2008
Templemos nuestro temperamento
Febrero de 2008


Templemos nuestro temperamento

Levantémonos y seamos hombres y mujeres de Dios y, para ello, controlemos nuestro temperamento para que la paz y el amor abunden en nuestro hogar.

Al enseñar cursos sobre el matrimonio y la familia y leer trabajos de los alumnos acerca de la relación con sus padres, he comprobado, a lo largo de los años, que la ira o el enojo, si no se controlan, resultan sumamente destructivos para las relaciones del matrimonio y de la familia. El pecado del enojo (véase Traducción de José Smith, Efesios 4:26) no sólo daña las relaciones, sino que corroe el carácter.

No concibo ningún contexto positivo para la demostración del enojo, aunque ciertamente pueden justificarse la justa indignación y la enmienda de faltas. Las Escrituras indican que la ira indisciplinada es siempre perjudicial y destructiva. Es una de las herramientas principales de Satanás para destruir matrimonios y relaciones familiares.

El Señor ha dicho de Satanás que es “el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros” (3 Nefi 11:29). El Salvador declaró lo siguiente a los nefitas: “He aquí, ésta no es mi doctrina, agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien mi doctrina es ésta, que se acaben tales cosas” (3 Nefi 11:30; cursiva agregada).

Reemplacemos la ira con el aliento

Una de las asignaciones que suelo dar a mis alumnos consiste en escribir un trabajo sobre sus antecedentes familiares. En concreto, les pido que describan el matrimonio, las virtudes y los defectos de sus padres. Quizá la dimensión negativa que se menciona más frecuentemente en los trabajos de los alumnos es el carácter del padre, aunque el mal carácter no se limita exclusivamente a los padres. Aun cuando los padres desempeñan sus llamamientos activamente en la Iglesia, leen las Escrituras en familia y prestan servicio a los demás, algunos tienen problemas para controlar su temperamento.

Por supuesto, los hijos consideran más temperamentales a los padres (y a las madres) debido a la obligación que tienen éstos de disciplinarlos, y hay pocos jóvenes que se sienten agradecidos por la corrección que sus padres les imparten. Sin embargo, los alumnos de edad universitaria ven la vida familiar en retrospectiva con más objetividad y evalúan tanto lo bueno como lo malo. ¡Muchos admiten que desearían que sus padres hubieran sido más estrictos con ellos! No obstante, muchos llevan cicatrices producidas por acontecimientos que ocurrieron a temprana edad.

Una joven recordaba que su padre con frecuencia gritaba, amenazaba y golpeaba con severidad a sus hijos. Si alguno de los hijos hacía algo incorrecto durante el día, todos se escondían cuando el padre regresaba del trabajo.

Comparen esto con el método que siguió el padre del presidente Gordon B. Hinckley: “Estaré agradecido para siempre por mi padre que nunca alzó la mano a sus hijos”, dijo el presidente. “Poseía el admirable talento de hacerles saber lo que se esperaba de ellos y de alentarlos para que lo hicieran”1.

Al comentar sobre el efecto duradero que los padres tienen en sus hijos, el presidente Hinckley añadió: “Estoy convencido de que un padre violento origina hijos violentos; soy de la opinión de que el castigo físico, en la mayoría de los casos, hace más daño que bien. Los niños no necesitan golpes, sino que necesitan amor e incentivos; necesitan un padre al que puedan mirar con respeto y no con temor. Sobre todo, necesitan el buen ejemplo”2.

Respecto a los padres que pierden la autodisciplina y cometen abusos al perder el control, el presidente Hinckley advirtió: “Ningún hombre que actúa de manera tan malvada e impropia es digno del sacerdocio de Dios. Ningún hombre tan ruin es digno de los privilegios de la Casa del Señor. Lamento que haya algunos hombres que no sean merecedores del amor de su esposa y de sus hijos. Hay hijos que temen a su padre y mujeres que tienen miedo de su esposo”3.

El presidente Hinckley llamó a tales padres al arrepentimiento. “Tengan disciplina; controlen su temperamento”, dijo. “La mayoría de las cosas que les enceguecen son de muy poca importancia, mas cuán terrible el precio a pagar por ese enojo. Pidan al Señor que les perdone. Pidan a su esposa que les perdone y pidan perdón a sus hijos”4.

El poder de un ejemplo de rectitud

Piensen ahora en el comportamiento ejemplar que llevó a un joven a escribir lo siguiente acerca de su padre:

“Nunca he escuchado una palabra áspera salir de la boca de mi padre. Para mí, esto es una gran fuente de fortaleza, porque mi padre es el mayor ejemplo viviente de cómo llevar una buena vida como Santo de los Últimos Días. El hecho de haber tenido un ejemplo tan bueno para seguir me simplifica enormemente todas las pequeñas decisiones de la vida. Cuando me sorprendo haciendo cosas que vi a mi padre hacer, me siento todavía más agradecido por un padre justo que vivía el evangelio de Jesucristo todos los días. Siempre estaré en deuda con él por haberme mostrado la manera en que Cristo habría vivido”.

Los padres ejercen una influencia inmensa en sus hijos. Qué gran bendición tiene el hijo o la hija cuyo padre se preocupa, enseña, corrige con amor e influye en ellos para que lleguen a ser mejores personas, mejores esposos o esposas y mejores padres o madres. El mal carácter no engendra sentimientos de amor y confianza en el corazón de aquellos que son el objeto del enojo, sino que produce sufrimiento y recuerdos de una niñez dolorosa que, con demasiada frecuencia, se transmiten a la siguiente generación.

Cómo controlar el temperamento

En vista de ello, ¿cómo aprende la autodisciplina una persona que tiene problemas con la ira? El mundo intentaría ayudar a las personas a controlar su temperamento estableciendo algún programa de modificación de la conducta que podría durar varios años, y no obstante producir resultados mínimos, pero el Señor y el profeta nos dicen que ya sabemos lo que tenemos que hacer para controlar la ira. El problema del enojo resulta de no comprender ni aplicar las doctrinas del Evangelio. El presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “La verdadera doctrina, cuando se entiende, cambia la actitud y la conducta. El estudio de las doctrinas del Evangelio mejorará la conducta más rápido de lo que el estudio del comportamiento mejorará el comportamiento”5.

La doctrina del arrepentimiento se aplica específicamente al pecado de la ira y brinda a nuestra vida el poder sanador de la Expiación. El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “Podemos cambiar cualquier cosa que queramos, y podemos hacerlo muy rápidamente. Otra superchería satánica es que el arrepentirse supone una tardanza de años y años. En arrepentirnos, tardaremos tanto como tardemos en decir: ‘Cambiaré’, y en decirlo con la verdadera intención de hacerlo. Claro que habrá problemas que solucionar y restituciones que hacer. De hecho, bien podríamos pasarnos el resto de la vida —y preferible que así fuera— probando que nuestro arrepentimiento es verdadero mediante un cambio permanente. En realidad, el cambio, el progreso, la renovación, el arrepentimiento, en fin, pueden llegar a formar parte de nuestra vida de un modo tan súbito como lo fue para Alma y los hijos de Mosíah”6.

En relación con el control de la ira, el presidente Hinckley ha enseñado: “¿Quién puede calcular las heridas, su profundidad y el dolor, causados por palabras expresadas con ira? Qué triste es ver a un hombre, fuerte en muchos aspectos, perder control de sí mismo, cuando deja que algo insignificante haga que pierda la compostura. En todo matrimonio, por supuesto, existen diferencias. Pero no encuentro justificación para el temperamento que explota en circunstancias insignificantes…

“El carácter violento es una cosa terrible y corrosiva, y lo trágico de ello es que no produce nada bueno. Sólo alimenta el resentimiento, la rebelión y el dolor. A todo hombre y joven que me escucha, que tiene problemas para controlar la lengua, le sugiero que implore al Señor para que le dé fuerza para vencer su debilidad, que pida disculpas a quien haya ofendido, y que se arme de poder para disciplinar la lengua”7.

Los jóvenes perciben el ejemplo de sus padres y se ven enormemente afectados por él. Levantémonos y seamos hombres y mujeres de Dios y, para ello, controlemos nuestro carácter para que la paz y el amor abunden en nuestro hogar. El aspecto más importante de la paternidad es que la pareja tenga un buen matrimonio y muestre un ejemplo de amor y paciencia a los hijos. El control del temperamento generará dividendos ahora y en los años sucesivos, a medida que los hijos establezcan sus propios hogares y familias.

Notas

  1. “Salvemos a los niños”, Liahona, enero de 1995, pág. 66.

  2. Liahona, enero de 1995, pág. 66.

  3. “Las mujeres de la Iglesia”, Liahona, enero de 1997, pág. 76.

  4. Liahona, enero de 1997, pág. 76.

  5. “No temáis”, Liahona, mayo de 2004, pág. 79.

  6. “Cuando estéis angustiados”, Liahona, enero de 1982, págs. 11–12.

  7. Véase “Nuestras solemnes responsabilidades”, Liahona, enero de 1992, pág. 58.