2008
Nosotros creemos
Marzo de 2008


Nosotros creemos

A continuación se dan respuestas breves a algunas preguntas que se hacen con frecuencia a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

¿Qué creen los Santos de los Últimos Días en cuanto a Jesucristo? ¿Resucitó literalmente de los muertos? ¿Volverá a la tierra en Su gloria? ¿Necesitan las personas Su gracia para ser salvas?

Éstas son algunas de las preguntas que las personas suelen hacer cuando entran por primera vez en contacto con la Iglesia o con sus miembros. Para responder a ellas, los miembros deben estar preparados, por encima de todo, para escuchar la guía del Espíritu Santo. No obstante, las respuestas breves que siguen a continuación pueden resultar útiles como punto de partida para formular sus respuestas.

¿Creen en Jesucristo como el personaje histórico que vivió y enseñó en la Tierra Santa, como se registra en la Biblia?

Sí. Creemos que Jesús nació de María, predicó en la Tierra Santa durante Su ministerio de unos tres años, murió en la cruz y resucitó de los muertos, tal como lo habían predicho los profetas durante siglos antes de Su venida (véase, por ejemplo, Génesis 49:10; Salmos 2:6–7; 22:16–18; 118:22; Isaías 7:14; Miqueas 5:2). Creemos que sufrió por los pecados de toda la humanidad y que los expió, haciendo así posible el arrepentimiento y el perdón (véase Isaías 53:4–6). Creemos que venció la muerte y que, mediante Su poder, todo hombre y mujer resucitarán con un cuerpo físico (véase Romanos 6:5; 8:11). Creemos que mediante la obediencia a los principios de Su evangelio, todo hijo y toda hija de Dios que viene a la tierra puede alcanzar la salvación y volver a vivir con nuestro Padre y Su Hijo en el reino celestial (véase 1 Pedro 3:18; Artículos de Fe 1:3).

¿Creen que el Señor resucitó literalmente de los muertos?

Sí. Como lo testifican Sus apóstoles en la Biblia, cientos de testigos vieron a Jesucristo con Su cuerpo resucitado (véase Lucas 24:39; Juan 20:20; 1 Corintios 15:3–8). Como Ser resucitado, ejerció Su ministerio entre miles de Sus “otras ovejas” (Juan 10:16) en las Américas, les mostró las heridas de Sus manos, de Sus pies y de Su costado y les enseñó durante muchos días (véase 3 Nefi 11–28).

En 1820, se apareció junto a Su Padre a José Smith, hijo. El Señor guió a ese joven profeta para que restaurara Su Iglesia y Su evangelio, ya que, tras la muerte de los antiguos apóstoles, habían sido alterados de acuerdo con las filosofías de los hombres. José Smith y uno de sus compañeros ofrecieron este testimonio de Jesucristo en 1832: “…¡[Él] vive! Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre” (D. y C. 76:22–23).

¿Creen que vendrá de nuevo a la tierra en Su gloria?

Sí. Las Sagradas Escrituras testifican de ello: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11). “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo” (Job 19:25). “[Vendrá] en las nubes del cielo para reinar en la tierra sobre su pueblo” (D. y C. 76:63).

Además, creemos que, gracias a Su resurrección, también nosotros recuperaremos nuestro cuerpo físico: “Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:26). “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). “…la muerte de Cristo desatará las ligaduras de esta muerte temporal, de modo que todos se levantarán de esta muerte. El espíritu y el cuerpo serán reunidos otra vez en su perfecta forma…” (Alma 11:42–43).

¿Creen que Su gracia es necesaria para nuestra salvación?

Sin duda alguna. Sin la gracia de Jesucristo, nadie podría ser salvo ni recibir las bendiciones eternas (véase Romanos 3:23–24). Mediante Su gracia, todos resucitarán y todos los que creen y le siguen tendrán la vida eterna (véase Juan 3:15). Además, mediante Su gracia, nuestra relación sagrada con nuestro cónyuge y con nuestra familia puede perpetuarse por toda la eternidad (véase Mateo 16:19; 1 Corintios 11:11; D. y C. 132:19). Estas bendiciones eternas son Sus dádivas a nosotros; no hay nada que pudiéramos hacer por nosotros mismos para merecerlas o ganárnoslas.

Sin embargo, las Escrituras dejan muy claro que recibimos la plenitud de las bendiciones por Su gracia mediante nuestra fe y obediencia a Sus enseñanzas. El apóstol Pablo enseña que no podemos salvarnos a nosotros mismos, sino que necesitamos la gracia del Señor: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8–10).

Santiago explica lo siguiente: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma… Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:17, 24). Así se explica que el Salvador le dijera al joven rico que había sido obediente y deseaba la vida eterna, que todavía le quedaba algo por hacer (véase Mateo 19:16–22; Lucas 18:18–23). Los Santos de los Últimos Días creen que la gracia de Cristo se extiende en toda su abundancia a aquellos que creen en Él y hacen las obras que Él enseña. “…sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23; cursiva agregada).

Aunque nuestras buenas obras no pueden limpiarnos del pecado, sí muestran la sinceridad de nuestra fe en Jesucristo y nuestra fidelidad al camino que Él recorrió.

¿Creen que José Smith es, en cierta manera, tan importante como Jesucristo a la hora de salvar a las personas?

No. José Smith fue un profeta importante en la historia de la humanidad. La obra que llevó a efecto bajo la dirección divina trajo a la tierra las bendiciones y el conocimiento que se habían otorgado a los profetas de Dios y a sus seguidores en los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento, pero que se habían perdido. José Smith fue, a semejanza de los profetas antiguos, un siervo del Señor Jesucristo que enseñó que la salvación y todas las bendiciones de la eternidad solamente se podían lograr por medio de nuestro Salvador: “Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y de los profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente apéndices de eso”1. En otra ocasión, el Profeta enseñó: “Al considerar la santidad y la perfección de nuestro gran Maestro, que ha abierto un camino por el cual podamos venir a Él, aun con el sacrificio de Sí mismo, nuestro corazón se enternece ante Su condescendencia”2.

Notas

  1. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, págs. 51–52.

  2. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 56.