2007
Nunca es demasiado tarde
Marzo de 2007


Nunca es demasiado tarde

Mientras servía como misionera de tiempo completo en mi país, Ecuador, un día recibí la clara impresión de que había alguien especial aguardando por nosotras, alguien dispuesto a aceptar el Evangelio.

Mientras mi compañera y yo caminábamos, llegamos hasta una casa humilde donde una anciana de unos 80 años me sonrió con dulzura. Yo le devolví la sonrisa. Estaba a punto de seguir caminando, pero la mujer se mostró tan feliz al vernos, que algo me dijo que me detuviera allí mismo.

Muchos de los habitantes de aquel pueblecito eran analfabetos, así que le pregunté si sabía leer. Ella respondió con un entusiasta sí, y eso me alegró de inmediato. Sentí que ella era la persona a la que el Señor deseaba que enseñáramos. Saqué un Libro de Mormón de la mochilla y se lo mostré. Me sorprendió que empezara a leer en voz alta desde la primera página sin necesidad de lentes. Le pregunté si le gustaría quedarse con el libro y de nuevo respondió que sí. Sus cansados ojos irradiaban felicidad, unos ojos que por mucho tiempo habían anhelado una vida mejor.

Empezamos a enseñarle el Evangelio y el Espíritu le testificó de su veracidad. Qué sentimientos tan tiernos embargaron mi corazón.

Al terminar la lección, le mostré el capítulo 11 de 3 Nefi, donde se habla de la visita de Jesucristo a las Américas. Ella prometió leerlo. Marcó la página y besó el libro, sonriendo con un gozo indescriptible.

Hicimos más visitas a nuestra nueva investigadora y nos deleitó ver que leía todo lo que le asignábamos. Al terminar sus tareas cotidianas, tomaba el Libro de Mormón y lo leía hasta bien entrada la noche. Además, comenzó a asistir a la Iglesia, aunque tardaba unas dos horas en llegar al centro de reuniones con su paso pausado. Sus sentimientos por el Libro de Mormón y por Jesucristo crecían con rapidez y eran cada vez más profundos. Después de recibir todas las lecciones misionales, deseaba bautizarse y pagar el diezmo.

¡Cuán grandes bendiciones recibió aquella querida mujer! Su corazón estaba dispuesto a seguir al Señor y Su Espíritu nos guió hasta ella. Ella nos enseñó sobre el amor, el valor, el sacrificio, la dicha y la obediencia; pero por encima de todo, nos enseñó que nunca es demasiado tarde para cambiar.