2006
Cosecha retrasada
Septiembre de 2006


Cosecha retrasada

Me senté ante mi escritorio un lunes por la mañana para ver todos los correos electrónicos que se habían acumulado durante el fin de semana. Por tener siempre desconfianza de los virus informáticos, casi borré un mensaje con un archivo adjunto procedente de un remitente desconocido. Pero cuando coloqué el dedo encima del botón del ratón (mouse), dispuesto a oprimirlo, el Espíritu me impulsó a abrir el mensaje.

“Hola, élder Rian Jones”, decía. “Usted tiene ahora unos 50 años y yo 37. Sólo tengo un vago recuerdo de usted, y no estoy seguro de que el hombre a quien recuerdo es el mismo a quien estoy escribiendo”. Lo cierto es que yo tenía 45 años, ¿y quién era esa persona que se dirigía a mí llamándome “élder”? Nadie me había llamado así desde la misión. La persona me preguntó entonces si todavía estaba activo en la Iglesia y si había conservado el espíritu de la misión. Para entonces, se había despertado totalmente mi curiosidad.

“Sólo tenía 12 años cuando usted y su compañero me enseñaron el Evangelio en Taranto, Italia. Eso sucedió en 1975”. Comencé a examinar incesantemente los archivos de mi mente para lograr recordarlo. “Probablemente se esté preguntando si me bautizó. No fue así, porque mi madre y mi padre no me dieron permiso para ello”. Y explicó lo doloroso y embarazoso que les resultó a su hermano y a él detenernos a nosotros, los misioneros, mientras subíamos por los escalones hacia su apartamento para pedir permiso a sus padres para bautizarlo. Añadió que siguió asistiendo a la Iglesia durante cierto tiempo, pero que después dejó de hacerlo porque no podía bautizarse. “Pero guardé las enseñanzas en el corazón y nunca traicioné los principios que se me enseñaron”, escribió.

Presté servicio en la Misión Italia Roma desde 1975 hasta 1977, y Taranto fue mi primera ciudad; pero no lograba recordar la historia detallada en este correo electrónico. La persona explicó que cuando tenía 22 años, lo llamaron al servicio militar obligatorio en el norte de Italia. Allí sufrió una crisis espiritual que lo condujo a orar por primera vez siendo adulto. Recibió respuesta a su oración, lo cual lo impulsó a buscar a los misioneros de aquella región. Los encontró en un restaurante de comida rápida y les dijo que quería bautizarse. “Nunca me sucedió nada parecido cuando estaba en la misión”, pensé. Aquellos élderes debieron haberse quedado boquiabiertos.

Se bautizó y más adelante se selló en el templo, en Friedrichsdorf, Alemania. Ahora tenía tres hijos, se había mudado a Canadá hacía varios años y era miembro activo de la Iglesia.

“No sé si algún día contestará este mensaje. Si lo hace, le contaré muchas otras cosas acerca de mi vida y las bendiciones que he recibido gracias a su misión. Élder, nunca se sabe adónde puede conducir un acto sencillo y bondadoso”. Y concluyó el mensaje con su firma: “Cesare Quarinto”. Más adelante me dijo que había encontrado mi dirección de correo electrónico en el sitio Web de la Misión Italia Roma.

A pesar de todos mis esfuerzos, no lograba recordar la experiencia de haber enseñado a un joven de 12 años en Taranto, pero el archivo adjunto a ese mensaje era una página que él había escaneado de un antiguo ejemplar del Libro de Mormón. Se trataba de una dedicatoria, escrita a mano en italiano por mí y fechada el 14 de septiembre de 1975. Así decía:

“Estimado Cesare:

“Le entrego este regalo para que lo lea y encuentre en él la hermosa verdad del Evangelio de Jesucristo. Nunca olvide la oración, porque sólo mediante ella podrá encontrar la verdad… Sé que ésta es la Iglesia verdadera y espero compartir esta verdad con usted.

“Su amigo,

“Élder Rian Jones”

De repente me vino a la mente un vívido recuerdo. Al ver esas palabras que yo había escrito, el relato cobró forma en mi memoria. Recordé con todo detalle el local alquilado que utilizábamos como capilla en Taranto. Allí le enseñamos el Evangelio al joven Cesare. Le había dado su propio ejemplar del Libro de Mormón poco antes de que me trasladaran a otra ciudad. Al recordar esas circunstancias y al leer el correo de Cesare, sentí un gozo tremendo.

Tuve cierto éxito durante la misión, pero, lamentablemente, la mayoría de las personas a las que bauticé se apartaron de la Iglesia con el paso del tiempo. En ese momento me vino a la mente un pasaje de las Escrituras: “Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (D. y C. 18:15).