2006
El padre dedicado
Septiembre de 2006


Mensaje de la Primera Presidencia

El padre dedicado

Hace un tiempo, un hombre, padre de seis niños, y solo para enfrentar la responsabilidad de criar a su familia desde que el menor todavía usaba pañales, hablaba de las dificultades de hacerlo en esas condiciones. Una noche en la que volvió a su casa del trabajo a afrontar los problemas de ser a la vez padre y madre, se sentía sumamente abrumado por sus obligaciones. Sus hijas lo apreciaban y una de ellas, de doce años, se le acercó muy entusiasmada después de dejar sobre la cómoda de él una piedra que había pintado en la escuela; en la parte plana, ella había escrito: “Felicidad es tener un padre dedicado”. Aquella piedra pintada y su sublime mensaje aliviaron instantánea y permanentemente la carga de aquel padre.

Al hablar en una conferencia general de hace varios años, el presidente Stephen L Richards (1879–1959), que era entonces Primer Consejero de la Primera Presidencia, citó un artículo escrito por un veterano juez criminalista, que se titulaba: “Las nueve palabras que pueden detener la delincuencia juvenil”. Las palabras que el juez sugería eran: “Pongamos al padre a la cabeza de la familia”. Por ese artículo, el presidente Richards sacaba la conclusión de que “la razón principal del menor porcentaje de delincuencia juvenil en [ciertos] países europeos era el respeto por la autoridad… en el hogar, la cual… por lo general descansa en el padre como jefe de la familia”.

El presidente Richards continuó, diciendo: “Durante generaciones, nosotros, como Iglesia, nos hemos esforzado por hacer exactamente lo que el juez aconseja: poner y mantener al padre a la cabeza de la familia, y con todas las fuerzas hemos estado tratando de prepararlo para esa elevada y pesada responsabilidad”1. Puesto que el propósito principal de la Iglesia es ayudar a la familia y a los integrantes de ésta, la forma en que el padre cumpla esa responsabilidad es de suprema importancia.

No hace mucho tiempo leí en el periódico: “Científicos que estudian los problemas sociales y que tienen diversos puntos de vista políticos nos aseguran que la ausencia del padre es lo que pronostica la conducta criminal con mayor exactitud que la situación económica, la educación o… la raza de la familia.

“Y aunque en muchos casos los jóvenes individualmente pueden afrontar la vida bastante bien sin un padre, pocos son los que salen ilesos de una comunidad sin modelos de padres”2.

En esta exhortación de poner al padre otra vez a la cabeza de su familia, no queremos de ninguna manera restar importancia a la madre. No existe en el mundo un honor ni una responsabilidad más elevada y grandiosa que la maternidad, y esperamos que su extraordinaria influencia también se extienda en el hogar y más allá de él en grado aun mayor.

Cómo fortalecer al padre

A fin de fortalecer al padre en el hogar, doy dos sugerencias sencillas: primero, sostenerlo y respetarlo en su posición; segundo, brindarle amor, comprensión y demostrarle aprecio por sus esfuerzos.

En nuestra sociedad hay quienes ridiculizan ciertos atributos de la masculinidad, entre ellos algunas mujeres que creen erróneamente que destrozando la imagen de la hombría fortalecen sus propias causas femeninas; esto tiene serias repercusiones sociales porque el restar importancia a la función del padre es un problema principal en la inseguridad de los hijos y de las hijas.

Toda madre debe entender que si hace cualquier cosa que rebaje al padre de sus hijos o a la imagen que ellos tengan de él, eso puede herir y hacer un daño irreparable a la autoestima y a la seguridad de esos hijos. Es infinitamente más productivo y satisfactorio para una mujer elevar a su marido que rebajarlo. Ustedes, las mujeres, son tan superiores al hombre en tantos aspectos que se rebajan a sí mismas cuando menosprecian la masculinidad y la hombría.

Con respecto a brindar amor y comprensión al padre, se debe recordar que ellos también pasan momentos de inseguridad y de dudas. Todos sabemos que los padres cometen errores, y especialmente lo saben ellos mismos. El padre necesita toda la ayuda que pueda conseguir y, más que nada, le hace falta tener amor, apoyo y comprensión de parte de los suyos.

Las responsabilidades del padre

Como padres, es preciso que establezcamos un orden de prioridad que nos sirva de guía al distribuir nuestro tiempo. Hay hombres que olvidan que “su primera prioridad debe ser mantener su propia fortaleza espiritual y física; después viene la familia, luego la Iglesia y el trabajo, y todos exigen tiempo”3. Al dedicar tiempo a sus hijos, el padre debe ser capaz de demostrar que tiene por ellos bastante amor para gobernarlos y para disciplinarlos. Los niños y jóvenes quieren disciplina y la necesitan. Al acercarse a algunos peligros, están rogando silenciosamente: “No me dejes hacerlo”. El presidente David O. McKay (1873–1970) dijo que si no disciplinamos en forma apropiada a nuestros hijos, la sociedad los disciplinará de un modo que tal vez no nos guste4. La disciplina sabia refuerza los aspectos del amor eterno, y esa fortificación brindará gran seguridad y estabilidad a su vida.

En un discurso sumamente importante dirigido al sacerdocio en octubre de 2000, el presidente Gordon B. Hinckley concentró sus palabras en la función del padre, diciendo: “Éste es un asunto que tomo con gran seriedad. Es un asunto que me preocupa hondamente. Espero que no lo tomen con ligereza. Se relaciona con lo más valioso que tienen. En lo que toca a su felicidad, en lo que toca a las cosas que les hacen sentirse orgullosos o ponerse tristes, nada, repito que nada, surtirá en ustedes un efecto tan profundo como la forma en que resulten ser sus hijos”5. Y continuó dando consejos a los padres: que ayuden a sus hijos a resistir la tentación, que los escuchen, que sean pacientes y oren mucho, y que les enseñen las vías del Señor.

El general estadounidense Douglas MacArthur describió acertadamente la destacada posición del padre cuando dijo: “Soy soldado de profesión y me enorgullezco de ello. Pero estoy mucho más orgulloso —infinitamente más— de ser padre. Un soldado destruye para poder edificar; el padre sólo edifica, nunca destruye. El uno tiene el potencial de causar la muerte; el otro es la encarnación de la creación y la vida. Y aunque las huestes de la muerte son poderosas, los batallones de la vida son más potentes aún. Tengo la esperanza de que cuando yo ya no esté, mi hijo me recuerde no de las batallas sino del hogar, diciendo con él nuestra sencilla oración diaria: ‘Padre nuestro que estás en los cielos…’”6.

Es importante recordar que en esta Iglesia, el hombre es esposo y padre y, a través de él, otros miembros de la familia son bendecidos con una fuerza y una influencia que van mucho más allá de los dones naturales del intelecto y del carácter de ese hombre; me refiero al sacerdocio de Dios, que posee todo hombre y todo muchacho mayor de doce años que sea digno.

Un prominente líder de la Iglesia y hombre de negocios, que ahora goza de salud, nació sin vida. El padre, ejerciendo el sacerdocio, hizo la promesa de que si su primogénito vivía, él haría todo lo posible por darle el ejemplo y las enseñanzas apropiados. Después de unos minutos, el recién nacido empezó a respirar y se ha mantenido bien y vigoroso hasta hoy.

Es por medio del poder del sacerdocio que el matrimonio y la unidad familiar pueden extenderse y continuar por toda la eternidad. Las mujeres conscientes de esta Iglesia desean gozar abundantemente en su hogar de esa recta influencia.

Un legado de gozo

En una conferencia de estaca, una simpática madre relató gozosa la maravillosa experiencia de haber estado en uno de los templos con el esposo y todos sus hijos, excepto uno, donde se sellaron como marido y mujer y como familia por esta vida y por toda la eternidad. El esposo, recientemente ordenado en el sacerdocio, estaba sentado entre el público, unas filas más atrás. Por un momento, ella pareció olvidarse de todos nosotros y le habló directamente a él; desde el púlpito y por los altavoces, ante más de mil personas que observábamos y escuchábamos con lágrimas en los ojos, le dijo: “John, nuestros hijos y yo no sabemos cómo decirte lo que significas para nosotros. Hasta que honraste el sacerdocio, las grandes bendiciones de la eternidad no estaban a nuestro alcance; ahora lo están. Todos te queremos muchísimo y te agradecemos de todo corazón lo que has hecho posible para nuestra familia”.

Tal vez recuerden la historia del niño que había quedado atrapado en un agujero en la tierra; sólo podían sacarlo si otro niño más pequeño se metía en el túnel. Se acercaron a un niñito para ver si estaría dispuesto a bajar a rescatar al que había quedado atascado; él contestó: “Tengo miedo de meterme por ese agujero, pero voy si mi papá sostiene la cuerda”.

El élder Richard L. Evans (1906–1971), del Quórum de los Doce Apóstoles, expresó la debida magnitud a todos los padres de esta fe cuando dijo: “En primer lugar, el padre da un nombre y un legado limpio y honorable a sus hijos. El padre se destaca por un trabajo largo y duro, casi siempre el tipo de trabajo para el que esté preparado… por tratar de darles lo que él mismo nunca tuvo. El padre está dispuesto a hablar y a escuchar a sus hijos, a animarlos, a abrazarlos; a comprender los errores sin justificarlos, a disciplinarlos cuando sea necesario y después a demostrarles más amor; a ser fuerte y enérgico, y a ser tierno y amable”7.

En todas las relaciones familiares siempre es apropiado preguntarse: “¿Qué haría Jesús?”. El presidente Marion G. Romney (1897–1988), Primer Consejero de la Primera Presidencia, buscó en las Escrituras la respuesta a esa pregunta; después testificó: “Allí, en el Evangelio según Juan, encontré la respuesta clara y segura: Jesús siempre hacía la voluntad del Padre… ‘porque yo hago siempre lo que le agrada’, dijo [Juan 8:29]”8.

Niños y jóvenes, que Dios los bendiga para que tengan oídos que escuchen y un corazón comprensivo. Madres, que Dios las bendiga por la infinita magnitud de su amor y por toda la ayuda que dan al padre de sus hijos. Padres, que Dios los bendiga para que puedan cumplir sus enormes responsabilidades y brindar un cuidado paternal a cada uno de los que estén bajo sus brazos protectores. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”(Juan 3:16).

Ideas para los maestros orientadores

Una vez que estudie este mensaje con la ayuda de la oración, preséntelo empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación se citan algunos ejemplos. (Al enseñar este artículo, tenga presentes a las familias que no tengan un padre viviendo en el hogar):

  1. Elija del artículo los principios que le parezcan más apropiados para las familias a las que enseña. Pida a los presentes que lean las partes del artículo que enseñen o ilustren dichos principios. Exprese su testimonio de ellos y cuente experiencias propias relacionadas con los mismos.

  2. Piense en las maneras en que los miembros de la familia puedan demostrar amor y aprecio por su padre. Una idea sería preparar para cada uno de los hijos un trozo de papel en el que haya escrito: “Quiero a mi papá porque_________”. Pida a cada persona que complete la frase rellenando la parte en blanco y que explique por qué escogió esas palabras. Lea el primer párrafo del artículo y pida a los integrantes de la familia que entreguen a su padre el trozo de papel.

  3. Haga una lista según el orden de prioridad para los padres sugerido en el artículo, y analicen por qué cada punto es importante. Ilustre las formas en que el padre puede cumplir esas cuatro responsabilidades sacando ejemplos del artículo o citando experiencias personales.

  4. Lean el último párrafo del artículo y analicen la forma en que los niños y los jóvenes podrían prestar más atención al consejo de su padre. Hablen de las ocasiones en que el padre (o quizás el abuelo) haya ayudado a los miembros de la familia a lograr algo que fuera difícil de realizar. Cuente cómo su propio padre le ha ayudado a usted.

Notas

  1. “The Father and the Home”, Improvement Era, junio de 1958, pág. 410; cita de Samuel S. Leibowitz, “Nine Words That Can Stop Juvenile Deliquency”, Reader’s Digest, marzo de 1958, pág. 106.

  2. William Raspberry, “Crime Rates Rise from Fatherless Communities”, Deseret Morning News, 10 de octubre de 2005, sección A, pág. 11.

  3. Bishop’s Training Course and Self-Help Guide, 1972, sección 2, pág. 7.

  4. Véase Conference Report, abril de 1955, pág. 27.

  5. “Y se multiplicará la paz de tus hijos”, Liahona, enero de 2001, pág. 61.

  6. Citado por Emerson Roy West, comp., en Vital Quotations, 1968, pág. 118.

  7. Vital Quotations, pág. 120.

  8. “What Would Jesus Do?”, New Era, septiembre de 1972, pág. 4.