2006
Tras la caída, el milagro
Septiembre de 2006


Tras la caída, el milagro

El incidente salió en primera plana de los periódicos del mundo entero. Un misionero Santo de los Últimos Días se había caído por un precipicio de 70 m de altura en Australia, ¡y vivió para contarlo! Eso equivale a una caída desde el piso 23 de un edificio.

A veces basta con una sola frase para contar un milagro, pero en el caso del élder Matthew Weirich, el misionero que se cayó, cada detalle de su caída representa para él un testimonio de que el Señor tiene un plan para su vida que todavía no ha llegado a término.

Al élder Weirich, de Fredricksburg, Texas, sólo le quedaban tres meses de servicio misional en la Misión Australia Sydney Sur. Durante un día de preparación de junio de 2004, tres de sus compañeros y él obtuvieron autorización para visitar un parque local y ver unos animales que son exclusivos de Australia. Mientras regresaban, vieron una señal que indicaba un punto de observación del Gran Cañón. Como estaba cerca, decidieron ir a ver cómo era aquel Gran Cañón australiano. Ahí acaban los recuerdos que el élder Weirich tiene de aquel día. Días más tarde, en el hospital, tuvo que preguntar a sus compañeros qué había sucedido después.

El grupo había caminado hasta el mirador y después había seguido unos senderos que descendían hacia unas cuevas. De regreso al mirador, pasaron por unos escalones de piedras ásperas, y a uno de los misioneros se le salió un zapato que no estaba atado firmemente. El zapato había caído a cierta distancia por una cuesta, y desde donde se encontraba el élder Weirich, pudo ver que se había quedado atascado en un arbusto, a unos pasos más allá del sendero. Parecía fácil recuperarlo, y se ofreció a hacerlo. Sus compañeros dijeron que el élder exclamó que ya lo tenía en sus manos, tras lo cual oyeron el ruido de rocas que caían. Como no veían a su compañero, no sabían qué había ocurrido, pero cuando aquel ya no respondía a sus llamados, tuvieron miedo de que se hubiera caído.

Los tres misioneros se acercaron a mirar al borde del precipicio lo más que se atrevieron, después oraron y se fueron a buscar un teléfono celular para llamar a la policía. Oyeron un portazo en el estacionamiento y corrieron hacia el hombre que acababa de llegar para preguntarle si tenía un teléfono móvil que les pudiera prestar. Resultó que sí tenía uno, así que llamaron al número de emergencias.

Una hora más tarde, cuando ya oscurecía, llegó un equipo de rescate. Comenzaba a hacer frío y los helicópteros equipados con sistemas de búsqueda termodirigida no encontraban ningún indicio del paradero del élder Weirich. Todos empezaron a temer que no hubiese ningún sobreviviente que rescatar.

Pero se equivocaban.

Al día siguiente, al amanecer, el equipo de búsqueda empezó su descenso al fondo del precipicio; allí encontraron al élder Weirich, vivo aunque semiconsciente. Con cuidado, lo colocaron en una camilla y lo sacaron de allí en helicóptero. Lo llevaron al hospital, donde el equipo médico lo esperaba, suponiendo que tendrían que tratar a alguien que tenía muchos huesos fracturados y otras heridas graves. Resultó que el élder Weirich tenía un poco de inflamación cerebral, pero las únicas roturas que sufrió fueron en la nariz y dos pequeñas fracturas por encima del ojo, las cuales no trataron para que se curaran solas.

Una lista de milagros

Al pensar en lo sucedido, Matt enumera los milagros que le permitieron sobrevivir.

Antes de salir a la misión, él practicaba el salto con pértiga. De hecho, fue campeón nacional de la escuela secundaria y tenía previsto ir a la universidad con una beca de atletismo. Quizá —aunque no recuerda exactamente lo que hizo mientras caía— su entrenamiento en el campo deportivo tomó el control de la situación y le permitió colocarse de modo que se redujera el daño al caer.

En la parte superior del precipicio, antes de pasar a la caída libre final de 27 m, se estrelló contra varios salientes que redujeron la velocidad de la caída, como lo demuestran los arañazos y cortes en sus brazos.

Todas las noches, las temperaturas habían descendido por debajo de los cero grados, en cambio, aquella noche que pasó en el fondo del precipicio, la temperatura fue 10 grados más alta de lo habitual y no llegó a bajar de cero grados.

Al caer, se arrastró una corta distancia y terminó cabeza abajo, lo que quizá ayudara a mantener una buena circulación, a pesar de sus heridas.

El rescate lo llevaron a cabo personas expertas y se le dio una excelente atención médica.

Su historia de supervivencia atrajo gran interés en toda Australia. De repente, muchas personas de todas partes querían hablar con los misioneros, y se les abrieron las puertas. Muchos se preguntaban por qué había ocurrido este supuesto milagro, y planteaban preguntas profundas acerca de Dios y de la Iglesia que este misionero representaba.

Matt descubrió otras bendiciones a raíz de esa experiencia. Él dice: “Todo esto me ha acercado a mi familia y me ha hecho comprender el valor de la vida; es más que el sólo vivir día a día o pensar que podrás compensar tus errores más adelante.

“Ya no me pregunto por qué. Ahora me pregunto: ‘¿Qué puedo aprender de esto?’. Lo único que sé es que fui un instrumento en las manos del Señor. He observado algunos de los efectos que todo esto ha tenido en otras personas y he llegado a la conclusión de que el Señor tiene ciertas cosas que quiere que yo haga. Cuando surgen las tentaciones, me doy cuenta de que no se me salvó para que cayera en el pecado. Tengo que recordar que el Señor tiene un plan para todos nosotros”.

Matt Weirich ha regresado de su misión; se ha recuperado y sigue saltando con pértiga en el equipo de atletismo de la Universidad Brigham Young, donde continúa sus estudios.