las mujeres jóvenes, quizá se pregunten: “Nos ha hablado de los hombres jóvenes, pero, ¿qué hay de nosotras?”. Los hombres jóvenes tienen la responsabilidad de servir en una misión, y las mujeres jóvenes tienen la oportunidad de hacerlo. La decisión es suya. Pueden ir o no ir.

Mi esposa y yo tenemos bastantes hijas. Más o menos la mitad de ellas sirvieron en una misión y se sienten muy felices por haberlo hecho. Las que no fueron también se sienten muy satisfechas; están casadas y tienen su propia familia. La decisión es de ustedes.

Pero ustedes, jovencitas, tienen la responsabilidad de asegurarse de que los hombres jóvenes con los que se relacionen estén deseosos de servir y sean dignos de hacerlo. Ustedes no hagan nada, y no les permitan a ellos hacer nada con ustedes que los desanime o los descalifique para servir en una misión. Anímenlos en todo momento.

La respuesta de Jill

A veces se preguntarán: “¿Tengo en realidad el poder para animar a los demás a servir?”. Ustedes tienen más poder del que se imaginan. Permítanme darles un ejemplo. Hace varios años, se me dio la asignación de una conferencia de estaca en una pequeña población minera.

Mientras hablaba con el presidente de estaca antes de marcharme, me preguntó: “¿Tiene tiempo para hablar con un jovencito? Es un joven muy bueno; siempre ha querido servir en una misión, pero ahora dice que no irá. Hemos hablado con él, pero parece que no logramos nada. ¿Podría hablar usted con él?” Le respondí que me encantaría.

Ese jovencito había crecido siendo miembro activo de la Iglesia, pero había visto a su padre quedarse sin trabajo en la mina varias veces. Poco antes de cumplir los 19 años, este jovencito consiguió trabajo en un almacén. El gerente quedó muy impresionado con él y le dijo: “Si aceptas este trabajo ahora mismo, te haré gerente auxiliar, y dentro de dos años llegarás a ser el gerente”.

“Tenía planes para ir en una misión”, respondió el joven.

El gerente dijo: “Bueno, puedes hacer lo que quieras, pero perderás este trabajo. Te necesito ahora mismo”.

Así que se puso a considerar la oferta. Tenía una novia que se llamaba Jill, y pensó: “Amo mucho a Jill, y si consigo este trabajo, no tendré que trabajar en la mina. Podemos comprar una casa, casarnos y formar una familia”. De modo que tomó la determinación de que no serviría en una misión porque se le había presentado esa gran oportunidad.

Habló con su padre, y éste hizo todo lo que pudo para convencerlo de que sirviera en una misión, pero no lo logró. El padre le pidió a su hijo que hablara con el obispo; el obispo tampoco logró convencerlo, ni tampoco el presidente de estaca. Yo hablé con él y no logré convencerlo. Él estaba decidido a trabajar en ese almacén.

Finalmente, cuando todo indicaba que no iría a la misión, su padre le preguntó: “Entonces, ¿qué planes tienes?”.

“Voy a casarme con Jill”.

“¿Qué dice Jill al respecto?”

“Bueno, todavía no se lo he dicho”.

“Para empezar, ¿cómo sabes si se casará contigo?

El joven lo había dado por sentado.

Su padre le dijo: “Más vale que hables con Jill”.

Así que él le explicó a Jill lo de aquel estupendo trabajo y del buen dinero que iba a ganar. Al final, le dijo: “¿Sabes? Con este trabajo podríamos comprar una casa; podríamos empezar una familia”.

Jill le preguntó: “¿Me estás proponiendo matrimonio?”.

“Pues, sí, supongo que sí”.

“¿Y la misión?”

“Ya te he dicho que si voy a la misión perderé este trabajo. Si pierdo el trabajo, no tendremos esos ingresos; no podremos casarnos ni podremos tener una casa”.

Y ahora les pido que recuerden que cuatro hermanos del sacerdocio —su padre, su obispo, su presidente de estaca y una Autoridad General— no lograron convencerlo.

Jill lo miró y le dijo: “Si no hay misión, no hay Jill”.

Al día siguiente, fue a la oficina del obispo para llenar los papeles para ir a la misión.

El Señor preparará el camino

Él sirvió en una misión, y mientras servía, Jill se casó con otra persona. No obstante, él ya había estado en la misión el tiempo suficiente como para obtener un firme testimonio.

Cuando este élder regresó a su casa después de su maravillosa misión, se dirigió a sus padres y les dijo: “He decidido ir a la universidad”.

Casi se desmayaron, y dijeron: “Nadie de nuestra familia ha ido a la universidad. ¿Cómo vas a hacerlo?”

“No lo sé, pero hablé con mi presidente de misión y él me dijo que era una buena idea, y que si era lo que debía hacer, el Señor prepararía el camino”. Y el Señor preparó el camino. Él era un joven inteligente y llegó a ser dentista; se casó con una mujer magnífica y juntos criaron una hermosa familia.

Pero la historia no acaba aquí. No muchos años después de establecer su clínica dental en una región diferente, ¿adivinen que sucedió? Cerraron la mina y, de hecho, también el poblado. Y el almacén que tanto significaba para él años antes tuvo que cerrar sus puertas ya que el negocio no marchaba bien.

¿Qué habría sucedido si él hubiera seguido los dictados de los hombres o simplemente sus propios sentimientos? Quizá se habría casado con Jill y habrían tenido una hipoteca que no hubieran podido pagar y una casa que no hubieran podido vender.

Dios siempre nos bendice cuando guardamos Sus mandamientos, pero si nos atenemos a nuestra propia manera de pensar, quedaremos a merced del mundo. Es mucho mejor estar a merced de Dios. Mucho mejor.

Si hacen lo correcto, las cosas les irán bien. Si quieren un futuro brillante, confíen en el Señor y guarden Sus mandamientos.

Extraído de un mensaje pronunciado durante una reunión espiritual para los jóvenes, efectuada el 8 de junio de 2004, en el Tabernáculo de Salt Lake. El élder John H. Groberg sirvió como miembro de los Setenta de 1976 a 2005.