2008
Una voz de advertencia
Febrero de 2008


Una voz de advertencia

Había estado unos días con mis padres, descansando, porque había estado enferma. Pero ya era hora de volver a casa, así que me despedí y tomé un autobús hasta Leicester, en el centro de Inglaterra. Desde la ventanilla observaba las casas y a la gente ocupada en sus rutinas diarias. Era un día brillante y soleado de verano de 1976; yo me sentía feliz, decidida a hacer frente a cualquier cosa que se interpusiera en mi camino. Bajé del autobús y caminé cerca de kilómetro y medio hasta la estación del tren.

Los pasajeros se daban empujones en el andén mientras aguardaban la llegada de los trenes que los llevarían a sus diversos destinos. De vez en cuando, una voz anunciaba los trenes por el sistema de megafonía.

No tardó en llegar mi tren, pero en el momento en que me subía, recibí una clara impresión. Me apeé con el fuerte sentimiento de que no debía tomar el tren y que sería mejor regresar a casa en autobús. Había comprado un billete de ida y vuelta y no podía darme el lujo de comprar, además, un billete de autobús. Sin embargo, la impresión era tan fuerte que no podía dejar de tenerla en cuenta.

Llevaba poco tiempo en la Iglesia, pero había sentido el Espíritu durante el bautismo y la confirmación. A punto de subirme al tren, oí una voz apacible que me decía: “¡No!”. Me quedé quieta por un rato para ver si volvía a oírla, y de nuevo la voz dijo: “¡No!”.

Tan pronto como salí de la estación de tren sentí una calidez que me confirmaba que la decisión que había tomado era correcta. Después de llegar a la estación de autobuses tuve que esperar más de una hora por el autobús que me llevaría a mi casa en Coventry. Si hubiera tomado el tren ya habría llegado (o eso creía yo), pero al ir en autobús, no llegué sino hasta bien entrada la tarde.

Al poner el noticiario en la televisión, me quedé impactada con lo que vi. ¡El tren que estuve a punto de tomar había colisionado en las afueras de Nuneaton! Había muchos heridos y varios muertos.

Yo siempre viajaba en el vagón delantero, el primero después de la locomotora, una zona que resultó gravemente dañada en el accidente. No podía dejar de pensar en lo que habría sucedido si no hubiera prestado atención a la voz dulce y apacible. Tampoco lograba dejar de pensar en toda la historia familiar y la obra del templo que no hubiera podido llevar a cabo por mis antepasados si hubiera resultado gravemente herida o fallecido en el accidente.

Me siento agradecida por la reafirmante voz de amonestación del Espíritu Santo. Sé que no nos equivocaremos si damos oído a la voz del Espíritu.